Los recuerdos vienen como garua de invierno, caen lentamente sobre nuestro techo rojo, que aún
conservan los guardianes pucará que colocaron tus manos fuertes. Es en nuestra casa antigua y en
nuestro patio viejo, donde recorre tu imagen como luz al iniciar el día, entonces vuelvo a ver que en mis
primeros alientos, y mis primeros pasos diste fuerza y ternura a lo que fue, la infancia mía.
Ésta es la historia de muchos, de los que aún guardan en sus miradas, aquella pena negra que duele en el
alma, tristeza que revienta como granizo sobre el campo verde, sobre la puna, sobre roca, y emerge como
melodía en quena, lanzada al viento.
Esta mañana fría, quiero recordarte, como mi árbol viejo, porque en tus ramas aún posan aventuras y
sueños, enseñanzas de bien y valores, que aún me siguen como luna en esta travesía. La historia de tu
madre, de la hermosa flor que rebelde de amor, retando al destino que para ella vestía, fue presa de
injusticia, marchita del embrujo del deshonor.
En tu Tumibamba, en tu pampa de Anta, en tu casa lejana, aún respira aquella mujer que en sus brazos te
adoraba, tiembla aún el recuerdo de aquella insensata, que en cuna de oro naciera, que siendo mujer fue
la más preciada perla, niña de hacienda, vestido blanco, promesas eternas.
El dinero que brindó poder a los mezquinos, dueños de todo, aquellos que humillaban, a una supuesta
raza inferior, indios los llamaban; de aquel abuso, de aquel insulto quedan memorias, que muchos
guardan. No quisiera envenenarme el alma, sin embargo, sigue amargo aquel bocado de nada.
Niña hermosa, piel clara, ojitos brillantes, María bautizada, la segunda hija, la primera dama, luz en los
ojos de Don Santos, muñeca de porcelana. Crecía en la hacienda, corría y jugaba, aprendió de su madre
costura y galopada. No sufría las penurias que detrás del enorme cerco asomaban, de las chozas, de las
miradas claras y profundas que por ahí rondaban.
Con voz firme y decidida decía mientras acariciaba el cabello cano de su padre yo no puedo esperar de
la vida, encontrarme sin batallas ganadas, yo quiero estudiar, ser maestra y viajar, por favor papá-.
El sueño de la joven, se había vuelto realidad y su padre, accediendo, también soñaba verla llegar con sus
Los años pasaron muy pronto, y como flor en primavera, María creció, se sumergió en el río eterno de la
ternura y aún con sus ojos de niña, con esa dulce mirada, llenaba los pasillos de la inmensa casa con esa
luz que sólo de ella emanaba.
Don Santos, dueño de la hacienda Timpu, orgulloso de la belleza e inteligencia de su hija que se rehusaba
a quedarse en casa para aprender de su madre, el bordado o el tejido, y demás quehaceres que para esa
época, “toda mujer debía de saber”.
VIENTO EN EL SAUCE
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YachaQ 9
CUENTO
Yachaq: Revista de Derecho, N°9, 2018 / ISSN: 1817-597x
Juanita Soledad Holgado Quehuarucho*
ISSN: 2707-1197 (en linea)
Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco
Centro de Investigación de los Estudiantes de Derecho
*Abogada por la Universidad Andina del Cusco,
jefe de prácticas en la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco
Correo electrónico: juanita.holgado@unsaac.edu.pe
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María, entonces, pudo ver por primera vez, la frontera de sus tierras, logró ver a su hermano, ordenando
y gritando con un largo látigo, vio las humildes miradas de los pobres peones, el miedo en sus rostros,
mujeres cosechando el maíz amarillo, sus wawas en las espaldas llorando de hambre bajo el incesante
sol, vio el terror que imponía Juan de Matta, su propia sangre.
En el camino largo contaron su historia, Víctor era de hijo de comerciantes, que cargados de familia,
hacían patria de pueblo en pueblo, ya con la vejez, terminaron en Tumibamba, es como el muchacho se
empleó en la hacienda Sumaq Tika, para ser capataz y domador de caballos, llevaba la afición de los
gallos, y en la fiesta del pueblo con el ajiseco bajo el poncho retaba a los hijos de hacendados, tenía
victorias y desventuras, y en aquellos ojos verdes, se veía también el dolor por sus hermanos
campesinos, decía yo he visto a Juan de Matta, golpear, insultar y escupir a mis hermanos, todos somos
hermanos, nos une el dolor-, María con voz quebrada dijo – lo he visto y se me estrujó el corazón-, sin
decir nada más, llegaron al río, era el fin del camino, pero no el fin del suyo.
Llegó un nuevo día, la muchacha se destinaba a galopar, “El esperanza”, guía en tinieblas, como fiero
guardián, la llevaría como en alas, ella sintiendo en los brazos su libertad; duro fue el camino, y más lento
el paso, el caballo se detuvo y bebió del cristal del río.
libros, escuchar las interminables historias, verla contagiar de ese entusiasmo a cada persona, en las
escuelas, en las alturas, y llanos, en su Anta sin par. Habitaba en sus pensamientos la imagen clara de su
hija, la maestra, dejando rastro.
Desconcertada y callada, con el viento en el rostro, avanzó lentamente hacía su albo compañero, lo
abrazó, como se abraza con el corazón, como cuando la garganta aprieta y todos sus pensamientos,
desbordaron en llanto. Se dirigía a su casa, en una pausada caminata; no quería llegar, no quería ver los
ojos de su padre, no quería ver a su madre tejiendo y tejiendo con tanta paz, como si el mundo fuera
aquella casa grande, llena de comodidades, de sonrisas, de tranquilidad. María desvió el camino, quería
regresar, poner un alto a todo lo que ocurría, solo quería perderse en el enorme maizal. En ese momento,
una voz fuerte, preguntó – ¿qué hace usted ahí?-, ella dándose vuelta, vio un hombre moreno de ojos
verdes y claros, entonces respondió la muchacha mi nombre el María, hija del hacendado de éstas
tierras-, con cierta duda preguntó - ¿quién es usted?-, -soy Víctor, capataz de Don Julio, dueño de las
tierras vecinas-, respondió. El viento corría y del maizal se desprendía un sonido profundo de soledad,
hubo silencio, demasiado silencio, solo miradas y palabras sin voz, era la primera vez que María se
enamoraba.
Era, definitivamente una mujer desafiante, con un futuro por venir, pero, como en toda historia el destino
se impuso, y sin caprichos pulió lentamente el camino que ella debía seguir. Faltaban muy pocos días
para el esperado viaje, María se iría a la ciudad, todos en casa sentían ya su ausencia, la casa sin su niña
quedaría como la pampa al atardecer, con la melancolía del día, con el susurro de la noche.
Pasaron los días, como tranvías en la ciudad; María y Víctor se veían cada vez que se daba una
oportunidad, estaba cercano el día del viaje de la muchacha, él había vendido dos de sus vacas, quería
llevarla y visitarla mientras ella estudiaba, sin embargo el joven romance llegó a oídos de Don Santos,
quién no dudó un segundo en demostrar su enojo; con voz ronca y grave como estruendo de relámpago
que en enero agita la bella llanura, entre gritos y amenazas dio su última sentencia –si del amor de ese
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JUANITA SOLEDAD HOLGADO QUEHUARUCHO
Yachaq: Revista de Derecho, N°9, 2018 / ISSN: 1817-597x
ISSN: 2707-1197 (en linea)
Aquella tarde, la mirada de don Santos, no tenía dirección, le había quitado una parte de sí, pero con todo
el dolor, desheredó a su más preciada flor.
María deja llevar con el viento sus lágrimas, como un par de besos lanzados para aquellas manos. Muy
pronto se casa, Compone y su encanto son testigos de aquella unión, en su humilde casa festejaron y se
sintió más libre que nunca, hicieron el Wasichakuy, cantaron, lloraron, y todo se fundió en un abrazo
inmenso que brilló hasta el sol.
Víctor y María, sintieron la pobreza, el hambre, el amargo en la boca cuando falta el pan pero entre aquel
enjambre siempre existió el amor. La abuela materna de María, Doña Irene, frecuentemente la ayudaba
cuando a los niños mandaba a la Escuela, es largo el camino y la helada agrieta los pies descalzos, pero
eso no importa hay que estudiar. Los cinco hijos, cruzaban el río helado en madrugada, aquellos piecitos
descalzos caminaban kilómetros sobre los pastos escarchados, hasta llegar a Zurite, con los cuadernitos,
los lápices, el borrador y aquella esperanza, de ser mejor. Mientras que el nuevo hacendado, único
heredero del difunto Don Santos, enviaba a una escuela en la ciudad a sus hijos, con los zapatos bien
lustrados.
Pasaron los años, los niños se hicieron hombres, y entre riñas, desventuras y amores, con el consejo de su
madre y sudor de su padre se hicieron fuertes, y fueron todos profesionales, con las amarguras del
hambre, de la pobreza, hicieron de las desventajas fuerza, ahora ven de lejos a los hijos del hacendado
que se llenaron de riqueza para hacer deleite de los más aprovechados, y mientras un buen Velasco ha
pesado, perdieron todo lo que robaron.
pobre infeliz capataz se trata, pues ya no eres más mi hija, jamás olvidaré esta humillación, desde hoy
reniego de ti, y te marcharás dejando todo lo que te ofrecí-, la jovencita indignada en brazos de su madre,
sujetó en sus manos sus ganas de llorar y con voz valiente dijo – no seré parte de este mundo ni de tu
abuso-,el padre, tratando de hacerla entrar en razón, dijo algo de lo que jamás María se recuperaría, -
contrario a tu decisión, tienes que saber qué es lo que te conviene, puedo darte en matrimonio con el hijo
de mi compadre, dueño de la finca de Sullupuqio, o con uno de la hacienda de Tankarniyoq, el silencio se
apodera de todo, esa noche oscura inmensa, eterna con el aroma del manzano, se perdía entre el aullido
lejano y solitario del guardacasacha hasta la madrugada.
Se asoma el sol, y la estrella se perdió, la noche no la contuvo. Está el desayuno en la mesa, la leche fresca
recién ordeñada, el pan de trigo que Don Hugo trajera de Espinar, está la fruta del valle, están todos, la
madre y el padre, Juan de Matta con su silencio habitual, está doña Faustina, sirviendo al patrón; una
ausencia fina se siente esta mañana, de pronto Arturo el capataz de Don Santos, entra agitado, en la
desesperación que trae, dice papá Santos, he visto a la niñacha María, escapando con ese Victurcha, se
van lejos-, el padre toma la carabina, y con dos tiros al aire, su sentencia afirma.
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CUENTO
Yachaq: Revista de Derecho, N°9, 2018 / ISSN: 1817-597x
ISSN: 2707-1197 (en linea)