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La masculinidad y las agresiones sexuales bajo un enfoque jurídico y de género
Revista de Derecho YACHAQ N.° 13
Centro de Investigación de los Estudiantes de Derecho (CIED)
Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco
ISSN: 2707-1197 (en linea)
ISSN: 1817-597X (impresa)
Fecha de recepción: 23/10/2021
Fecha de aceptación: 23/01/2022
[pp. 237-255]
[
*
]
Doctor en Derecho. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 1.
La masculinidad y las agresiones sexuales La masculinidad y las agresiones sexuales
bajo un enfoque jurídico y de génerobajo un enfoque jurídico y de género
Masculinity and sexual assault, from a legal
and gender perspective
Ubaldo Márquez RoaUbaldo Márquez Roa[[**]]
Resumen: El presente artículo aborda temas relativos a las agresiones sexuales dentro
del entorno masculino, las implicaciones psicológicas que tienen estas, las cuales se
involucran directamente con la dominación y el sometimiento de la voluntad. Esta inves-
tigación narrada diáfanamente aborda, a través de esquemas antropológicos jurídicos,
el impacto de las agresiones sexuales en los varones y su vinculación con aquello deno-
minado masculinidad. El artículo expresa una preocupación respecto a la concepción de
la masculinidad, misma que parte de parámetros violentos, y se espera que los hombres
atiendan a estos parámetros de comportamientos en distintos ámbitos como son el artís-
tico, laboral, político, deportivo o castrense, máxime cuando la agresión se enfoca en el
aspecto sexual. Por ello, este artículo parte de un esquema crítico para determinar que la
violencia de género también impacta a los hombres y que, lamentablemente, las políticas
de género están dejando de lado a los hombres heterosexuales, percibiéndolos como
victimarios y no como víctimas de las agresiones sexuales.
Palabras claves: Violencia, violación, agresión sexual, dominio, masculinidad.
Abstract: Within this article, it addresses issues related to sexual assaults within the male
environment, the psychological implications that these have, which are directly involved
with the domination and submission of the will. This openly narrated investigation ad-
dresses through legal anthropological schemes, the impact of sexual assaults on men
and their connection with what is called masculinity. The article expresses a concern
regarding the conception of masculinity, which is based on violent parameters, and it
is expected that men attend to these behavioral parameters in different areas such as
artistic, labor, political, sport or military, especially when the assault focuses on the sexual
aspect. For this reason, the article starts from a critical scheme to determine that gender
violence also impacts men, unfortunately, gender policies are leaving heterosexual men
aside, perceiving them as perpetrators and not as victims of sexual assaults.
Key words: Violence, rape, sexual assault, dominance, masculinity.
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I. METODOLOGÍA, HIPÓTESIS Y TEORÍAS
La ruta metodológica empleada en esta
investigación se compone de tres partes: 1)
enfocar a la masculinidad dentro del aspecto
social, jurídico y cultural, 2) establecer cómo
en la masculinidad se ha desarrollado elemen-
tos intrínsecos de la violencia y 3) el análisis de
los elementos doctrinarios como son artículos
científicos, bibliografía, notas informativas de
periódicos que permiten establecer la violencia
de género provocada por los varones. Los con-
tenidos presentados en este trabajo buscan
revelar una comprensión mucho más amplia
respecto de los temas que involucran la sexua-
lidad, el género, y la violencia, la cual impacta
en el entorno femenino y masculino.
Para este trabajo es propicio mencionar
el uso de distintas teorías antropológicas y
jurídicas destacando de manera enunciativa
y no limitativa; los escritos de Bourdieu, Des-
pentes y Zoja, los informes de organismos in-
ternacionales, la jurisprudencia internacional
y mexicana, la legislación nacional e interna-
cional, al igual que las fuentes periodísticas
de manera complementaria.
Téngase presente que los estudios respec-
to de las masculinidades son considerablemen-
te novedosos, sin embargo, van muy retrasados,
generalmente al aspecto masculino se le estudia
como causante de la discriminación y la violen-
cia contra lo femenino y la comunidad LGBTIQ,
siempre bajo la perspectiva de victimario y no de
víctima, cuando en realidad, también existe una
violencia constante en el ámbito masculino.
Algunos autores señalan la existencia de
conceptos vinculados a la masculinidad, los
cuales son: la identidad masculina, la hom-
bría, la virilidad y los roles masculinos (Gutt-
man 1989, p. 36). Estos interactúan de manera
conjunta, sin embargo, dentro de este trabajo,
centraremos el estudio en el aspecto de la vi-
rilidad y la violencia, elementos que conllevan
aparejados conceptos como el dominio y la
sumisión de aquel que es considerado inferior,
por no encajar en los aspectos sociales y cultu-
rales formativos de la masculinidad.
II. EL GRAN DRAGÓN ROJO Y LA VIRILIDAD
MASCULINA
William Blake creó la pintura «El gran dra-
gón rojo y la mujer vestida de sol», en dicha
obra se puede observar a una mujer colocada
en una posición de sumisión ante una figura
antropomórfica masculina denominada como
el «gran dragón rojo», que representa la encar-
nación de la virilidad personificada en un len-
guaje artístico sugestivo. La virilidad ha sido
un atributo cultural e históricamente dado a los
varones, propiamente se ha tornado un rasgo
característico de aquello que debe ser consi-
derado propio de lo masculino, esta peculia-
ridad se vincula estrechamente con el deseo
sexual o líbido.
La obra de Blake se encuentra repleta de
simbolismo, al punto de combinarse lo sublime
con lo mundano. Pero, ¿qué representa el gran
dragón rojo?, ¿quién se esconde tras esa figu-
ra?, ¿en dónde encaja la mujer vestida de sol
en este juego simbólico? Las respuestas a es-
tos cuestionamientos se concretan en una pa-
labra «sumisión», de un sexo a otro, de lo feme-
nino a lo masculino. La división entre los sexos
aparece en el supuesto «orden de las cosas»,
expresión que la gente suele usar para referirse
a lo que es normal y natural. La fuerza del or-
den masculino se centra en la dispensa de su
justificación (Bourdieu 2001, p. 34), desde una
percepción socio-cultural se refleja en el uso
del lenguaje, el género masculino no requiere
ser remarcado como el femenino para hacer
énfasis en su importancia; esto es una respues-
ta a la visión androcéntrica impuesta como una
categoría neutra, a fin de que no se trate de
legitimar mediante un discurso que permita su
descomposición para el estudio etimológico de
sus raíces. Las funciones del orden social tie-
nen una representación simbólica conforme a
los cuerpos, define su visión y división, ratifica
la dominación masculina en distintas socieda-
des a través del tiempo; ejemplo de ello son la
división del trabajo en razón del sexo, así como
las posiciones que deben asumir al momento
de mantener relaciones sexuales.
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La masculinidad y las agresiones sexuales bajo un enfoque jurídico y de género
En el siglo XXI todavía se vive en socieda-
des profundamente sexualizadas, lo cual im-
pacta en los planos de equidad e igualdad de
trato entre las personas de distintos sexos y/o
preferencias sexuales. La virilidad es apreciada
como un dote físico de los varones, es la esen-
cia y virtud del plano masculino, no debe extra-
ñarnos las constantes representaciones simbó-
lica del falo en distintos ámbitos como son: el
artístico, laboral, político, deportivo, o castren-
se. Los hombres constantemente muestran su
orgullo o perversión al hacer énfasis a su órga-
no viril. No debe resultar extraño que en mu-
chos de los baños públicos principalmente en
el de hombres se encuentren dibujos rudimen-
tarios de representaciones del pene, o que los
púberes y adolescentes dibujen el órgano re-
productor masculino en los asientos de los pu-
pitres de sus compañeros o compañeras de es-
cuela, independientemente del descubrimiento
de su sexualidad y la curiosidad por explorar
su cuerpo, la realización de este acto implica la
búsqueda por la imposición de su autoridad y
dominio sobre el resto de quienes lo rodean, es
decir, se parte de un entorno agresivo.
El falo erguido simboliza una posición
activa y dominante, en contraposición a la va-
gina, la cual se encuentra en una posición in-
vertida, pronto se crea el juego simbólico entre
lo positivo y lo negativo, el arriba y abajo, mien-
tras lo masculino se postula como la medida
de todas las cosas (Pouchelle, 1983, p. 36),
reafirma su dominio y prevalencia. Errónea-
mente se ha creído que mientras mayor sea el
tamaño y grosor del pene, se vuelve un atri-
buto de la potencia y del placer sexual, ergo,
entre muchos hombres simboliza una cuestión
de honor la cual permanece indisociable a la
virilidad física. El falo pasa a ser medido, com-
parado y, en ocasiones, codiciado, se vuelve
objeto de impresión o mofa entre las personas,
en particular a través de las atestaciones de
potencia sexual, cuando equivocadamente se
torna el punto de comparación para categori-
zar la capacidad de una persona al responder
sexualmente y lograr que otra persona alcance
un orgasmo, asimismo, concentra las fantasías
colectivas de la potencia fecundante.
Conforme a lo anterior, el falo es entendi-
do como el principio del placer masculino, ade-
más, de ser capaz de satisfacer a las mujeres
al brindar orgasmos. Ciertamente la sociedad
ha puesto una fuerte carga emocional directa
e indirectamente entre los varones, principal-
mente en aquello concerniente a su virilidad y,
por defecto, en su hombría. Cuando existe una
situación de impotencia sexual o infertilidad, ra-
ramente se culpa al hombre, incluso entre los
miembros más cercanos a su círculo personal,
es preferible conjeturar que la impotencia es
propia de las mujeres. Si bien es cierto, en oca-
siones las mujeres reciben adjetivos por su in-
fertilidad tales como «vana» o «frígida», no pasa
de una lástima empática por parte de la socie-
dad, ante la imposibilidad de esa mujer para
realizarse como madre (Márquez, 2020, p. 44).
Para el hombre, la situación se torna más
compleja, ya que no existe un sentimiento de
lástima o empatía, sino una de burla por su im-
potencia, ello impacta enteramente a su virili-
dad y en su condición de hombre. Lo anterior
genera situaciones de estrés, ligadas a conflic-
tos familiares, laborales, sociales y económicos,
produce cuadros de ansiedad, si no son trata-
dos adecuadamente, pueden provocar distintos
problemas en su esfera personal y familiar. La
pérdida de interés general por el sexo y la con-
centración durante el coito da pauta al abando-
no progresivo de la actividad sexual y afecta a la
autoestima, lo cual crea una mayor cantidad de
estrés, generando episodios de violencia sexual y
familiar (Pomerol, 2010, p. 30).
Conforme a lo planteado con anterioridad,
es posible mencionar que el enfoque cultural
tiene un profundo impacto en el comporta-
miento de los varones, el aspecto sexual tiene
una afectación directa, principalmente porque
el órgano reproductor masculino se convier-
te en una representación del dominio agresi-
vo, encaminado a justificar el sometimiento
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de aquella persona que consideren inferior. En
ocasiones esto lleva a que los varones deseen
demostrar su virilidad, incluso si ello supone rea-
lizar actos de violencia contra cualquier tipo de
persona, el fin último es establecer el dominio.
II.
EL COITO Y LA DOMINACIÓN
El derecho se ha concentrado en la re-
gulación de ciertos problemas que involucran
violencia familiar y de género, teniendo como
propósito la protección de bienes jurídicos ta-
les como la seguridad y la libertad sexual. No
obstante, se ha dejado de tener en cuenta que
el derecho genera la propia realidad de acuer-
do al espacio geográfico y temporal en el cual
se encuentre, por ello es menester recordar
que no solo se trata de normar los problemas
sociales, sino que al normarlos se les da una
estructura a los mismos, la especificación de-
tallada de la formas y tipos de abuso sexuales
genera una dificultad al momento de calificar la
conducta penal, por lo cual, de no encuadrarse
de forma específica los elementos al tipo pe-
nal, estos no son perseguidos, generando así
un gran factor de impunidad.
Lamentablemente, el aspecto jurídico se
enfoca más en una cuestión de reacción antes
que en una de prevención, por ello es impor-
tante mencionar que, en ocasiones, no se es-
tudian a profundidad las causas que generan
la violencia, principalmente aquellas relaciona-
das con los varones heterosexuales, el estudio
de los aspectos antropológicos culturales, per-
mitiría demostrar que la violencia de género se
utiliza como una herramienta para demostrar la
reafirmación del dominio, lo cual puede verse
principalmente en las relaciones familiares.
La violencia sexual, física, económica y/o
emocional que sufren algunas mujeres a ma-
nos de hombres que han sido sus compañe-
ros sentimentales, son producto de un esque-
ma histórico, social y cultural. El origen de esta
son las relaciones familiares, desde la forma-
ción temprana en el hogar, donde se produce
el sometimiento de las mujeres a los designios
masculinos, la figura de autoridad se encarna
en el sexo masculino, el padre, el abuelo, los
hermanos, los tíos, los hijos o cualquier otra fi-
gura masculina que habite bajo ese techo. En
la mayoría de los casos, estas conductas no
son percibidas como una forma violencia por
las víctimas, al surgir de una manera etérea,
que las hace acostumbrarse a vivir normadas
bajo el control masculino sobre sus actos (Ma-
letzky, 2016, p. 86). La presencia masculina y
el consentimiento son dos elementos que se
encuentran presentes en la vida de muchas
mujeres, aunque no se encuentre en el mismo
plano, menciónese el ejemplo de la violencia
de tipo sexual en las relaciones de pareja. Para
muchos varones, la autorización por parte de
las mujeres para realizar actos de contenido se-
xual es pasado por alto, el cómo y cuándo para
tener relaciones sexuales se vuelven meros for-
malismos en el mejor de los casos, se tornan
palabras sin sonido o sentido para los oídos de
aquellos dominados por sus apetitos sexuales.
El tener relaciones sexuales es asumido
cultural y socialmente como una obligación
por parte de la mujer ante los designios del
hombre. Diversas religiones dan la aprobación
ante esta afirmación como son la católica en la
primera carta a los Corintios la cual dice:
El hombre debe satisfacer a su mujer en
todo lo que ella necesita como esposa. De
la misma manera, la mujer con su esposo.
La mujer no tiene autoridad sobre su pro-
pio cuerpo, sino su esposo. Asimismo, el
esposo no tiene autoridad sobre su propio
cuerpo, sino su esposa (Sagrada Biblia de
Jerusalén, 1 Corintios 7:3-5).
Si bien en un principio se manifestó que
tanto el hombre como la mujer estaban en una
igualdad de poder y circunstancias, téngase
en cuenta que los dogmas de estas religiones
obedecen a un patriarcado férreo, entonces,
resulta lógico que, al ser dictado, interpretado
y practicado por los hombres, fueran relegán-
dole importancia a la mujer, al punto de quedar
la última completamente sometida a los desig-
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La masculinidad y las agresiones sexuales bajo un enfoque jurídico y de género
nios sexuales del varón. La mujer es vista como
un objeto de deseo sexual, doctrinas como el
capital erótico simplemente refuerzan dicho es-
tereotipo (Márquez, 2020). Para los hombres,
el consentimiento de las mujeres para el acto
sexual importa poco o nada con tal de satis-
facer sus fantasías sexuales, ejemplo de ello
son los disfraces ofertados para el consumo
femenino en las fiestas de Halloween: la mu-
cama sexy, la vampira sexy, la enfermera sexy,
la policía sexy, la colegiala sexy, en general, la
toda sexy. Si bien estos atuendos desde una
campaña publicitaria pueden dar un sentido de
apoyo a la libertad sexual a la mujer, el mensaje
oculto es la comercialización del cuerpo feme-
nino y la satisfacción de las fantasías sexuales
del varón, bajo la premisa de que el hombre
heterosexual puede pensar y hacer distintas
actividades, pero todas estas las puede dejar
de lado si existe una insinuación directa o indi-
recta a sostener coito con una mujer. Aunado
a la constante sexualización de las mujeres en
distintos medios de comunicación, por lo cual
en novelas, series o películas como son las de
«James Bond, el agente 007» se crean perso-
najes femeninos con los que cualquier hombre
heterosexual desearía acostarse, volviendo al
sexo un aspecto esencial de la trama, pero no
así la relación afectiva. Por su parte, las mu-
jeres publican novelas en las cuales raramen-
te se encuentran personajes femeninos cuyo
aspecto físico sea desagradable o mediocre
incapaces de amar a los hombres o ser ama-
das, así mismo, en el cine, las series y la lite-
ratura contemporánea las heroínas gustan de
los hombres, los encuentran fácilmente, man-
tienen relaciones sexuales con ellos y poste-
riormente en las siguientes cuatro líneas de la
historia los corren y a todas estas heroínas les
gusta el sexo (Despentes, 2007).
Si bien puede tomarse lo anterior como
una muestra de empoderamiento femenino,
lo cierto es que el feminismo de izquierda está
adoptando muchas de las actitudes de las cua-
les tanto se han quejado de los hombres, pare-
ciera ser que desean actuar bajo los esquemas
masculinos, por lo cual no buscan combatir el
problema desde el origen, más bien pretenden
readaptarlo a la condición femenina. Lo ante-
rior refuerza la concepción masculina de «libi-
do», por tanto, el sostener relaciones sexuales
se vuelve una necesidad fisiológica que debe
ser satisfecha en el momento en que sientan
ese impulso, tal como comer o ir al baño, máxi-
me, si en la cultura mainstream bombardea con
la idea de que las mujeres están tan dispuestas
como los hombres a tener relaciones sexuales
en cualquier momento sin importar la existen-
cia de una relación afectiva previa.
Conforme al párrafo anterior, es posible
señalar la cultura mainstream en la cual se des-
envuelven las sociedades del siglo XXI, dan la
pauta a los varones para dejar de lado la tem-
planza y para satisfacer los apetitos sexuales,
toda vez que la barrera entre la aceptación y el
rechazo se ha difuminado. Tal y como lo afirma
Zola (2018):
Los niños se han vuelto hombres sin tener
como modelo a un hombre adulto respon-
sable, sino al centauro; por lo tanto, no
saben que entre el varón y la mujer puede
existir una sexualidad hecha de consenso e
incluso de ternura; no conocen otro modo
de usar la mano y el pene, sino el modo vio-
lento de Neso.
Recuérdese que el centauro era aquella
criatura que se guiaba por medio de sus im-
pulsos sexuales, antes que por la razón, de
manera que no medían las consecuencias de
sus actos, forzando la cópula. Bajo un estudio
simbólico, cabría mencionar que la templanza
en la antigua Grecia era representada por un
hombre fornido sosteniendo a un brioso corcel,
mientras el centauro es encarnado como un
ser antropomórfico con el torso, brazos y ca-
beza de hombre, pero de la cintura hacia abajo
posee el cuerpo de un caballo, curiosamente
en la parte donde se encuentran los genitales,
ello implica la potencia sexual: la dominación.
Las violaciones entre cónyuges conti-
núan hasta cierto punto siendo un tema poco
tratado, pues los dogmas religiosos, sociales
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y culturales han permanecido muy arraigados
en la psicología colectiva, teniendo una fuerte
influencia sobre el individuo, bajo la preemi-
nencia de que en toda relación afectiva de pa-
reja se deben satisfacer los apetitos sexuales.
Señálese que el 43,6 % de los hombres y el
37,3 % de las mujeres creen que es más pro-
bable que una mujer sea violada por un desco-
nocido. Lo cual se contrasta con el siguiente
porcentaje otorgado por Amnistía Internacional
al señalar que solo el 18,6 % de las violaciones
que se producen fuera del ámbito de la pareja
son cometidas por desconocidos (Amnistía In-
ternacional, 2018) esto significa que el 81.4 %
de las violaciones ocurren en las relaciones de
pareja, no obstante, existe una gran resistencia
por parte de las mujeres a denunciar este tipo
de actos perpetrados por sus parejas, debido
a la fuerte influencia cultural, social y religiosa.
Todo lo anterior tiene una repercusión direc-
ta en la socialización masculina, la cual inicia
desde edad temprana en los niños y niñas, en
el caso de los varones se les enseña amar los
juegos con roles de poder y a las mujeres a
amar a los hombres que los juegan, el carisma
masculino es parte del encanto, la seducción y
sobre todo del poder, siendo el último ejercido
sobre cuerpos cuyos impulsos y deseos están
políticamente socializados (Bourdieu, 2001),
es decir, en las cuestiones relacionadas con la
pasividad y la actividad sexual.
Los embates jurídicos han podido ir rele-
gando estos pensamientos, en algunos países
de manera temprana y en otras de forma tar-
día, sin embargo, se concuerda que las rela-
ciones carnales entre los cónyuges únicamen-
te deben darse mediante el consentimiento de
ambos, de otra manera sería una violación,
señalar que la persona se encontraba en un
estado de ebriedad o drogadicción para tratar
de justificar estos actos no implica una razón
suficiente, además de ser una agravante (Ju-
risprudencia de registro 175719, febrero 2006).
Muchas mujeres no denuncian este tipo
de violencia, o bien denunciándola las autori-
dades no le dan el seguimiento correspondien-
te, lo cual impide combatir con mayor eficacia
la violencia sexual contra las mujeres. Este
problema es sistemático en América Latina: en
México, durante el año 2020 se denunciaron
5519 presuntos delitos de violación (Instituto
Nacional De Las Mujeres Sistema de Indicado-
res de Género, 2021); en Argentina, en 2018
se denunciaron 4.141 presuntas violaciones;
mientras en Perú, un total de 328 menores de
14 años han tenido partos que han sido pro-
ductos de una violación (DW Noticias). Añá-
dase que en países como México la violencia
contra las mujeres tiende a incrementar o dis-
minuir dependiendo el grupo de edad al cual
pertenezcan, las mujeres entre 25 y 34 años
son las que reportan la prevalencia de violen-
cia total más alta (70.1 %), seguida por las mu-
jeres de 35 a 44 años (68.9 %) (INEGI, 2020).
No es la masculinidad en sí misma la ge-
neradora de violencia, sino el ambiente en el
cual se ha pretendido desarrollar a la mayoría
de los hombres heterosexuales, el aspecto cul-
tural, tiene una mayor relevancia que el ámbito
jurídico, pues el derecho es reactivo, mientras
el cultural es formativo, resulta más complejo
deshacer estigmas formativos que la califica-
ción y sanción de las conductas ilegales, por
ello es que en este tipo de situaciones se deben
buscar los orígenes culturales de la violencia.
Constantemente se habla de una estruc-
tura patriarcal, donde pareciera ser que los úni-
cos culpables son los hombres, si bien el deno-
minado patriarcado es una concepción donde
se prioriza la figura masculina, lo cierto es que
tanto los hombres como las mujeres han cola-
borado —en gran medida— a la creación de lo
que debe ser lo masculino, al establecer, guiar
y reforzar las reglas de comportamiento propias
de las mujeres dentro de la sociedad y consin-
tiendo la perpetuación de los privilegios mascu-
linos desde los primeros círculos de interacción,
es decir, la familia. La crianza de los hijos varo-
nes juega un papel relevante en la perpetuación
de esta estructura, principalmente en la división
de las tareas del hogar.
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La masculinidad y las agresiones sexuales bajo un enfoque jurídico y de género
La violencia familiar equiparada exige,
como uno de los elementos del tipo penal, que
exista entre activo y pasivo una «relación de
hecho» la cual puede involucrar a la figura del
noviazgo (Tesis aislada de registro 163247, di-
ciembre 2010). Las relaciones de noviazgo del
siglo XXI están más abiertos a la sexualidad y
menos a los formalismos de siglos pasados, es
propicio decir que las parejas sostienen rela-
ciones sexuales sin establecer una formaliza-
ción forzosa de la relación, es común que se
produzca una situación de violencia si alguna
de las partes no desea tener relaciones sexua-
les, ya que el noviazgo es visto actualmente
como una forma fácil de tener sexo sin la ne-
cesidad de establecer un compromiso a futu-
ro. En un estudio realizado en 2020 en México
sobre violencia familiar se estableció que la po-
blación de 18 años y más que sufrió violencia
en el entorno familiar señaló que el agresor era
miembro del hogar, la muestra marcó que, sin
parentesco especificado, era el 43.9 %, lo cual
involucra una relación de noviazgo, en contra-
posición a la identificación de una relación for-
mal como del (la) esposo(a) o pareja sentimen-
tal refleja un 22.9 % de la encuesta (Instituto
Nacional de Geografía y Estadística, 2020).
Curiosamente se genera una situación
contradictoria, pues en las relaciones de no-
viazgo sin compromiso pareciera ser que el
hombre disfruta más de la compañía de sus
amigos, que del amor de su novia. La mujer
se vuelve un objeto con quien libera momen-
táneamente la tensión sexual, pero este com-
portamiento ha sido constantemente practica-
do a lo largo de la historia de la humanidad,
ejemplo de ello son las culturas guerreras de la
antigüedad: los espartanos mantenían relacio-
nes homosexuales entre los miembros del ejér-
cito y la mujer era vista únicamente como una
procreadora de la especie. Cierto es que parte
de esta tendencia permanece en las relaciones
de pareja del siglo XXI, un ejemplo burdo, cari-
caturesco y, a su vez, verdadero es aquel que
involucra a los jugadores de football americano
y las porristas de sus equipos, en los cuales las
mujeres son infravaloradas por su condición
sexual, siendo tratadas como objetos antes
que como personas, muchos equipos de po-
rristas de la NFL, NBA y NHL han presentado
sus quejas por estas condiciones de misoginia
y acoso que viven tanto por jugadores como
por aficionados (Macur y Branch, 2018) o bien
fungir como escorts de los ejecutivos, ergo, su
dignidad no importa, los ataques, denigracio-
nes y humillaciones se vuelven actividades re-
petitivas que deben soportar, al desenvolverse
en ambientes donde existen estereotipos de
dominación sexual muy marcados. Es real-
mente curioso y contradictorio que los grupos
feministas radicales luchen a favor de prohibir
los certámenes de belleza bajo el argumento
de que se promueven estereotipos de belleza,
y señalan que eso violenta a las mujeres, mien-
tras que en este tipo de actividades las mujeres
realizan shows de medio tiempo para entrete-
ner a un público predominantemente masculi-
no, además de ir vestida con ropas muy ajus-
tadas que resaltan ciertas partes del cuerpo
como son los senos y los glúteos, mientras que
el abdomen, los brazos, muslos y pantorrillas
se encuentran descubiertos. Lo señalado con
anterioridad representa un tipo de violencia co-
nocida como violencia simbólica, al realizar un
estereotipo de la mujer y ofrecerla como una
mercancía para satisfacer las fantasías sexua-
les de los hombres heterosexuales, lo cual pa-
reciera indicar que los hombres heterosexua-
les no pueden contener sus apetitos sexuales
y las mujeres deben satisfacerlo, creándose el
estigma performativo de que la masculinidad
conlleva actuar con violencia para la imposi-
ción de la voluntad y el libido.
Debe resaltarse que el Estado mexicano
ha creado leyes para proteger los derechos de
las mujeres ante cualquier tipo de violencia,
entendiendo que las mujeres forman parte de
un grupo vulnerable, por ello se crean normas
como la ley general de acceso de las mujeres
a una vida libre de violencia, el reglamento ge-
neral a la ley general de acceso de las muje-
res a una vida libre de violencia, el reglamento
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para el funcionamiento del sistema nacional
para prevenir, atender, sancionar y erradicar la
violencia contra la mujeres, en atención a los
tratados internacionales como la convención
sobre la eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer, y la conven-
ción interamericana para prevenir, sancionar
y erradicar la violencia contra la mujer (Belém
Do Pará), todo lo anterior para prevenir que
las mujeres sean víctimas o revictimizadas por
parte de sus parejas sentimentales o bien por
parte de la autoridad.
III.
EL COITO, LA VIOLENCIA Y EL DOMINIO
MASCULINO
El tener coito se ha vuelto un acto capaz
de ser reclamado en cualquier momento y de
cualquier forma, incluso si esto conlleva un de-
trimento económico al contratar los servicios
de una persona dedicada al sexo servicio. Los
principios del placer implican obtener una sa-
tisfacción sin importar el medio. ¿Sin importar
el medio? Podría sonar como algo ilegal o pa-
rafílico (Díaz y Latorre, 2021, p. 78), una con-
secuencia dispuesta a pagarse si se puede re-
afirmar el dominio, y el placer, que confiere la
satisfacción de los apetitos sexuales, el disfrute
del acto sexual por parte del otro ser humano
se vuelve un aspecto poco relevante para algu-
nas personas, el dinero, el uso de la fuerza o la
violencia, son simples medios para llegar a un
fin, el cual es la dominación.
¿Por qué si los hombres recurren a los
servicios de una prostituta para saciar su li-
bido, se producen episodios de violencia se-
xual? Autores como Pheterson señalan que la
vagina de una mujer es vista como un fetiche
y tratado como algo sagrado, un secreto y un
tabú, la comercialización del sexo en muchos
países sigue siendo un estigma castigado en
sus ordenamientos jurídicos (1993, p. 55), sin
embargo, existen legislaciones donde se le ha
dado un giro, cambiando el paradigma, aho-
ra castigando al cliente y no a la persona que
presta los servicios sexuales, como en Francia,
donde la ley tiene como fin último luchar con-
tra el proxenetismo (loi no.2016-444 13 du avril
2016). La despenalización de esta actividad
en algunos gobiernos es considerablemente
reciente, en Canadá, por ejemplo, la práctica
quedó despenalizada en el año 2013, sin em-
bargo, mantuvo ciertas reservas y señaló lími-
tes sobre los cuales se puede ejercer la pros-
titución, siempre que lo haga de una manera
que no infrinja los derechos constitucionales
de las prostitutas, como son su derecho a la
salud, la seguridad y la vida (Caso Bedford vs.
Canadá 2013 SCC 72, 3 SCR, 1101).
En Colombia, la Corte Constitucional ha
señalado que a falta de una regulación con-
creta y de la construcción normativa se desen-
vuelve en la modalidad de un contrato realidad,
lo cual implica una condición similar con otro
sujeto, por lo tanto, debía existir una protección
a sus derechos sin discriminación (Sentencia
T-629/2010 Corte Constitucional de Colombia).
Mientras que México despenalizó la prostitu-
ción en 2019, la entonces jefa de gobierno,
Claudia Sheinbaum Pardo, aseveró que «el
trabajo sexual es un fenómeno social de gran
complejidad y que posee un abanico amplio
de prácticas por lo que se debe buscar innovar
en cuanto a su regulación jurídica».
En Europa, no es muy diferente la situa-
ción con la práctica de los servicios sexuales,
en países como Francia, Islandia, Irlanda y Sue-
cia la prostitución es catalogada como ilegal,
imponiendo penas a las personas que prestan
este servicio, así como, a quienes lo contra-
tan, además, señala que es un aspecto de la
violencia específico de género, la abrumadora
mayoría de víctimas son mujeres y niñas, mien-
tras perpetradores son habitualmente hombres
(Ministerio de Industria, Empleo y Comunica-
ciones, departamento de Igualdad de Género,
2004) lo anterior conforme al sentido de domi-
nación. Sin embargo, la facilidad de movilidad
entre los ciudadanos de la comunidad europea
les permite ir a países donde la legislación es
mucho más flexible o ambigua como el caso
de España. Pueblos como «La Junquera» en
Cataluña son considerados los burdeles euro-
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Revista
YACHAQ
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La masculinidad y las agresiones sexuales bajo un enfoque jurídico y de género
peos, al contar con prostíbulos como Paradise
uno de los más grandes en toda Europa (Ca-
rranco, 2020) el caso de «La Junquera» es real-
mente interesante porque al tener una posición
geográfica fronteriza, leyes flexibles respecto a
la prostitución, la actividad llega a rebasar los
estándares previstos, pues por cada diez habi-
tantes hay una prostituta, ergo es catalogado
como un parque temático de prostitución para
los franceses (López, 2018).
Las personas que se dedican a este tipo
de prácticas sufren de violencia física y sexual,
al involucrar dinero, el erotismo masculino
asocia la búsqueda del placer con el ejercicio
brutal del poder sobre los cuerpos, lo cual con-
lleva a la imposición de su voluntad y la satis-
facción de sus apetitos sexuales, sin importar
lo retorcidas que sean sus fantasías o la segu-
ridad e integridad de la persona dedicada al
sexo servicio, volviéndose un objeto. En ese
tenor, el dinero forma parte integral de modo
representativo de las perversiones, porque la
fantasía perversa no es intangible e ininteligi-
ble, se concreta mediante el pago, en el cual
la persona que paga por los servicios sexuales
considera poseer todos los derechos sobre el
cuerpo del otro, sin tener ningún tipo de obli-
gación hacia esta persona, máxime porque la
ideología social ha establecido que la mujer
solo puede dar su cuerpo como ofrenda pu-
ramente gratuita al entablar una relación amo-
rosa (Bourdieu, 2001), de manera que el pago
por los servicios sexuales es visto como una
adquisición, la cual no tiene que tratarse con
aprecio al no existir una relación afectiva, y el
acto sexual realizado con la prostituta o prosti-
tuto, no es catalogado como un acto de amor
o regalo. Autores como Klossowski (1974) han
estudiado a profundidad la obra de Sade, de-
muestran que la noción de valor y precio está
contenida en el corazón mismo de la emoción
voluptuosa, es decir, propiamente en el coito, y
nada es más contrario al disfrute que el obse-
quio, pues la primera noción se vincula con la
satisfacción de la libido, mientras la segunda
consiste en una relación afectiva que debe cui-
darse para que perdure.
La concupiscencia del contratante se en-
cuentra pactada en una cantidad líquida, mis-
ma que le permite extralimitarse para saciar
sus apetitos sexuales. La sexoservidora es sim-
plemente valorada como un cuerpo, un mero
recipiente para el desahogo de sus fantasías
sexuales o parafilias, que no podrían conseguir
en una relación estable, ya sea por la falta de
confianza con su pareja, o bien para guardar la
apariencia y no mostrarse como un depreda-
dor sexual.
El acto sexual es visto en sí mismo como
una forma de dominación, apropiación o pose-
sión por parte de los varones (Bourdieu 2001,
p. 44). Hombres y mujeres discrepan en las
expectativas que involucra el acto sexual, las
mujeres que se encuentran física y emocional-
mente preparadas para su realización, no dan
prioridad a la penetración como un factor de-
cisivo en el coito, prefieren actividades como
hablar, las caricias, los abrazos, entre otras. Sin
embargo, los hombres se inclinan a un pensa-
miento compartido respecto de la sexualidad,
concebido como un acto de conquista por
medio de la agresión y esencialmente físico,
orientado a la penetración y al orgasmo (Rus-
sell, 1983). Bajo esta concepción, muchos de-
predadores sexuales realizan actos vinculados
con el hostigamiento, el acoso y la violación,
cuyo objetivo real no es la gratificación sexual,
sino el sentido de superioridad y sometimiento,
partiendo de los esquemas de poder y domi-
nación, mediante la agresión y la violencia. La
masculinidad, errónea y lamentablemente, se
aprecia como un aspecto violento en el cual
importa más la satisfacción de la libido y los
placeres sexuales, antes que establecer una
conexión emocional con la pareja en turno; si
el aspecto emocional se sobrepone antes que
la satisfacción sexual, implica debilidad ante
la mirada juzgante de la mayoría de los miem-
bros de la comunidad masculina.
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YACHAQ
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Ubaldo Márquez Roa
IV.
LAS AGRESIONES SEXUALES COMO FOR-
MA DE DOMINIO
¿Por qué el hombre busca un dominio se-
xual? La pregunta en cuestión retoma los con-
ceptos de coraje y bravura, en verdad ambos
conceptos tienen sus raíces directas en la co-
bardía, el matar, torturar, o violar, las cuales pro-
vienen en sí de la voluntad por dominar, explo-
tar u oprimir mediante el miedo. La dominación
masculina involucra conceptos como la violen-
cia y la agresión, el primero es definido como
una manifestación del poder y dominio con la
intención de controlar a otros por medio de la
agresión, esta última es una conducta cuya
intención es dañar física, emocional o psicoló-
gicamente a otra persona (Balladares, 2004),
guiado por el impulso, aquello que Nietzsche
llama la voluntad del poder (Nietzsche, 1981).
La agresión puede realizarse de manera
inconsciente o consciente, si se realiza de la
primera forma puede ser catalogada también
como una forma de repeler una amenaza. En
su segunda forma se usa como una herramien-
ta de la violencia. La perversidad sexual, no se
genera únicamente por el impulso biológico, al
partir de un enfoque conductual del aprendi-
zaje social, lo observado y escuchado dentro
del entorno social juega un papel determinante
para el comportamiento del individuo, partir de
un esquema donde las mujeres son tratadas
como objetos de satisfacción sexual por los
hombres, hará que se reproduzca el mismo
patrón, aunado a la teoría de las expectativas
mediante la cual los individuos se comportan
de una forma violenta pensando que ganarán
algo (Bartol, 2017), en la percepción masculina
es la reafirmación del dominio y viril.
Las perversiones sexuales pueden de-
mostrar hasta cierto punto una patología en la
persona que la comete, algunos estudios rea-
lizados sobre los estupradores que actúan de
forma aislada en tiempos de paz señalan que
solo un cuarto de ellos no tiene problemas se-
xuales durante la agresión, el resto podría sufrir
de algún tipo de disfunción eréctil, eyaculación
precoz o retrasada, es decir, los problemas se
enfocan en los aspectos de la libido, el con-
secuente involucra a la masculinidad, al girar
culturalmente en aspectos relacionados con
la sexualidad. En el primero de los casos se
trata de sujetos que, aparentemente, no tienen
esas dificultades durante las relaciones sexua-
les consensuadas y libres (Bourke, 2001), sin
embargo, la psicopática y la neurosis del estu-
prador solitario saltan a la vista, al agredir a la
víctima para demostrar su dominio por medio
de la violencia, con ello trata de compensar su
inseguridad personal causada por los factores
psico-biológicos, enfocada a la virilidad del
cuerpo masculino, la ausencia de esta implica
una insatisfacción sexual y una burla por una
posible impotencia a los ojos de otros hombres.
El concepto de violencia sexual puede ser
entendido a través de una serie de elementos
a fin de que pueda ser apreciada de la siguien-
te manera:
Todo acto sexual, la tentativa de consumar
un acto sexual, los comentarios o insinua-
ciones sexuales no deseados, o las accio-
nes para comercializar o utilizar de cualquier
otro modo la sexualidad de una persona me-
diante coacción, independientemente de la
relación de esta con la víctima, en cualquier
ámbito, incluidos el hogar y el lugar de tra-
bajo. La coacción puede abarcar una am-
plia gama en los grados del uso de la fuerza,
además de la fuerza física, puede existir la
intimidación psíquica, la extorsión u otras
amenazas, como el daño físico, el despedir
a la víctima del trabajo o de impedirle ob-
tener el trabajo que busca. También puede
ocurrir cuando la persona agredida no está
en condiciones de dar su consentimiento,
por ejemplo, porque está ebria, bajo los
efectos de un estupefaciente o dormida o
es mentalmente incapaz de comprender la
situación. (Márquez, 2020, p. 68).
Durante los conflictos armados es posible
observar la violencia sexual hacia las mujeres,
ellas son vistas como parte de una población
enemiga, una seudo especie diferente, son el
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La masculinidad y las agresiones sexuales bajo un enfoque jurídico y de género
botín de guerra. Los conflictos armados prolon-
gados hacen que muchos hombres que no han
visto a sus parejas en mucho tiempo se vean
privados de verdaderas relaciones afectivas y
sexuales. El ámbito militar, a pesar de aceptar
a mujeres dentro de sus líneas, continúa sien-
do un ambiente muy misógino en la formación
de las tropas, por ende, para los soldados en-
contrar mujeres puede ser algo psicológica-
mente perturbador (Zola, 2018). Ciertamente
la confiscación del cuerpo, los apetitos y de-
seos sexuales de las mujeres por parte de un
tercero es la confiscación de estos elementos
de manera simbólica al cuerpo de los hombres
(Despentes, 2007), el dañar a las mujeres es
producir un daño directo en la hombría de los
varones con ello, lograr una desmoralización
en sus deseos por seguir combatiendo.
La violación es considerada un crimen de
lesa humanidad contemplada en el Estatuto de
Roma en su artículo 7, pues busca quebrar la
voluntad de la víctima, al generar un sufrimiento
severo, el fin último de la violación es intimidar,
degradar, humillar, castigar o controlar a la per-
sona que la sufre. Para clasificarla como tortura
debe atender a la intencionalidad, el sufrimien-
to y la finalidad del acto, al tomar de manera
específica la circunstancia del caso (Cfr. Corte
IDH Caso Mujeres Víctimas de Tortura Sexual
en Atenco Vs. México, y Caso Azul Rojas Marín
y otra Vs. Perú). En una zona de combate, los
violadores eligen a sus víctimas con base en
los criterios estéticos (Brownmiller, 1981, p. 18)
y morfológicos, propiamente de lo que consi-
deran una raza inferior, ejemplo de ello fue lo
acontecido en Ruanda, donde la milicia Hutu,
mataba a los niños Tutsi, para eliminar a la ge-
neración siguiente y perpetraban sexualmente
a las mujeres tutsis con la finalidad de eliminar
al grupo ético, evitando con ello que engendra-
ran miembros de esta etnia (Bruneteau, 2004,
p. 66), máxime cuando en ocasiones se les te-
nía como esclavas sexuales.
La mentalidad criminal o mens rea de la
violación es la intención de efectuar la pene-
tración sexual sin que la víctima dé su consen-
timiento, en la mayoría de los casos, incluye
cualquiera de las tres siguientes categorías:
1. Actividad sexual acompañada de fuerza
o amenaza de fuerza contra la víctima o
contra una tercera persona.
2. Actividad sexual acompañada de fuerza
o, alternativamente, de una variedad de
otras circunstancias especificadas que
provocaron que la víctima fuera especial-
mente vulnerable o negar su capacidad
de pronunciar un rechazo motivado.
3. Que la actividad sexual ocurriera sin el
consentimiento de la víctima.
(Cfr. Caso Prosecutor v. Dragoljub Kuna-
rac, 2002, párr. 445).
En lugares como Bosnia, Herzegovina y
Ruanda las mujeres sufrieron de esclavitud se-
xual y violaciones reiteradas, si bien no se en-
contraban encerradas en ningún lugar concre-
to y aparentemente eran libres de marcharse,
por la situación de conflicto que vivían estos
países las mujeres no tenían ningún sitio segu-
ro al cual ir, lo cual hacía que su vida estuviera
en peligro. La esclavitud de tipo sexual puede
existir sin la necesidad de la tortura o violencia,
el hecho de estar bien alimentadas, vestidas, o
permanecer en lugares confortables no implica
la inexistencia de una falta de consentimiento,
por lo cual no podría justificarse la calidad de
vida otorgada mediante una servidumbre vo-
luntaria como contraargumento ante una cri-
sis humanitaria (Case No. 4: United States v.
Oswald Pohl and Others, 1997). Volviéndose
las mujeres, niños, niñas y adolescentes un
grupo especialmente vulnerable como víctimas
de los crímenes de guerra o lesa humanidad,
así como de la dominación masculina.
Conforme a lo anterior, es posible obser-
var que la gran mayoría de las agresiones se-
xuales son producidas por los hombres en la
búsqueda por establecer sobre dominio e im-
poner su voluntad frente al sexo femenino, el
cual lamentablemente desde un aspecto histó-
rico, social y cultural ha sido catalogado como
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Ubaldo Márquez Roa
el más débil, sin embargo, esta debilidad, no
se encuentra únicamente refleja en una aspec-
to relacionado con el sexo, sino en actitudes y
comportamientos que no se asemejen al ideal
de hombría, es decir, aquellos rasgos que no
sean propios de lo masculino.
V.
LAS VIOLACIONES EN PRISIÓN SON AC-
TOS POLÍTICOS Y DE PODER
En el caso de los delitos de violación per-
petuados contra las mujeres u hombres, el
simbolismo oculto refiere, como se ha señala-
do principalmente, al sentido de dominio. En
el caso de las violaciones perpetradas hacia
otros hombres en ambientes hostiles como
son las prisiones, la penetración y el poder es-
tán asociados con las prerrogativas de la élite
masculina gobernante, rendirse a la penetra-
ción era una abrogación simbólica del poder y
la autoridad (Boswell, 1990, p. 55).
La definición de cuerpo se basa en la prin-
cipal atención a los órganos sexuales, en los
varones, estos se encuentran expuestos, lo
cual permite practicar actos de reconocimien-
to de autoridad en aquella frontera entre el
dominante y el dominado. Aquello que se en-
cuentra escondido implica una falta de bravura
para hacer frente a los peligros, es sinónimo
de cobardía, algo que resulta incompatible con
la hombría, por ello estas características son
propias de la debilidad y de la inferioridad. En
las prisiones, las personas privadas de su liber-
tad juegan los roles de depredador y presa, la
dureza pone a prueba la hombría, lo expues-
to se enfrenta con lo oculto, las emociones
se vuelven mucho más poderosas cuando de
manera visible traicionan a sus portadores; el
sonrojarse, tartamudear, la torpeza, los temblo-
res, el enfado o la rabia impotente, someten a
sus portadores antes que el depredador ápex
que los acecha. La consumación del acto se-
xual se vuelve una simple confirmación de la
derrota de su hombría y dominio, tal y como lo
señala Wilbert Rideau «la violación en prisión
raramente es un acto sexual, sino uno violen-
to, político y una representación de los roles
de poder» (Sinclair, 1979, p. 66), aquel hombre
que es violado debe asumir el rol de «propie-
dad» de su perpetrador, pues ha perdido su
masculinidad ante los ojos del resto de la po-
blación penitenciaria y es sometido al vasallaje,
en la representación de los roles de poder.
El abuso sexual dentro de los centros pe-
nitenciarios es una verdad que resulta difícil de
ocultar, es una muestra más de la crisis global
en materia de políticas de equidad de género y
derechos humanos. La violación masculina en
estos lugares se vuelve un tema incómodo en
el debate público, tal y como lo señala Sthe-
phen Donaldson, expresidente la organización
Stop Prisoner Rape (Human Rights Watch,
2001, p. 12), de manera que las víctimas son
silenciadas por el miedo a sus agresores y por
el mismo sistema que prefiere no hablar sobre
el tema. La elección de las personas que se
convierten en objetivos de ataques sexual en
las prisiones presenta una serie de caracterís-
ticas tales como la edad, el físico, las preferen-
cias sexuales o las características propias de
su carácter como el ser tranquilo, tímido e in-
telectual, lo cual demuestra pasividad, en este
ambiente se asocia con lo femenino. En contra-
posición al esquema socio-cultural de aquello
que representa la masculinidad, por ejemplo,
la corpulencia, la agresividad y la heterosexua-
lidad, es decir, lo que se encuentra expuesto.
Amnistía internacional ha señalado la di-
ficultad para detectar a los agresores sexua-
les en las prisiones, sin embargo, dan ciertas
pautas que embonan en campos de las cien-
cias naturales como la zoología. Las personas
privadas de libertad que cometen violaciones
o agresiones sexuales generalmente lo hacen
sobre personas más jóvenes, por debajo de
los treinta y cinco años, además, el agresor es
más corpulento, enérgico, agresivo y ha sido
condenado por delitos graves, es conocedor
del entorno carcelario (Human Rights Watch,
2001, p. 50). Las características dadas con an-
terioridad refieren a la dominación la cual es
propia de los instintos agresivos; en el campo
de la zoología, los machos alfas se imponen so-
249
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La masculinidad y las agresiones sexuales bajo un enfoque jurídico y de género
bre otros de su camada por su tamaño, fuerza,
edad, agresividad y el control de su entorno.
El abuso sexual en las prisiones puede
darse por los presos o bien por los responsa-
bles de mantener el orden y control de las per-
sonas privadas de la libertad, organizaciones
internacionales como Just Detention Internatio-
nal (2015), han establecido una definición de
abuso sexual en prisión la cual dice:
Cualquier contacto sexual no deseado o por
amenaza de otro interno, y cualquier tipo de
contacto sexual por un miembro del perso-
nal, con o sin penetración y sin importar el
género del perpetrador o de la víctima. El
abuso sexual sucede tanto en las prisiones
de mujeres como las de hombres y los per-
petradores pueden ser del mismo género o
del género opuesto al de sus víctimas.
El hombre que es violado en prisión se
convierte en un objeto de explotación sexual
continua por parte de su perpetrador y del
resto de la población. Denunciar estos actos
ante la autoridad resulta contraproducente
antes que benéfico, los procedimientos de
quejas internas casi nunca prosperan y el dic-
tado de una medida cautelar que permita su
protección se vuelve ilusorio, este conjunto de
procedimientos suele ser difíciles de seguir en
especial para los sobrevivientes traumatizados
(Cfr. Case Woodford v. Ngo, 548 U.S. 81, pp.
89 y 90). Primero, por la especialización de la
materia y la ausencia de un asesoramiento le-
gal. Segundo, por los altos niveles de corrup-
ción los cuales incluyen el filtro de información
entre las autoridades, lo cual llega a los oídos
de los perpetradores produciéndose las repre-
salias, muchas de ellas conllevan agresiones
sexuales. Ergo, para los hombres que han sido
abusados en prisión es más fácil intercambiar
favores sexuales a fin de obtener protección.
El cuerpo se vuelve la moneda de cambio, se
transforma en frontera que lo posiciona como
dominante o dominado, en este ambiente se
reafirma como hombre o se vuelve objeto de
satisfacción de los apetitos sexuales de otros.
VI. CUANDO LA VÍCTIMA DE UNA VIOLA-
CIÓN ES UN HOMBRE HETEROSEXUAL SE
VUELVE TABÚ
La denuncia de los delitos de concernien-
tes a la libertad sexual entre los hombres es un
tabú, ya que, la mayoría de las ocasiones, el
hombre heterosexual es visto como un perpe-
trador y no como una víctima, si bien estos de-
litos son pocos denunciados por las mujeres,
entre los hombres es casi nulo. ¿Por qué suce-
de esto? En el caso de las mujeres, la respues-
ta se obtiene a través de los estereotipos de
género, organizaciones internacionales como
Amnistía Internacional en su sección española
señaló que el 40.9 % de los hombres y el 33.4
% de las mujeres consideran que la responsa-
bilidad para controlar el acoso sexual reside en
la mujer acosada (Amnistía Internacional, 2018,
p. 44), lo anterior provoca una revictimización
en las mujeres, creándose la errónea percep-
ción de que el hombre no puede controlar sus
impulsos sexuales, siendo responsabilidad de
la mujer evitar cualquier tipo de insinuaciones.
¿Pero qué pasa con los varones hetero-
sexuales violentados en su intimidad sexual?
Previamente se había abordado el tema de la
violencia sexual dentro del contexto penitencia-
rio, no obstante, los reportes de estos crímenes
son casi nulos en la sociedad civil, pareciera
ser algo de lo que se prefiere no hablar, pues
resulta incómodo, y pudiera pensarse que no
se desea que encuadre con los estándares de
protección de género, al percibir a la masculini-
dad como algo que no requiere protección es-
pecial, generando una brecha en la equidad de
género, al considerar a lo masculino como algo
histórico y socialmente privilegiado. ¿Es acaso
lo mismo un privilegio que un derecho? Cierta-
mente no, pues el primero goza de un carácter
temporal y puede ser revocado o suprimido,
mientras el segundo es permanente y válido
sin importar las circunstancias de modo, tiem-
po y lugar. Bajo esa premisa puede observarse
que en México, por cada 9 delitos sexuales co-
metidos contra mujeres, hay 1 delito sexual co-
metido contra hombres (Instituto Nacional de
Estadística y Geografía, 2019,), asimismo, en
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Ubaldo Márquez Roa
Estados Unidos de Norteamérica las estadísti-
cas muestran que, en 2019 se reportaron un to-
tal de 406,970 mujeres que fueron víctimas de
una agresión sexual, mientras que en el caso
de los hombres se reportaron 52,336 (Statista
Research Department, 2020), en el caso de las
mujeres fueron 8 veces más que en los varo-
nes, ello no implica que los hombres no sean
violentados en su sexualidad, sino que existen
pocos que se atreven a denunciar estos actos.
Los hombres y mujeres comparten muchas
razones para no notificar a las autoridades so-
bre la violencia sufrida, principalmente se debe
a la carencia de apoyos, vergüenza, temor o
riesgo de ser culpados, temor o riesgo de que
no les crean (Organización Mundial de la Salud,
2013), además, en el mundo —apreciado desde
la perspectiva de lo masculino— es en esencia
agresivo, vinculado al dominio y sometimiento
de los instintos y deseos ajenos a los propios,
aquello denominado como libido es simplemen-
te la culminación de los apetitos sexuales y la
reafirmación de la voluntad sobre otro.
Las agresiones sexuales en los hombres
y mujeres conllevan consecuencias físicas,
mentales y sexuales, entre las más comunes
se tienen la depresión, ansiedad, desórdenes
postraumáticos, ira, vergüenza, lástima y cul-
pa. Los hombres también enfrentan cambios
para reconciliar su identidad masculina des-
pués de una agresión sexual. Además, erró-
neamente se mantienen las percepciones de
que las víctimas masculinas son poco proba-
bles (Kimmelm 1997, p. 224. Gear, 2007, p.
100), y que los hombres heterosexuales sufren
menos daño, por el simple hecho de ser hom-
bres todo sexo es bienvenido (Escaso, 1997, p.
33), cuando en realidad aquellos hombres que
sufren de una agresión sexual pueden presen-
tar reacciones fisiológicas y psicológicas tales
como: incapacidad para moverse, gritar, tener
erecciones o incluso eyaculaciones en res-
puesta a estímulos físicos no deseados, estas
reacciones no indican un consentimiento (Le-
vin, 2004, p. 122), cuestiones que, en ocasio-
nes, pasan por desapercibidas o conveniente-
mente ignoradas por la autoridad.
El ambiente masculino se ha caracteri-
zado por su agresividad y violencia, principal-
mente en el aspecto sexual, mediante ofensas
verbales hacia una mujer cercana a un hombre
como son sus esposas, hermanas, madres o
hijas, aunque las ofensas también pueden ser
realizadas de manera directa hacia sus perso-
nas, a través de cuestionamientos directos a su
sexualidad, así como de invasiones a sus es-
pacios personales. ¿Cuáles son los efectos de
estas ofensas? El objetivo es la intimidación,
se busca que los hombres se sientan incapa-
ces de proteger a sus seres amados de otros
hombres, a fin de que demuestren ser capaces
de contrarrestar estas ofensas por medio de
impulsos violentos. Es común ver este tipo de
agresiones en el ámbito castrense, con estas
tácticas se pretende lograr un endurecimiento
de los nuevos reclutas, así mismo, es menos
probable que los hombres indiquen quienes
fueron sus agresores, pues saben que tendrán
que trabajar con ellos en diferentes labores,
además, lo asimilan como parte del entrena-
miento (Davis, 2017, p.78).
Como se puede observar, las políticas de
género no resultan equitativas, pues los hom-
bres heterosexuales también sufren violencia
de género y actos que perpetran en su intimi-
dad sexual (Cfr. Observación: CAT-GC-2, párr.
22), la misma sociedad es la que continúa re-
forzando la construcción masculina, aquello
que «significa ser un hombre». Por tanto, la
masculinidad para los hombres heterosexuales
se impone como un duro camino en el cual los
hombres deben endurecerse, creando de esta
manera la expectativa de invencibilidad mas-
culina, perpetuando en la doctrina y la prácti-
ca que las normas y políticas de género sean
aplicables para toda aquella persona que no
pertenezca al grupo de varones heterosexua-
les. La masculinidad es un lugar silencioso,
donde la pasividad, las lágrimas y la cobardía
son severamente reprimidas por las personas,
mientras la valentía y el coraje culminan con la
penetración y la hombría.
251
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La masculinidad y las agresiones sexuales bajo un enfoque jurídico y de género
Se debe partir de esquemas mucho más
amigables en la construcción de la masculini-
dad, ya que, los episodios de violencia se han
centrado en el control y dominio de un sexo
sobre el otro, así como, de todo que no encaje
en el comportamiento socialmente construido.
Por tanto, se debe reconstruir el pensamiento
masculino, y los estudios de género deben de-
jar de ver a lo masculino como algo socialmen-
te privilegiado, deben reconducir su estudio
a partir percibir a los hombres también como
víctimas directas y constantes de un ambiente
agresivo, al cual están obligados a adaptarse
debido a los estándares sociales y culturales
impuestos, volviéndolos performativos.
VII. CONCLUSIONES
Las agresiones sexuales dentro del entor-
no masculino conllevan implicaciones psicoló-
gicas y jurídicas que se han dejado de lado en
los estudios para evitar la violencia de géne-
ro, pareciera ser que la perspectiva de género
solamente debe ser aplicable para los grupos
que socialmente se han visto vulnerados, ex-
cluyendo en la mayoría de las ocasiones el
tema de las masculinidades. Las agresiones
sexuales perpetradas contra los hombres se vi-
ven en diferentes planos como son el artístico,
laboral, político, deportivo o castrense, en cada
uno de los anteriores la agresión sexual está
representada, pues es la búsqueda de un do-
minio y sometimiento de la voluntad. Los con-
ceptos de masculinidad, agresión y violencia
se encuentran unidos directamente con las ca-
racterísticas que debe tener un hombre hetero-
sexual. La investigación narrada diáfanamente
aborda a través de esquemas antropológicos
jurídicos, el impacto de las agresiones sexua-
les en los varones y su vinculación con aque-
llo denominado masculinidad. Es preocupante
observar que los estudiosos de la equidad de
género y la prevención de la violencia, poco
aborden estos temas, pareciera ser que resulta
ser un tema incómodo y del cual es preferible
no hablar, pues la concepción de masculinidad
ha partido de parámetros violentos, con la es-
peranza de que los hombres atiendan a estos
parámetros de ausencia de sensibilidad, por lo
cual las políticas de género están dejando de
lado a los hombres heterosexuales, percibién-
dolos como victimarios y no como víctimas de
las agresiones sexuales, por tanto es prioritario
realizar un movimiento de las masculinidades
a fin de lograr políticas más equitativas en la
protección de la integridad física, psicológica y
sexual de las personas.
Dentro de la presente investigación fue
posible establecer una relación ente la violen-
cia, las agresiones sexuales y la dominación,
así como sus repercusiones directas en la mas-
culinidad y sus representaciones. La masculini-
dad es un concepto socialmente construido y
se espera que los varones se comporten bajo
los parámetros socialmente impuestos, los cua-
les tienen como punto de partida, trayectoria y
destino la agresividad y la violencia. Errónea-
mente se ha concebido a la masculinidad como
una expresión de dominio con base en la vio-
lencia, se espera que los hombres sean fuertes
y logren imponer su voluntad, para ello, pueden
servirse de la violencia si es necesario. Dentro
de los estudios de género es poco perceptible
apreciar un enfoque a las problemáticas que
envuelven a la masculinidad, las agresiones se-
xuales que sufren en los ambientes penitencia-
rios y fuera de estos, tema por naturaleza incó-
modo, pues involucra una situación política de
sujeción y dominio. Debe tenerse en considera-
ción que la masculinidad es un lugar silencioso,
donde la pasividad, las lágrimas y la cobardía
son severamente reprimidas por las personas,
mientras la valentía y el coraje culminan con la
penetración y la hombría, por ello se considera
que el hombre heterosexual solo puede recurrir
a la violencia o al sexo para solucionar todos
los problemas que involucran a su vida.
La intención de usar datos estadísticos,
recopilar información de algunos reportajes
periodísticos respecto de las agresiones se-
xuales que sufren las mujeres y los hombres,
fue precisamente para contrastar la realidad
que existe en cuanto a la documentación de
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la violencia sexual que sufren los hombres,
pareciera ser que documentar o exponer es-
tos acontecimientos, el sentido de la hombría
vinculado con la virilidad pasaría a ridiculizarse
o peor sería solicitar la protección y con ello
demostrar la debilidad. Lo masculino siempre
ha tenido la representación de firmeza y fuerza,
las obras artísticas son una reafirmación de lo
anterior, obras como el gran dragón rojo y la
mujer vestida de sol de Blake representan los
dos lados de la moneda, la actividad frente a
la pasividad, la fuerza frente a la delicadeza, el
dominio y la sujeción, por ello se decidió partir
del esquema artístico general para lograr su
decantación en aspectos más particulares vin-
culados con el aspecto psicológico, social y
jurídico. La definición de cuerpo se basa en la
principal atención a los órganos sexuales, en
los varones estos se encuentran expuestos,
lo cual permite practicar actos de reconoci-
miento de autoridad en aquella frontera en-
tre el dominante y el dominado, aquello que
se encuentra escondido implica una falta de
bravura para hacer frente a los peligros, es
sinónimo de cobardía, algo que resulta in-
compatible con la hombría, por ello estas ca-
racterísticas son propias de la debilidad y de
la inferioridad. En las prisiones, las personas
privadas de su libertad juegan los roles de de-
predador y presa, la dureza pone a prueba la
hombría, lo expuesto se enfrenta con lo oculto,
las emociones se vuelven mucho más pode-
rosas cuando, de manera visible, traicionan a
sus portadores; el sonrojarse, tartamudear, la
torpeza, los temblores, el enfado o la rabia im-
potente, someten a sus portadores antes que
el depredador ápex que los acecha.
La errónea percepción de la satisfacción
de la libido de los hombres heterosexuales a
través de actos sexuales con una mujer como
elemento esencial para satisfacer parte de sus
necesidades vitales, los lleva realizar conduc-
tas que podrían caer en el ámbito de la ilegali-
dad. De manera que el tener sexo se ha vuelto
un acto capaz de ser reclamado en cualquier
momento y, de cualquier forma, incluso si esto
conlleva un detrimento económico al contratar
los servicios de una o un sexo servidor. Los
principios del placer implican obtener una sa-
tisfacción sin importar el medio. ¿Sin importar
el medio? Podría sonar como algo ilegal o pa-
rafílico, una consecuencia dispuesta a pagarse
si se puede reafirmar el dominio y el placer que
confiere la satisfacción de los apetitos sexua-
les, el disfrute del acto sexual por parte del otro
ser humano se vuelve un aspecto poco rele-
vante, el dinero, el uso de la fuerza o la violen-
cia, son simples medios para llegar a un fin,
el cual es la dominación. La concupiscencia
del contratante se encuentra pactada en una
cantidad líquida, misma que le permite extra-
limitarse para saciar sus apetitos sexuales. La
sexoservidora es simplemente valorada como
un cuerpo, un mero recipiente para el desaho-
go de sus fantasías sexuales o parafilias, que
no podrían conseguir en una relación estable,
ya sea por la falta de confianza con su pareja, o
bien para guardar la apariencia y no mostrarse
como un depredador sexual.
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