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Legitimidad política y consumo
Revista
YACHAQ
N
10
Centro de Investigación de los Estudiantes de Derecho (CIED)
Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco
N.° 10 - 2019
[pp. 39-45]
[
*
]
Profesor de Filosofía del Derecho en la UNED, Departamento de Filosofía Jurídica, Facultad de Derecho.
Legitimidad política y consumo.
Reflexiones e interrogantes
Political Legitimity and Consumption
Reflections and Interrogants
Juan Antonio Gómez García
[
*
]
RESUMEN: el presente trabajo aborda críticamente la cuestión de la legitimidad política en
el actual contexto postmoderno, desde la óptica del consumo y del ciudadano-consumidor,
en tanto que elemento que ha adquirido especial protagonismo en la definición de lo político.
ABSTRACT: this work critically addresses the issue of political legitimacy in the current pos
-
t-modern context, from the perspective of consumption and citizen-consumer, as an element
that has acquired special prominence in the definition of the political.
PALABRAS CLAVE: legitimidad, postmodernidad, consumo, ciudadanía, política.
KEYWORDS: legitimacy, post-modernity, consumption, citizenship, politics.
I. LA POLÍTICA HOY: CRISIS Y ECLIPSES
El filósofo italiano Giorgio Agamben afirma,
en su espléndido libro Medios sin fin, que la polí-
tica parece encontrarse actualmente en un eclip-
se prolongado (Agamben, 2001, p. 9). Hoy se
habla usualmente de crisis para hacer referencia
al estado de la política en nuestras sociedades,
pero el empleo aquí del término eclipse me pare-
ce mucho más preciso.
En efecto, eclipse significa ‘desaparición,
ausencia, evasión’, en el mejor de los casos ‘os-
curecimiento’; a diferencia del término crisis, que
implica, a mi juicio, una toma de postura de distan-
ciamiento con respecto a algo, pero sin perderlo
de vista todavía como referente principal de juicio.
Eclipsar, sin embargo, implica ya relegar lo eclip-
sado a una posición secundaria con respecto a
aquello que se eclipsa, llegándose así a perderlo
de vista. Según Agamben, el eclipse de la política
ha supuesto precisamente relegar a una posición
subalterna a la política con respecto a la econo-
mía, al derecho, etc., de tal modo que ha desapa-
recido, ha sido oscurecida por estos.
Revista de Derecho YACHAQ
ISSN: 1817-597x (impresa) / ISNN: 2707-1197 (en linea)
Fecha de recepción: 09/08/19
Fecha de aceptación:15/09/19
Contacto: jagomez@der.uned.es
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Ofrecer una explicación de las razones consti-
tuye, obviamente, una cuestión muy compleja que
sobrepasa con mucho el limitado alcance de la pre-
sente reflexión; no obstante, en términos generales,
creo que una de sus causas fundamentales estriba
en, podríamos decir, la actual pérdida de concien-
cia generalizada del rango ontológico de la política,
lo cual ha supuesto, asimismo, la pérdida de su
papel central en la vida de las personas. La clási-
ca concepción griega de la política, ejemplarmente
significada por la noción aristotélica
[1]
, ha quedado
definitivamente eclipsada en el mundo postmoder-
no bajo un patrón estrictamente esteticista de lo so-
cial, la cual la ha reducido, en el mejor de los casos,
a lo simplemente formal, a lo puramente nominal y,
por lo tanto, a la mera apariencia.
Esto ha derivado en un vaciamiento progresi-
vo, desde su misma raíz, de sus categorías y con-
ceptos fundamentales, cuyo lugar propio ha sido
ocupado por otro tipo de categorías y conceptos
de naturaleza, fundamentalmente, económica y ju-
rídica, que han venido a erigirse en los referentes
únicos de la legitimidad política, eclipsando así,
como decía, a la auténtica política. Se entiende así
que se esté buscando lo político en experiencias y
en fenómenos no considerados prima facie —inclu-
so, bajo criterios modernos, esto es, democrático-
liberales— como políticos. Por ejemplo, siguiendo
con Agamben, que se indague en la vida natural de
los hombres, en la zoé (ámbito excluido tradicional-
mente del ámbito propiamente político), la cual está
pasando a ocupar el centro de la polis, como decía
Foucault: «‘‘lo que hoy está en juego es la vida’’, y la
política se ha convertido, por ello mismo, en biopo-
lítica» (Foucault, 2001, pp. 209-216).
Desde el momento en que lo político queda
eclipsado por otros ámbitos —y consiguientemente,
[1]
Recuérdese la célebre afirmación contenida en la Política que venía a definir al hombre como animal
político: «el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro
de la ciudad, sino una bestia o un Dios» (Política, I, 1253 a 2-3, 29). Según esto, la cuestión hoy, a la
luz de un debate eminentemente político, estribaría en determinar hasta qué punto se ha producido tal
endiosamiento y/o bestialización del sujeto político en el contexto político presente.
[2]
No hay más que ver el abusivo empleo que se viene haciendo por parte de los actuales ejecutivos españoles,
en su acción política cotidiana, de la figura del Decreto-ley, el instrumento legislativo constitucionalmente
previsto para las situaciones de extraordinaria y urgente necesidad (art. 86 de la Constitución española).
evacuado—, su espacio se ve invadido por concep-
tos y categorías ajenas. Como síntoma de este va-
ciamiento, me parece especialmente interesante lo
que Agamben (2001) refiere a propósito de lo que
denomina como estado de excepción, esto es, «la
suspensión temporal del orden jurídico» (pp. 9-10),
en tanto que característica regular de lo político en
nuestras democracias actuales, y que viene a signi-
ficar la ocupación aplastante del orden político por
parte del orden jurídico, hasta el punto de haber-
se convertido en su estructura fundamental. Cierta-
mente, la declaración de este estado de excepción
es algo cada vez más recurrente en nuestras de-
mocracias, de tal modo que en el establecimien-
to de la excepcionalidad jurídica legitimada por la
vía de la apelación a una permanente situación de
peligro grave que, además, viene a ser reproduci-
da de modo subliminal o subrepticio para perpe-
tuarla —uno de los más inquietantes ejemplos es
lo que se ha venido a llamar como derecho penal
del enemigo— es donde se juega, de algún modo,
lo político. Es muy pertinente aquí la siguiente cita
que Agamben realiza de Walter Benjamín, quien ya
lo predijo, en buena medida, en el contexto de los
totalitarismos del siglo pasado: «La tradición de los
oprimidos nos enseña que el estado de excepción
en que vivimos es la regla» (p. 15). Y es que bajo
el actual modelo postmoderno, el cual —lo antici-
po ahora— tiene uno de sus pilares cardinales en
la idea de consumo como criterio de legitimación
política, ¿hay algo que sea más propio del consu-
mo que la producción y el mantenimiento de esta
sensación de «peligro grave permanente»? He aquí,
a mi juicio, un punto de reflexión fundamental para
comprender el lugar de lo político hoy
[2]
.
Por otra parte, el eclipse de lo político se expli-
ca también por la actual indiferencia entre lo público
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y lo privado —lo cual constituye un hecho comple-
tamente nuevo en el contexto cultural democrático
contemporáneo, desde la neta diferenciación entre
ambos espacios que forjó y culminó la Modernidad
liberal— y que, como dice Agamben, se ha erigi-
do en la auténtica matriz oculta del espacio que se
presenta como político en la actualidad, en este
caso, referido bajo la siniestra metáfora del campo
de concentración. Con ello se alude al fenómeno
del confinamiento de las personas, sin ninguna
clase de presupuesto ni de garantía judicial, en es-
pacios concretos y cerrados, por su adscripción a
un colectivo genérico determinado por encima de
su individualidad propia. Este tópos aniquila la di-
ferencia entre lo público y lo privado dejando a la
persona al albur de las condiciones y del funciona-
miento sistémico de este espacio, sin que le quepa
la posibilidad de oponerse y, mucho menos, de re-
sistirse. Es importante aquí plantearse la siguiente
cuestión: ¿dónde puede encontrarse aquí lo político
—incluso, en su noción liberal—, como expresión
de la autonomía y de la libertad de la persona?
Mucho tiene que ver con ello la también actual,
podríamos decir, desnaturalización del lenguaje, el
cual ha sido objeto de una flagrante expropiación
por la vía de su hipertrofia; en última instancia, de su
vaciamiento. De nuevo nos viene aquí a la cabeza
el Foucault de Las palabras y las cosas, en su diag-
nóstico del extremo nominalismo que constituye
todo discurso —especialmente, el político— en las
sociedades democráticas en las que vivimos. Cier-
tamente, esto supone el relegamiento de lo político
a la mera esfera del gesto; como dice Agamben «a
la esfera de los medios puros totalmente a parte de
cualquier relación con sus fines, y que ha devenido
hoy la esfera propia de lo político» (p. 10).
Bajo estas ideas generales, pretendo reflexio-
nar aquí sobre las consecuencias que está teniendo
todo esto en el plano de la legitimidad política —a
mi juicio, la auténtica «piedra de toque» de lo polí-
tico, al menos desde la modernidad, que como es
sabido, es el momento en que se consuma la sepa-
ración entre los distintos órdenes del conocimiento
y de la acción humana— en nuestras democracias
actuales. La noción de «legitimidad política» es aquí
fundamental, ya que nos permite designar y esta-
blecer el auténtico y profundo tópos de lo político.
II. LA CUESTIÓN DE LA LEGITIMIDAD POLÍ-
TICA HOY
Cada vez se habla menos de la legitimidad
en el ámbito de la filosofía política y jurídica actual.
La problemática que entraña esta noción se viene
solventando hoy mediante la apelación genérica
al procedimentalismo deliberativo democrático, el
cual, en términos generales, viene a reducir la legi-
timidad política a la mera legalidad procedimental.
He aquí la razón definitiva para cerrar cualquier de-
bate sobre lo político, so pena de ser tildado como
extrademocrático o antidemocrático si uno se ubica
fuera de estos límites. De este modo, se cancela
unívocamente cualquier tentativa de buscar otras
razones (Gómez, 2014).
Partiendo de aquí, la reducción de la legitimi-
dad a la legalidad consensuada hic et nunc supone
limitarla a una idea —podríamos decir— minimalis-
ta; esto es, a su consideración meramente cuan-
titativa desde indicadores empíricos basados en
criterios de medición. Son, pues, las encuestas, los
estados de opinión, las tendencias demoscópicas,
los cálculos y análisis de los datos electorales, etc.,
las que marcan, fundamentalmente, las pautas de
la legitimidad política postmoderna actual, de modo
que las políticas, las normas jurídicas y las institu-
ciones son legítimas cuando están respaldadas por
una actitud positiva de los ciudadanos en el marco
de las reglas del juego democrático. Lo legítimo se
ve, así, como algo en buena medida, coyuntural, re-
lativo, incluso, fungible.
Sin embargo, de este modo creo que se está
traicionando de raíz la misma noción de legitimidad,
la cual supone, por el contrario, la permanente ne-
cesidad de razones, de fundamentos lo suficiente-
mente sólidos y dinámicos para justificar la creencia
en el poder político y, consecuentemente, la obe-
diencia a sus normas. Por definición, la legitimidad
política implica apertura en la consideración y en
el ejercicio de lo político. Por lo tanto, es inevitable
plantearse de inmediato las siguientes cuestiones:
¿acaso no es esta la lógica del funcionamiento del
mercado y de su motor principal, el consumo?, ¿va-
len solamente el consumo, y los modos en que se
induce y se opera el consumo, como patrones de
relación y de vínculo entre las personas, para sos-
tener una determinada legitimidad política?, ¿cabe
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sostener en puridad la legitimidad política en una
democracia bajo estos presupuestos y pautas?; en
último término, ¿cabe propiamente legitimarse un
discurso político democrático por el simple hecho de
presentarse como un buen producto de consumo?
III. DEMOCRACIA, COMUNICACIÓN Y MASS-
MEDIA: LAS DEMOCRACIAS – ESPECTÁ
-
CULO DE NUESTROS DÍAS
He aquí una de las claves hermenéuticas fun-
damentales para comprender el antes indicado
eclipse de la política en la actualidad. El modelo
vigente, sostenido sobre perspectivas mercado-
técnicas, ha impuesto una forma de relación entre
las personas focalizada desde los patrones del
show-bussines, del espectáculo, hasta el punto
de que podemos afirmar abiertamente que nues-
tra politicidad se ejerce hoy —más bien se intu-
ye— tras el rutilante formato de democracias-
espectáculo, orquestadas y dirigidas, en gran
medida, por los medios de comunicación de
masas y sus tendencias de opinión.
El lenguaje se está viendo forzado, hipertrofia-
do y expropiado como nunca en la historia. Ni el
más radical de los nominalistas tardomedievales hu-
biera podido imaginar que se podría llegar al actual
estado de cosas con el lenguaje. La presente post-
modernidad ha reducido todo pensamiento y toda
acción humana a mero discurso en el mejor de los
casos; cuando no a simple apariencia de discurso.
La correspondencia entre las palabras y las cosas
es hoy una vana ilusión de utópicos soñadores y de
retrógrados nostálgicos. Los procesos de descon-
textualización y de ulterior recontextualización de
los hechos brutos, efectuados permanentemente
por parte de los mass-media en discursos parcia-
listas e interesados, se han erigido en los referentes
discursivos dominantes de las tendencias sociales,
hasta el punto de que, tanto los ciudadanos como
los actores políticos institucionales, han quedado
constreñidos a lo recontextualizado por los medios
de comunicación de masas. De este modo, la apa-
riencia de discurso resultante viene a constituirse
como el único espacio posible de discusión políti-
ca, quedando prácticamente desterrado lo real —si
acaso, se llegan a adivinar destellos lejanos, tras los
bastidores de la fachada espectacular con la que se
muestra—, tanto para el poder político como para
los ciudadanos (Serres M., 1996, pp. 220-221).
Así, pues, la esfera de lo político se ha visto
reducida, como sabiamente indica Agamben, a la
pura esfera del gesto. Se ha impuesto, pues, una
suerte de estética del consumo como único modo
posible de aparecer —si es que aspira a tener éxi-
to— de todo lo que se nos presenta como político.
Los mass-media constituyen lo político, con inde-
pendencia de los fines de este, efectuando así, ra-
dicalmente, su separación y su emancipación con
respecto a aquellos. En términos aristotélicos, la
causalidad final se ha visto cercenada violentamen-
te por la causalidad eficiente y por la formal, de tal
modo que tenemos actores y discursos políticos
carentes de fines. Los actores políticos actúan en
estas sociedades democrático-espectaculares a
diario bajo la agenda política marcada por los mass-
media, los cuales desempeñan la función de esta-
blecer los temas de atención pública por su enorme
capacidad de influencia para inducir y atraer la aten-
ción de los ciudadanos. Se relega —cuando no se
elimina— así la argumentación política y se determi-
na el diálogo político en este escenario cuyo guión
o libreto se encuentra fijado de antemano por los
mass-media, quedándole a los actores políticos el
mero papel de gestualizarlo públicamente.
Surge ahora la siguiente cuestión: ¿cabe
comprender la legitimidad política en un plano pu-
ramente estético?, ¿cabe hablar de legitimidad po-
lítica por la sola vía de una estética del consumo?
En caso afirmativo, ¿qué consecuencias tiene todo
esto para lo político?
IV. EL CIUDADANO POSTMODERNO: UN SU-
JETO-OBJETO POLÍTICO
Pensar la legitimidad política desde el consu-
mo, en tanto que modo estructural de comprensión
de la misma, implica considerar al auténtico prota-
gonista de la política, el ciudadano, también, des-
de esta perspectiva. Desde el momento en que la
lógica del consumo se nos presenta como modo
estructural de lo político, el ciudadano se nos apa-
rece también como un consumidor, como un sujeto
que se identifica y se determina políticamente como
consumidor de un determinado producto que se le
vende en el mercado como político.
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Zygmunt Bauman ha descrito con gran lucidez
cómo funciona la lógica del consumo desde presu-
puestos sociológicos en el contexto de las actuales
sociedades postmodernas (sociedades líquidas las
llama Bauman), y que se puede reducir al siguiente
esquema —tal vez, demasiado simplificador de la
explicación del autor, pero creo que muy interesante
aquí para comprender esta cuestión—:
El destino final de todos los productos en ven-
ta es el de ser consumidos por compradores;
los compradores desearán comprar bienes de
consumo si, y solo si, ese consumo promete la
gratificación de sus deseos, de tal modo que
el precio que el cliente potencial en busca de
gratificación está dispuesto a pagar por los pro
-
ductos en oferta dependerá de la credibilidad de
esa promesa y de la intensidad de sus deseos.
(Bauman, 2007, pp. 23, 24)
Así, pues, las elecciones y las decisiones de
consumo determinan y conforman al consumidor,
de tal modo que las sociedades resultantes (las
sociedades de consumidores) son resultado de la
cantidad y la calidad de los encuentros de los po-
tenciales consumidores con sus potenciales obje-
tos de consumo, los cuales van constituyendo una
trama de relaciones.
Lo político queda identificado y explicado bajo
este modelo como un producto más de mercado y,
como tal, con la vocación y la función de ser consu-
mido, al igual que el resto de mercancías. La ciuda-
danía se ejerce, pues, consumiendo tal producto y
la politicidad de estas sociedades de consumidores
se determina por la naturaleza, las condiciones y los
modos en que tales actos de consumo de realizan.
En estas sociedades de consumidores-ciudadanos
todo es susceptible de ser consumido, de ser obje-
to de consumo. Y cuando decimos todo, queremos
decir eso: todo, ya que también el ciudadano en sí
mismo se constituye como un objeto más, como
cualquier otro, sometido a la dinámica del mercado
y del consumo, los reinos de la incertidumbre y de
la fluctuación por antonomasia. Y es que de ahí re-
sulta una trama de relaciones interhumanas —no sé
si pueden llamarse propiamente sociales; en ningún
caso, comunitarias— que vienen a conformar una,
podríamos decir, sociedad de la incertidumbre, en
la cual rige por doquier la indeterminación; una so-
ciedad en la cual los individuos proyectan y deben
proyectar, en una suerte de performance permanen-
te, sus propias vidas bajo los vaivenes constantes, y
las evanescentes manifestaciones de tal incertidum-
bre latente. La persona, en tanto reducida totalmen-
te a su condición de consumidor, vive hoy en esta-
dos transitorios y volátiles que dan como resultado
también vínculos humanos de estas características
—en el mejor de los casos—, imperando más bien
el desarraigo y la desvinculación, en suma, la pro-
gresiva decrepitud de los vínculos sociales.
Surge aquí ese curioso concepto del marke-
ting político —tan de moda hoy—, que no es otra
cosa que el continuo diseño de la gestualización
política que, en cada momento, debe efectuar el ac-
tor político de turno en el escenario candente de la
política-espectáculo —repárese aquí en la chocante
expresión política de gestos, auténtico gurú de los
actores y de los analistas políticos hoy—. La apli-
cación de los principios y de las técnicas del mana-
gement a la política está comportando que se trate
al votante como consumidor, en razón del supremo
acto de consumo político de nuestras democracias
que es el ejercicio periódico del voto, sometido,
en tanto que tal acto de consumo, a la volatilidad
y volubilidad del consumidor de turno. En esto pa-
rece consistir lo que se viene a denominar, un tanto
eufemísticamente, gestión política para caracterizar
la flexibilidad y el pragmatismo que ha de atesorar
cualquier opción política que se precie.
De esta manera, tiene lugar la apropiación, por
parte del mercado, de la totalidad del espacio en
que se desenvuelve la vida de las personas, incluso,
del espacio que media entre ellos, de su espacio co-
mún (el espacio político por naturaleza). A partir de
aquí se entiende por qué la lógica y el fenómeno del
consumo adquieren el rango político tan fundamen-
tal que ostentan en el contexto de las actuales so-
ciedades postmodernas. La prudencia y la sensatez,
virtudes políticas por excelencia, quedan también
eclipsadas por esta lógica del consumo, y los pro-
yectos políticos se caracterizan así por su coyuntura-
lidad y por responder al egocentrismo que son pro-
pios de ella. El consumo no atiende al largo plazo,
sino a la satisfacción rápida e inmediata del deseo
del sujeto, y los objetivos comunes y permanentes
se sacrifican a estas exigencias de instantaneidad;
los proyectos políticos a largo plazo no cuadran aquí
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y, por supuesto, la idea de sacrificio individual queda
desterrada en aras de cualquier proyecto futuro que
pueda ser justo y beneficioso para todos.
Por lo tanto, se ha producido el abandono
de las ideas políticas fuertes, esto es, de aquellas
ideas que tienen, y pretenden tener, capacidad real
de fundamentación y de transformación social. De
ahí que, como dice Ignatieff (2014), «la política se
haya convertido primordialmente en el arte del aquí
y ahora», en un particular espacio de gestión donde
el líder político se caracteriza por su habilidad para
sacar el máximo provecho de las coyunturas, pro-
piciadas en gran medida, a su vez, por los flujos y
corrientes de opinión diseminados por doquier, por
parte de los mass-media.
Tiene mucha razón Jean Baudrillard (1989)
cuando afirma que «el discurso político en las socie-
dades postmodernas se articula estructuralmente
como un discurso de los objetos» (pp. 5-16). La pre-
gunta ahora es ¿qué nos queda aquí de la clásica
concepción moderna de ciudadanía? Parafrasean-
do la última locución del protagonista de la famosa
novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, me
temo que tan solo el nombre.
V. A MODO DE CIERRE
No es fácil ofrecer respuestas a las interrogan-
tes que nos han ido surgiendo anteriormente. He
intentado esbozar una fenomenología de lo político
en nuestras democracias actuales que permita, de
alguna manera, incitar al pensamiento y abrir de-
bates, más que ofrecer conclusiones cerradas. He
aquí una recapitulación:
1) Desde la constatación inicial del actual eclipse
de la política bajo el modo universal del consu-
mo, la politicidad se cifra hoy en la mera elec-
ción, por parte del ciudadano-consumidor, en-
tre diferentes opciones, cada vez más similares
e indiferentes entre sí, y que, como tales opcio-
nes, se constituyen en marcas, personalidades
o lemas más o menos atractivos, exhibidos
en cada convocatoria electoral con un marke-
ting que en nada se diferencia ya de cualquier
campaña publicitaria para vender cualquier
producto. Parece que esto ha erosionado pro-
fundamente lo común y, consiguientemente,
los vínculos políticos entre las personas.
2) El mercado se ha apropiado, pues, del espa-
cio político radicalizando la concepción liberal
moderna de lo político que establece nítida-
mente límites entre lo público y lo privado y,
por lo tanto, disolviendo su clásica concep-
ción de la ciudadanía como algo que atañe a
la racionalidad y a la responsabilidad del suje-
to político pensante con respecto a su objeto.
Se ha revelado como una mixtificación de lo
real el viejo presupuesto moderno, en virtud
del cual el sujeto y el producto (objeto) se en-
cuentran inicialmente en una esfera de con-
templación que pasa después a la esfera de la
acción, en razón de un proceso analítico, cal-
culístico, racional. Bauman nos enseña, por el
contrario, lo siguiente:
Bajo el actual modelo de sociedad de consu-
midores, esta posición ha cambiado sustan-
cialmente, puesto que el sujeto-consumidor
está llamado constantemente a la acción, a la
disposición, al manejo, a la apropiación, al uso
y al descarte de los productos de consumo,
más que a la acción predeterminada por un
plan previo. (Bauman, 2007, p. 24)
La soberanía del consumidor se está mostran-
do como una ilusión y lo que se nos viene pre-
sentando como la revolución consumista está
consistiendo, en el fondo, en un progresivo
emborronamiento de los límites entre sujeto
y objeto, entre el elector y lo potencialmente
elegible en el escenario del mercado. Por eso,
hablamos con Agamben de eclipse, más que
de crisis de la política, al haberse suprimido la
distancia crítica que media entre sujeto y ob-
jeto de consumo, sobre el que se sustenta la
clásica concepción moderna de la política: el
liberalismo democrático moderno.
3) La subjetividad política postmoderna parece
haberse reducido a la condición de mero obje-
to que, como tal objeto, es susceptible de ser
vendido para ser consumido. De este modo,
el acto de consumo está pasando a convertir-
se en el auténtico acto de afirmación política,
en virtud del cual el sujeto-objeto político de
consumo se hace visible y se reafirma ante
los otros, llamando su atención y adquiriendo
así entidad propia. Se trata, en definitiva, de
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convertirse en un producto deseable y desea-
do más allá de la grisura y de lo amorfo de la
masa, de ahí la necesidad —se dice hoy— de
reinventarse, de reconvertirse permanente-
mente por parte del sujeto consumidor-objeto
de consumo para no perder su presencia en el
mercado de lo político, en una suerte de relato
(ficción, ilusión) sobre sí mismo que salvaguar-
de tal presencia, de modo que la virtud política
que se proclama hoy como más útil es la flexi-
bilidad, la disposición y la presteza para aban-
donar compromisos y lealtades que, de algún
modo, puedan dotarle de excesiva rigidez.
4) La lógica del consumo es la lógica de lo ex-
cepcional; el objeto de consumo debe resultar
excepcional, debe interpelar la atención y el
deseo del consumidor por su carácter exclu-
sivo, único. Desde una transposición de esta
lógica a lo político creo que se entiende mejor
la lógica del estado de excepción que rige hoy
la política, solamente de esta manera percep-
tible —en muchos casos solo intuible— desde
su ya dilatado eclipse.
VI. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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