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Jessica Eliane Padilla Ramírez
Revista
YACHAQ
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A pesar de lo compleja que puede obser-
varse la realidad actual, conforme a los estu-
dios en la materia, el cambio que requerimos
para la adopción de una cultura organizacional
de integridad, es parcial; ello quiere decir que,
se trata de un cambio en el que se produci-
rán modificaciones al sistema socio estructu-
ral (objetivos, estructura, recursos humanos y
recursos materiales) pero no requiere altera-
ciones sustantivas en la cultura organizacio-
nal, por lo tanto, aunque es probable que se
presenten resistencias, se trata de un cambio
asumible por los servidores públicos.
Para ello, es indispensable la planeación
estructural y procesal, orientada a los princi-
pios de honradez, lealtad, legalidad, imparciali-
dad y eficiencia, sensibilizando sobre la impor-
tancia de guiar el comportamiento conforme a
valores de igualdad, dignidad, transparencia,
honestidad, liderazgo y trabajo en equipo.
Atendiendo a estas características particu-
lares, entre los diversos expertos en la materia,
destaca el «Plan de las ocho etapas de Kotter»
como una probable vía para la implementación
del cambio de cultura organizacional.
El profesor John Kotter, a partir de los tra-
bajos del psicólogo social Kurt Lewin, elaboró
una lista detallada de los errores comunes al
iniciar un cambio, dentro de los que incluyó: la
capacidad de crear un sentido de urgencia so-
bre la necesidad de cambio, no crear una coa-
lición que administre el proceso del cambio, la
ausencia de una visión para el cambio y comu-
nicarla con eficacia, no eliminar los obstáculos
que impiden el logro de la visión, no proponer
metas asequibles de corto plazo, la tendencia
a declarar la victoria demasiado pronto y no
anclar los cambios en la cultura de la organiza-
ción (Robbins, 2009, p. 627).
Acto seguido, determinó ocho etapas se-
cuenciales para superar estos problemas:
1) establecer un sentido de urgencia con
la creación de una razón por la que es nece-
sario el cambio; 2) formar una coalición con
poder suficiente para dirigir el cambio; 3) crear
una visión nueva para dirigir el cambio y las
estrategias para lograrlo; 4) comunicar la vi-
sión a toda la organización; 5) dar poder a
otros para que actúen, eliminando las barre-
ras para el cambio e inviten a correr riesgos
y resolver problemas con creatividad; 6) re-
compensar triunfos que impulsen a la organi-
zación hacia la nueva visión; 7) consolidar las
mejoras, reevaluar los cambios y hacer los
ajustes necesarios en los nuevos programas;
y 8) reforzar los cambios al demostrar la rela-
ción entre los comportamientos nuevos y el
éxito organizacional (Robbins, 2009, p. 628).
Estas etapas, constituyen la guía detalla-
da para implementar el cambio organizacional,
para llevar al servicio público hacia una cultura
de integridad, en razón de que, como se men-
cionó párrafos arriba, nuestra administración
pública ya cuenta con un marco que determi-
na los valores y principios a observarse, tanto
desde el punto de vista preventivo y orientador,
como desde el enfoque sancionador.
El reto actual es que la cultura de integri-
dad sea interiorizada por cada uno de los servi-
dores públicos que conforman los órganos de
gobierno, tanto en el desempeño de sus fun-
ciones como en su vida cotidiana.
V. CONCLUSIONES
Los servidores públicos son los integran-
tes esenciales de las organizaciones guberna-
mentales, hacen las veces de propulsores del
sector público, son quienes toman riesgos,
solucionan problemas y logran los mejores
resultados para los ciudadanos; y, como con-
secuencia, se ejercen las competencias, alcan-
zando los objetivos de la institución.
Por este motivo, la Ética Pública es una
pieza esencial en el desempeño del servicio
público, ya que guía los actos de los servido-
res públicos, orientándolos al interés público y al
servicio a la sociedad; sin embargo, la Integridad
tiene un alcance más amplio al implicar la interio-
rización y adhesión a normas éticas, fungiendo
como un mecanismo de control de antivalores.