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El poema y el derecho
Revista
YACHAQ
N
10
El poema y el derecho
O The Poem And One's Rights
Indran Amirthanayagam
Centro de Investigación de los Estudiantes de Derecho (CIED)
Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco
N.° 10 - 2019
[pp. 199-205]
El poema y el derecho, así el orden. El poema primero y después, cómo conciliarlo
con un Estado de derecho y no un Estado salvaje. El poema es una construcción de
la civilización humana, una fabricación. La palabra poeta viene de su raíz griega que
significa hacedor de metáforas, creación, invención. Cómo conciliar con las leyes,
las reglas el orden que nos ordena, controla, civiliza.
En uno de mis poemas escritos en francés, Pourquoi Lire, escribí «Je ne serai pas lé-
giféré» («No seré legislado»), presentando el acto de leer, de entrar en un mundo re-
creado en la imaginación como una manera de evitar las leyes del mundo disponible
a los cinco sentidos, lo que se llama el mundo real en vez del mundo inventado, de
las fantasías, de los libros donde uno puede declarar disparates: no seré legislado.
¿Por qué leer?
[1]
Para consolarme,
volar hacia la luna,
enterrar el desacuerdo
en el mar de tranquilidad.
Quisiera olvidar los daños
del pasado, vendas acumuladas
sobre lesiones, rabias
y amor de la bien-amada.
Leer, enterrar y cavar.
[1]
Indran Amirthanayagam. (2001). El Infierno de los pájaros. México: Grupo Resistencia.
Hacer brotar el agua viva
del banquillo seco donde
testifico las omisiones del inmigrante.
En este fin de siglo, las cartas
no enviadas a los guardias
del linaje en la isla oscura
a lo lejos, profusión
de alimentos y amor
del anfitrión, la idea graciosa
sin estado y sin peso
ser vagabundo de la Luna,
Revista de Derecho YACHAQ
ISSN: 1817-597x (impresa) / ISSN: 2707-1197 (en linea)
Fecha de recepción: 24/08/19
Fecha de aceptación: 14/09/19
Contacto: indranmx@gmail.com
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Navegando en una balsa
insumergible, el hombre nuevo,
América. Leo para perdonar
los romances mentales
y ponerlos en orden,
para ahogar en los labios
de un ghazal, gritos
de un corazón,
para viajar sobre tierras
imaginadas, desmantelar aldabas,
tapones, corchos, cerrojos,
instrucciones de «no hagas eso».
Leo para seducir a mi pulgar
izquierdo y andar derecho
en la cuerda floja, dos pies
sobre el barranco.
Leo para pelearme
y fanfarronear con los muertos,
los muertos vivos, y el nuevo hijo
del Sur vigoroso, vino para juzgar
la conducta de Roma. Leo
para escapar de los cazadores
de sangre, las sanguijuelas,
los tutores, los legisladores.
No seré legislado, y aquí
testifico, soy lector, leo.
Pero uno es legislado desde temprano. Sien-
do bebe te acompañan y te protegen tus papás o
una ama de llaves o, tal vez, a nadie y necesitarás
un guardián porque ningún bebé puede aprender
—sin caminar, sin lenguaje todavía— a sobrevivir
solo fuera del mundo seguro del vientre. Nadie es
independiente verdaderamente. Somos hijos de pa-
dres. Aun si nuestro padre es desconocido, un es-
permatozoide guardado en un laboratorio, tu semi-
lla crecerá en la barriga de la madre y fuera de ella,
pero dirigida por ella. ¿Cuándo rompen los lazos
familiares? En este momento estás libre de declarar
que ¿no serás legislado?
Una tarde de la primavera me invitaron a un
micro abierto con músicos, pintores, narradores y
poetas. Subrayo lo que dice la publicidad: micro
abierto. Tuve otra reunión a la que asistí, pero la
dejé temprano para llegar al micro abierto: llegar,
digo, con ganas de leer un nuevo poema. Al puer-
to del club, el anfitrión me comentó que era tarde,
y que tenía muchos en la lista para leer, pero pon-
dría mi nombre al final. Y me senté en primera fila
mientras él y la otra anfitriona presentaron cinco
textos entre ellos, y el invitado especial, como es
su derecho, una selección aún más amplia, y va-
rios en la lista un poema cada uno. Después de
una hora y media, terminó las lecturas el anfitrión.
No me invitó a leer. Estuve asombrado. Aparen-
temente él no supo, o eligió de no reconocer, la
regla básica de un micro abierto, que sea abierto
a todos que quieren leer.
El problema de no reconocer, de ignorar, de
presentar una moneda con dos caras, de contra-
decir a uno mismo, es común a nuestra especie.
Walt Whitman lo presenta de manera positiva, di-
ciendo que es grande y contiene multitudes. Pero
imagina una poesía dedicada a lo malo, a sus flo-
res, a los deseos asesinos y prohibidos, el Edipo
que mata a su padre y duerme con su madre. Que
deliciosa aquella literatura, de Baudelaire, de Aes-
chylus, que han contribuido a profundizar nues-
tro entendimiento de nosotros mismos. Entonces,
¿para qué escribir?, ¿para qué abogar para una
libre expresión?, cuando una escritura sin límites,
sin trabas en la imaginación, libera las furias de
nuestras entrañas y nos lleva a matar a nuestro pa-
dre y casarse con nuestra madre, aun de manera
ciega, ignorante, que añade un nivel más al horror
de ser un humano.
El horror del ser humano. El regocijo también.
El regocijo espléndido de enamorarse, de creer de
nuevo que se puede construir una casa, cultivar
un jardín, vivir en armonía con la naturaleza. Esta-
mos en los tiempos de cambio climático y no nos
quedan muchas horas en el sentido geológico. Es
desesperante notar cuántas especies de nuestros
hermanos animales y plantas hemos matado solo
en las últimas cuatro décadas: 60 por ciento de to-
dos según un estudio editado por el Fondo Mundial
para la Naturaleza (World Wildlife Fund). ¿Qué pasa,
Sancho? ¿Qué pasa, Quijote? Para dónde vamos
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cuando el mar está más salado que nunca y lleno
de basura, y nuestros bosques se queman a pesar
de los esfuerzos heroicos de los bomberos. ¿Y es-
tamos hablando aquí de la poesía y el derecho? No
caigas en la distracción, en el nihilismo. Hay razón
para construir leyes. Hay razón para construir y no
destruir los poemas. Un poema bien hecho es una
colección de metáforas organizada con atención a
la música del idioma, a las pausas del hablar huma-
no, y su lectura o su oído le da al lector o el oyente
un sentido de un trabajo bien hecho, fuerte, unas
rimas que van a sobrevivir los tsunamis, huracanes
e incendios de estos tiempos de cambio climático y
cualquier otro desafío que nos da la vida para mejo-
rar nuestra ética y nuestra poética.
Te acabo de mentir. Yo, poeta —ni a él, abo-
gado, ni a ella, maestra— ninguno conoce el futuro.
Pero estamos unidos en notar los hechos de nues-
tras vivencias. Nací en la isla de Ceilán. Ceilán ya no
existe. Se llama Sri Lanka. Es otro país. En mi niñez
se podía ver un elefante casi a cada esquina de la
selva, una manada o, a veces, un elefante solitario,
echado de la familia, salpicando sus heridas, vuelto
potencialmente asesino. Estuve con mis hermanos,
mis papás en un jeep en un área natural protegida,
Yala, cuando el elefante nos vio y empezó a correr
hacia nosotros para aplastarnos y triturarnos y así
borrarnos de la faz de la tierra. Pero entre nosotros,
tuvimos un hombre, un mahout, que sabía el len-
guaje de los elefantes.
El mahout gritó al elefante en un idioma ex-
traño cuyo sentido solo él y el paquidermo enten-
dían. Si yo puedo traducir ese idioma y aplicarlo
en cada plática de paz, en cada negociación en-
tre el derecho y esta poesía que busca escapar
las cadenas mientras las utiliza (sistemas de ver-
sificación, de ordenamiento, de medida) seré el
hombre más feliz del mundo.
En Balbuceo Silvestre trato del tema de los
idiomas no reconocidos, que debemos dedicar
nuestras vidas a escucharlos y así entender al otro.
También, trato del tema transversal de mi poesía, el
diálogo entre el amor o la unión y la soledad.
[2]
Ídem. (2005). El hombre que recoge nidos. México: Resistencia/CONARTE.
Balbuceo silvestre
[2]
No llegué a la frontera
para oler el matorral
en la orilla del río,
ni acechar a los pumas
que cruzan el agua,
ni contemplar a las rocas
asoleadas al mediodía,
ni temblar en las noches frías,
ni atestiguar la invención
de un canto,
ni respirar el humo negro
de un incendio cuando queman
basura al lado del camino,
ni estar encantado
por las guacamayas rojas
que saltan desde las ramas
en los grandes libros
ilustrados.
No, llegué a la frontera
para sentarme en este escritorio
lleno de trizas y versos cortados
de un balbuceo que he susurrado
a solas en el vacío
en el que no te encuentro.
Cito este poema porque subraya que el dere-
cho es también un asunto para los otros animales y
las plantas que comparten la tierra y los mares con
nosotros. Acordemos que el planeta debe llamarse
Océano, ya que el 90 por ciento de su superficie
está cubierto por el agua. Y estamos calentando
esa agua con las emisiones de gases del efecto in-
vernadero que ponen en vía de extinción especies
tras especies de vida marina. Celebramos, al mismo
tiempo, la ética, la gentileza, el cuidado, valores hu-
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manos que han existido en nuestros genes al lado
de los humores asesinos. Aprender a vivir con estas
contradicciones dentro de uno mismo, o aprender
más bien a domar las energías negativas, fratricidas
—lo que llamaría las energías de Cain— y —elogiar
la bondad de Abel— esto es la lucha fundamental. Y
hay muchos Abeles, Gandhis, Martin Luther King’s
y Rabin’s que han muerto a lo largo de la historia.
A lo largo de más de cuatro décadas dedica-
das al escribir y difundir poemas, me he dado cuen-
ta que soy un devoto de la elegía: por lo que esta-
mos perdiendo, por un pasado más pacífico, por los
héroes que los asesinos han tumbado para destruir
el sueño de un mundo sostenible donde los grupos
en guerra pueden enterrar sus hachas.
Oriundo de Sri Lanka, por casi todo de este
periodo he visto la guerra, su poder imaginativo
cautivante. Y he visto e imaginado, recreado en poe-
mas las vidas de unas cuantas. Aquí, te presento a
Neelan Tiruchelvam.
Un lamento para Neelan Tiruchelvam
[3]
Andaba por esa calle cuando era niño,
bajo sus mangos,
oliendo los arbustos de flores
blancas cultivadas
para los templos; mi lengua una dulcería
provista por mi abuela,
además de los chiles triturados
en coco por su sirvienta.
Pertenecía a esa élite que a los
columnistas les gustaba
atacar, por su insularidad, su divorcio
definitivo de la realidad fratricida;
ahí en la esquina
de Rosmead Place y Kynsey Road se murió.
No lo conocía de mano, fue una de las figuras
vistas de lejos, luchando para que sus
conciudadanos
[3]
Ídem. (2001). El Infierno de los pájaros. México: Resistencia.
disfruten un poco más
de sus derechos humanos, alguien que tenía un
buen conocimiento de la historia última
de los pacificadores en otros países que
pensaban
que se podía vivir con dignidad, sin molestar
aun a una mosca, que de repente el mundo
humano
mejoraría a causa del sudor de escribir
nuevas y justas leyes.
Estalló en la esquina de Rosmead y Kynsey.
Un hombre se cayó con toda su sangre,
su ambición,
hasta el fin que lo esperaba, que lo nombró
con otra fama, uno más de los seres humanos
que había negado que la pesadilla
pudiera haberle
tocado, que tenía alguna inmunidad
contra los bárbaros,
que letras escritas en códigos tenían el poder
de recibir un balazo, de convertirse en una flor.
Señor Tiruchelvam, te espero con
un ramo de flores.
Todos los carros están embotellados;
no hay salida.
La esquina es el cruce, el destino, la mañana.
Tienes cincuenta y cinco años,
eres rico, nombrado.
Hay otras grandes figuras en el país, hay modelos
por todo el mundo, no vamos a entristecernos.
Seguiremos adelante, pondremos
tu nombre en el dintel
de una escuela, el letrero de una calle,
en las memorias
editadas por las celdas civiles que fundaste
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para que el país pueda tener lugares de reflexión
lejos de los cruces, de los gritos en el parlamento,
de los golpes en las cárceles, de la melancolía
que puede ahogar a todos hasta
que el sol se levante,
que sus niños se levanten,
que los mangos maduren,
que los chiles triturados se revuelvan
en la lengua,
aunque estás lejos en la ribera
de una tierra
desconocida, que escribes en otro idioma
para convertir este asesinato en imagen,
enseñanza, para que puedas escribir de esas
calles
de Rosmead y Kynsey que observaban tu crianza
que tienen ahora otro sentido, nombres de un
cementerio.
Elegías, declaraciones de ideales, defensas
de los otros seres que viven en la Tierra y el Océa-
no, ¿qué más hay para convencer al dubitativo que
a pesar de lo que escribió Auden, la poesía, sí, hace
algo suceder? En mi caso, me ha dejado creer que
soy libre y que domino mis expresiones verbales,
además de las cuentas que manejo en el banco.
Digo, de alguna manera, pienso que los planes del
poema y de la vida funcionan. No hay que dudar
preguntando: ¿por qué escribo?
Escribo para aclarar que soy libre y que no
seré legislado. Escribo para festejar la victoria de un
equipo de fútbol de un país desfavorecido, robado,
dejado a batallar contra los prejuicios de otros. Es-
cribo de Haití y de Perú, que hasta hace poco ha-
bía dejado pasar 36 años antes de volver al Mundial.
[4]
Ídem. (2016). Ventana azul, el tapiz del unicornio. México.
Esperando el segundo tiempo
[4]
Si es solo un juego y depende
de un hombre árbitro,
y la audiencia viene de la casa
cuyo equipo anfitrión tiene
el respaldo, es una droga.
Hay decisiones erróneas, malditas
y, finalmente, es la tristeza
de ver a un equipo defenestrado
jugar el resto del partido.
Espera. Todavía y siempre
tendremos el segundo tiempo.
En el caso de Haití, su equipo estaba per-
diendo dos a cero al fin del primer tiempo. Y en el
segundo, anotó tres. Así, clasificó por primera vez
a la semifinal de la Copa de Oro. Tendremos siem-
pre el segundo tiempo. Aun si nuestros derechos
han sido golpeados, que un tirano, un dictador ha
tomado el control del país, nada humano, incluso,
lo malo durará para siempre. Habrá un segundo
tiempo también para la salvación. Nuestra tierra y
océano están viviendo una extinción de especies
de animales y de plantas a un nivel sin preceden-
te, pero estamos al mismo tiempo reintroducien-
do animales y plantas en la selva de poblaciones
creadas en el cautiverio. No seremos legislados,
pero por un tiempo estaremos a merced de nues-
tros papas. No podemos todos vivir en países in-
dependientes. Imagínate la confusión, ¡pasapor-
tes para entrar a cada casa! Pero nunca vamos
a perder nuestros espíritus independientes, libres,
que construyen casas en el aire, bajo las olas, be-
llísimas y sostenibles mientras pisamos tierra y na-
damos en el mar.
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Ilusión
5
Detrás de la estación de Repsol caminamos
hacia el parque donde, con nuestras manos entre-
lazadas, nos enamoramos. Y de esa primera tarde,
la estación se volvió la pierna y el encuentro de un
amor hecho de caminatas hacia múltiples espacios
verdes de esta ciudad brumosa, construida al lado
de aguas friolentas y de estaciones de combustible,
un amor moderno que dependía del transporte pú-
blico y privado para dejarnos cerca de la alameda,
donde en otra ciudad de América un hombre solía
pasear con su armadillo. Eres el Mar, el árbol, el ca-
mino de piedras, el olor a gasolina. Soy el feligrés,
el explorador, el representante de países lejanos
donde otros amores se nacen en sus propios par-
ques al lado de las aguas que rodean a todos, aun
en medio del desierto como aquel de Paracas. Dejo
mi cargo. Entro al Mar. Dejas tus arrecifes de coral
y tus formaciones rocosas, donde se han hundido
los barcos para abrumar la costa. Treinta y cinco mil
hombres fueron borrados de la costa esrilanquesa
ese día del tsunami. Déjame ser uno más.
Esperando el diluvio
[6]
Los cocoteros se doblan para frenar
la tromba del viento.
Las bandas de monos gritan y saltan
de rama en rama hacia
el interior de la jungla.
Un armadillo, una rata, una serpiente hurgan
en la tierra redoblando sus esfuerzos
para crear nidos
bien hechos y escondidos y a
salvo de las aguas.
Un hombre camina en la playa con un paraguas
como lo hace todos los días,
su nariz hacia arriba, soñando
con su esposa dormida en casa.
El artista firma sus lienzos.
[5]
Ídem. (2016). Ventana azul, el tapiz del unicornio. México.
[6]
Ídem. (2013). Sin adorno (lírica para tiempos neobarrocos). México: UANL.
No hay que dejar estas actividades
para el último momento. El chorro llegaría de
repente y no habrá tiempo
para guardar tu huella ni en
un cuadro ni en la tierra.
He esperado el diluvio por un buen rato
—tal vez más de 20 años— cuando
dejé expirar mi pasaporte anterior y acepté la
bendición de mi nuevo papá.
Estoy orgulloso de ser inmigrante, de haber
cruzado el río y por cantar ahora en español.
Ni sé cantar ni bailar tango, pero mi amor, tengo
buen olfato y hay algo extraño
en el mar. ¿Para dónde se han ido las aguas?
Miren, ustedes, peces gigantes que batallan
para respirar, unas serpientes acuáticas se deslizan
hacia mí… no se metan, les digo, hay algo raro en
esta fiesta pescadora.
Dime, Dios, ¿te metes en los sueños de los
grandes inventores justo cuando se preparan para
morirse?… que desaparezcan contentos, sin mie-
do… Dios, no seas tan celoso de sus hijos.
La búsqueda de respuestas después de tor-
mentas, huracanes, terremotos, tsunamis, tiros en
la calle, la muerte repentina, infartos insólitos, el
autobús asesino… siempre nos lleva a ti, mi Señor.
Y después viene otra tragedia. El ciclo, Dios, pare-
ce sin fin. Y no habrá paraíso en nuestra tierra. Sin
embargo, de repente, uno se enamora —de mane-
ra profunda, digo, no solamente por lo físico o por
los gustos, es algo que va más allá de lo terrenal,
hacia lo divino— y los niños, cuando empiezan a
balbucear y a pararse y caminar… eso, Dios, nos
da tanta alegría que nos olvidamos del tsunami que
se llevó a los 25 miembros de la familia de mi ve-
cino, pero me dejó a deleitarme con los primeros
pasos de mi hija… es la amnesia, Dios, mientras
esperamos el Diluvio.
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¿Y por cuánto tiempo deberemos recordar las
fechas idóneas, el 26 de diciembre, el 6 de junio, el
11 de septiembre, el 17 de noviembre (por Bonnie
Prince Charlie que decidió regresar a Escocia ese
día en vez de seguir con la conquista de Inglaterra,
además de ser mi cumpleaños)? ¿Y a quién le im-
porta el cumpleaños de uno de nosotros? Estamos
todos en el arca y las aguas crecen y crecen. Dios,
¿no tenemos otras opciones que las hembras reuni-
das aquí?… y… Dios, ¿quiénes son estos hombres,
este pueblo elegido? ¿No hay otros pueblos? Los
chinos, por ejemplo, o los esrilanqueses, ellos que
resistieron la hostia de los misioneros. ¿No hay lu-
gar para ellos en otra arca ante otro diluvio?
Espero el diluvio. Espero alimentos. Espero vi-
siones. Espero musas. Espero adelgazarme. Espe-
ro mi hijo. Espero mi hija. Espero que sean alegres.
Espero mi amor. Espero que sea alegre. Espero el
hambre. Espero la sed. Espero superar el hambre
y la sed. Espero la mariposa. Espero la mariposa
que vuela en el bosque justo cuando desaparezca.
Espero poder ver a Dios antes de ser juzgado. Es-
pero que no haya juicios porque se canse el Dios
antiguo, el Dios temible, el Dios del diluvio.