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El derecho administrativo sancionador en la práctica: algunos temas de interés en el ejercicio de la defensa legal
Revista
YACHAQ
N
12
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Revista
YACHAQ
N
12
Revista de Derecho YACHAQ N.° 12
Centro de Investigación de los Estudiantes de Derecho (CIED)
Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco
ISSN: 2707-1197 (en linea)
ISSN: 1817-597X (impresa)
Fecha de recepción: 24/10/2020
Fecha de aceptación: 08/01/2021
[pp. 191-193]
Caminos
Roads
Juanita Soledad Holgado Queruarucho
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*
]
Después de la garúa, en la soledad de
la madrugada, la silueta desnuda de la playa
dejaba ver su espuma, aquellos azules tibios
como miradas sonámbulas se impregnaban
secretos en mi memoria. Se despedía un fe-
brero, un tranvía y el hilo de rosas muertas.
Caía en lo más profundo de un abismo ten-
tador, mis manos lejanas desaparecieron por
completo, los lápices sonámbulos y dispersos
se hicieron borrosos.
De vuelta a la ciudad, me encontré en
la placita con las primeras luces; de a po-
cos y sin reparos con pasos lentos, los si-
lencios se fueron escondiendo y se hizo el
día pleno, las calles se hicieron gigantes,
el bullicio, la prosa de los andantes, la sire-
nas, el caos, en fin la ciudad.
Se presentaba la cuesta de bajada, del
barrio tradicional de Santa Ana, entonces ace-
lerada corría de tres en tres las gradas, muy
pronto abandonaba la acera. El centro de la
ciudad, como siempre, desnudaba sus calles,
el pálido mediodía me elevaba siniestra hacia
las angostas arterias las que me disolvían en
su historia, la piedra solitaria ardía con el sol,
diversos diálogos sostenían lo cotidiano, las
compras y ofertas multicolores; pinturas, teji-
dos, historias grabadas, idiomas, tatuajes, so-
ledades y rincones.
Se iban revelando poco a poco las pile-
tas, bulevares blancos y las puertas azules.
Aún latente el sol, hacía que descubriera en mi
vista, en medio de la altura, los techos rojos
con guardianes de pucará; el núcleo creciente,
expandiéndose hacia sus albores, preludio sa-
grado; cuán silenciosa se ve la ciudad, el cielo
claro parece un lienzo encarnado.
El atardecer asomaba con una pequeña
lluvia, me traslado como arena en el desier-
to, recorriendo con mis dedos los muros, con
mis pies los demacrados enclaves, mientras
unas manitos rajadas me ofrecían un deleito-
so y amargo cigarrillo, manitos recién naci-
das, muñecas de niña que conocen las calles
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]
Abogada por la Universidad Andina del Cusco. Jefe de prácticas de la Escuela Profesional de Derecho
de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco. Correo: juanita.holgado@unsaac.edu.pe
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Juanita Soledad Holgado Queruarucho
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y sus misterios, sus angustias, y todos los
destierros posibles, las historias de cada pa-
red quieta, las palabras, los amores y despe-
didas, los olvidos lejanos.
Detuve la mirada en ella, mientras conta-
minaba el aire puro, veo callada sus mejillas
rosadas, mientras intenta vender algunos cho-
colates, dulces, colocados sigilosos en un cué-
vano de paja. Le calculo la edad, fallando en
mis intentos le pregunté su nombre, mintió ner-
viosa la supuesta Carmen, tal vez solía visitar el
pequeño templo, tal vez su visita efímera olvi-
daba sus rezos. Tal vez era simplemente Jime-
na, de trenzas desechas, mirada audaz, pasos
que iban revoloteando en el espacio pequeño
de esa calle angosta.
Con la premura de un provecto, se deslizó
como de un pétalo el rocío triste. Quise hacer
mil pausas, y la tarde con su silueta oculta, la
ahuyentó de mi lado, quise estar segura de
que llegara a casa y pueda abrazar a su madre,
pero simplemente se fue alada. Quedé disuelta
en aquella lluvia.
Entonces se juntaron en los cielos, nubes
grises, y así, cuando el tiempo cae sobre nu-
bes silenciosas, destellan los cielos sin soles,
tal y como fue aquella tarde, todos desapa-
recían entre los charcos, entre los ríos de re-
cuerdos que corren con los aguaceros, nos-
talgias seriales que se disipan poco a poco; y
la tarde húmeda, calada en su sombra, dicho-
sa de aroma, no sacaba de mi mente la mira-
da inocente de la niña, no dejaba de pensar
en su silueta pequeña y frágil, tal vez tenía
hermanitos, tal vez una madre, imaginé que
caminaba mucho para llegar al colegio, quizá
la lluvia resbaló en su cabello, o el sol ardía
en su piel subiendo las cuestas.
El viento sugería seguir con mi prosa,
de bajada iba por la calle, la ciudad estaba
quieta, y en mis oídos el mundo en paralelo,
hacía que suene una y otra vez, el acústico
de: «tengo tiempo para saber, si lo que sueño
concluye en algo, no te apures… baja la no-
che y oculta la voz».
Entre las hojas revueltas y suicidas, entre
los escombros de la cellisca, se siente la hu-
medad, taciturna la encuentro mirando el refle-
jo de las capillas, guarecida entre los portales,
la niña girasol, apagada de frío pregunta la
hora, la alcanzo sin temor, mientras mencio-
no precipitadamente ese instante crepus-
cular, al oír, se asusta emprende marcha,
saltando los charcos, sus pasos acelerados
me abandonaban una vez más, sin embargo
decidí acompañarla, le pregunté si había co-
mido, y hasta dónde caminaba su destino;
muy desconfiada y de pocas palabras, algo
tímida respondió con negativas, su ojos no
dejaban de ver sus pasos.
Hay reposo en el camino, de pronto la
niña de los rezos, me devuelve su mirada, me
dice que le gusta el colegio, que quiere ser
abogada o tal vez veterinaria, que tiene que
vender los dulces para llevar comida a casa,
le gusta ayudar a su mamá, y regalarle carca-
jadas, estudiaba en el desvelo, y si el casero
le apagaba la luz, buscaba a la luna; me dejó
mutiladas las palabras, quedé quieta ante tan-
ta llaneza, mis remordimientos se cansaron y
cayeron por acantilados.
Se desprendía de su voz, una misteriosa
alegría, y en mis manos un frío inusual, mien-
tras llegaba al encuentro la prolongada aveni-
da, me habló de sus hermanos, de su pequeño
patio de escuela, de los juegos, de vecinos, de
la señora de la tienda, de las múltiples ausen-
cias, mezclaba sus palabras con risas absuel-
tas, la sentí libre, trasparente y tan niña, que me
recordó los lugares más astillados, las espinas
de mi jardín, mi edad abandonada, la ciudad
de papelito, la espuma y la gracia.
Había olvidado por completo aquella eta-
pa, entonces arremetí contra los recuerdos y
los borrones adecuados, el sigilo de las pala-
bras, las formas, las espadas que cayeron en
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mi pecho, cuando se hizo cotidiano lo discre-
to, mientras me ahogaba entre máscaras de
hielo, el disimulo de los fueros expertos, la
hipocresía de la sociedad, las posturas, la fal-
sedad de las marcas, la aprobación de la nada
hacia el todo, lo absurdo de las creencias que
discriminan, las jerarquías caprichosas, las ri-
sas fingidas, discrepancias lógicas, los discur-
sos santos, el alardeo prefacio; y la niña tan
sencilla, ¿quién la protegía?
Me vi desde lejos pateando los charcos,
sin protocolos, la niña con ademanes ligeros
de apuro, era feliz sin reparos; se despidió
agitando la mano, me sentí cristal desnudo,
aventado en el mundo. Ella era tan fuerte y se
forjaba preciosa.
El camino se hizo largo, el pavor del des-
tierro impide lágrimas saladas, imprime Cristos
en las cenizas.
Regresé a la casa de mis abuelos, donde
se impregnaron mis recuerdos de niña, recosté
mi cuerpo en la hamaca, aquella de respaldo
largo, la que seguía esperado en la sombra del
patio, y me abrazó la noche.