EL DÍA DEL JUEZ
Prof. Mg. Javier André Murillo Chávez
*
Probablemente las mejores historias se encuentran en los Tribunales de Justicia,
estimados colegas, aunque eso no significa que traten sobre el amor eterno y el final feliz que
todos esperan. Quizás las utopías sólo existen en la ficción y en la fe de los estudiantes de
Derecho, a quienes como yoen su momentolos profesores hacían creer aún en cosas como
la verdad y la justicia. Lo que les contaré ocurrió en mi último año como estudiante de la
Universidad cuando a pesar de lo que muchos creen sobre míya no conservaba esa ilusión
que caracteriza a todos los que empezamos a estudiar leyes. Precisamente por lo que pa.
Yo decidí ser uno de esos practicantes heroicos que deciden servir a su país en los
organismos del Estado, a diferencia de otros de mis compañeros que la tuvieron “fácil” en
estudios de abogados donde se empezaba sacando fotocopias; bueno, yo comencé cosiendo
expedientes. Así, el décimo juzgado distrital de San Sebastián se convirtió en mi segunda casa
por tres años seguidos. Desde que comencé, entendí que se puede aprender mucho
simplemente escuchando. En los pasillos, en las audiencias, entre los urinarios, en las salas de
espera del despacho del Juez. Toda palabra salida de la boca de los juristas era más que
sabiduría, experiencia pura. Eso que un practicante no tiene y desea tener al salir a la vida
fuera del aula. Sin embargo, poco a poco, con el tiempo, ya me encargaban algunas cosas
más importantes como revisar expedientes e, incluso, resumir los datos importantes para que
el Secretario de Juzgado sepa de qué iba el caso al momento de pasarle el proyecto de
Sentencia al Juez. En ese momento como imaginaránno tenía ni idea de que me convertiría
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Profesor Investigador Renacyt en la Escuela de Derecho de la Universidad César Vallejo (UCV), Profesor en la
Facultad de Derecho de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y en la Facultad de Derecho y Ciencia
Política de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Máster en Propiedad Intelectual, Industrial y
Nuevas Tecnologías por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y Magister en Derecho de la Propiedad
Intelectual y Competencia por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Abogado por la PUCP. Fundador
de APICOM. Corresponsal en Perú de la Asociación para el estudio y la enseñanza del Derecho de Autor (ASEDA).
Contacto: ja.murillo.ch@gmail.com
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Revista YACHAQ Nº 17
Revista YACHAQ Nº 17
Publicada el 31 de julio del 2024
Centro de Investigación de los Estudiantes de Derecho
(CIED)
Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco
ISSN: 2707- 1197 (en línea)
ISSN: 1817 - 597 (impresa)
Fecha de recepción: 19/02/2024
Fecha de aceptación: 27/04/2024
[pp.283-287]
313
[pp.313-317]
en Juez Superior ni mucho menos que me encontraría hoy frente a ustedes pronunciando
estas palabras.
De todos los casos que vimos en esos tres años, hubo uno que me marcó de por vida.
Jamás lo olvidaré y lo cuento por primera vez –completo– el día de hoy. Los hechos ocurrieron
un día de julio en que según comentaban en el pueblo sebastianoDios se olvidó del Cuzco.
No había otra explicación para lo que sucedió. Era un triste caso penal. El asesinato y violación
de la chica Susana Gonzáles. Fue un caso de noticiero, todos los canales locales pasaron su
propia versión de los hechos que incluían desde “ritos satánicos” hasta la posibilidad del
“crimen pasional”, incluso alguno que otro incluyó la aparición del “chullachaqui”. El caso
alcanzó el nivel nacional cuando los medios capitalinos publicaron su propia versión. Igual,
como el pueblo era chico y el infierno grande, todo el Cuzco estaba enterado de aquel crimen
cometido en el pueblo de San Sebastián ya que no era común para dicha época algo tan
cruento. En fin, lo más cercano a la verdad al menos para los abogados era el expediente
judicial que tenía entre mis manos por el mes de octubre, en el que se apuntó como culpable
a Pedro Saldarriaga, pareja sentimental de la víctima, quien finalmente fue condenado por
violación y asesinato a veinte años de cárcel en el penal de Qenqoro.
Se leía en el parte policial pésimamente redactado como casi en todos los casosque
habían encontrado el cuerpo en una alcantarilla del distrito a la mañana siguiente de la
muerte, había rastros de violación y huellas de ahorcamiento. Susana que espero ya esté
descansando en pazera la hija de Juan Gonzáles y Rocío Ayala, comerciantes importantes de
la región. Yo llegué a conocerla y por eso le agarré tanto interés a este caso. Del informe
fiscal, se descartó fácilmente que el móvil del asesinato haya sido un secuestro fallido porque
no hubo comunicación con los padres por rescate o nada semejante, los hechos se dieron de
un día para el otro; todo apuntaba a ser un crimen de amores y se apuntaba al chico
Saldarriaga.
Lo que sí era respetable fue la labor de recopilación de pruebas y testimonios que había
realizado por aquellas fechas el Fiscal Fernández, cuyo historial y currículo realmente imponían
respeto para aquella época, queridos colegas. Había realizado sus primeros años de labor en la
ciudad de Ayacucho en tiempos de terrorismo y tuvo años de práctica por convenios
internacionales a los que les sacó provechoen la ciudad mexicana de Juárez, lugar donde
amanecían cada día con un par de personas colgadas de los puentes o contenedores con
restos humanos en residuos de ácido. Una autoridad en materia de investigación penal.
Contaba la leyenda que muchos cárteles de México lo tenían en su lista negra, nadie sabe por
qué.
Así, colegas, se puede decir que el Fiscal fue quien más se aproximó a la verdad. Los
testimonios de los vecinos se contradecían, no había arma homicida, no había huellas. Sólo
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quedó en esa alcantarilla de la avenida Castilla un cuerpo desnudo, sangre y muchas dudas.
Era un caso difícil, Fernández lo sabía, pero asumió el reto. Sin embargo, tuvo toda la
habilidad o suerte diría yopara lograr imputar al enamorado de Susana Gonzáles. Al inicio,
no hubo avances durante semanas, lo cual desesperaba más a la prensa, a la familia Gonzáles
Ayala, así como a los amigos y amigas de Susana.
Hasta que un día, el caso dio un giro de ciento ochenta grados cuando se utilizaron
conversaciones de redes sociales
filtradas por los amigos de Susana, las cuales constaban en
el expediente. Se copiaron conversaciones enteras en las actas de las audiencias, lo cual
facilitó la labor a Fernández y dejó sin piso a Pedro quien lloraba a gritos su inocencia. En
estas conversaciones, se leían discusiones de pareja que de mi corta experiencia en aquel
entonces– se encontraban en cualquier red social de chicos de esa edad, pero era la opinión
de un practicante más.
La situación del imputado Saldarriaga se empeoró con los testimonios de compañeros
de universidad que consiguió este hábil Fiscal. “
Es un pésimo alumno, de los que jamás saca
más de diez o doce en los exámenes
”, “
Pedro es un borracho, en las fiestas siempre
amenazaba a mucha gente, sus propios amigos, su borrachera es de las que dan miedo
”, “
Una
vez vimos como discutía con la que era su enamorada en ese tiempo y le agarraba fuerte los
brazos dejándole marcas que nos mostraba Úrsula al día siguiente
era lo que se leía en las
fojas judiciales.
Lo que comenzó como un mar de preguntas, queridos colegas, se convirtió en un show
de telenovela entre el Fiscal y los llantos de Saldarriaga. Debo admitir que toda la evidencia
apuntaba a este sujeto, a quien debo confesar llegué a odiar en ese momento pues al fin y
al cabo conocía a Susana, quien llegó a ser amiga mía en cierta época de mis estudios en los
últimos años de colegio. Cada Audiencia lo odiaba más y me convencí de que era culpable.
Sinceramente, en las aulas de la Facultad de Derecho, Fernández se estaba convirtiendo
en una leyenda. Aparte de la implacable labor que se encontraba realizando, se veía el
compromiso algo raro debo admitir con el caso. Recuerdo que asistí tanto al velorio y al
entierro de Susana, y se me partió el corazón. Entre llantos, lamentos, pésames y arengas de
“queremos justicia” por parte de su familia y amigos, pude observar que Fernández estaba
atrás de toda la multitud fumando un cigarro en plena lluvia.
Las redes sociales que dejó la joven fallecida se llenaron de saludos y canciones de
recuerdo, no faltaban por ahí un par de amenazas a Pedro, así como uno que otro insulto.
Todo un drama con víctima cantada. El día de la lectura de la sentencia estuve en la segunda
fila. Veinte años de prisión efectiva, sin posibilidad de reducción por ser violación. No se apeló.
La familia Saldarriaga no tenía para pagar más abogados ni la fuerza para superar más tiempo
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de calvario. La prensa hizo un festín del caso, como se esperaba. “Justicia” era el titular de la
mañana siguiente en un diario local. Siempre hay dos caras en la moneda. Por otro lado,
Fernández se había convertido en el
inkari
que salvaría al Perú. Se escuchó de su ascenso y
traslado a la capital. Algo no me cuadraba. Un caso no se resolvía tan fácilmente en el Perú.
¿Suerte o habilidad? Finalmente cedí y admiré a este Fiscal como todos en base al
resultado.
Pero, una fría noche de enero del año siguiente a los hechos meses desde que se
expidió la Sentencia que condenó a Pedro Saldarriaga– me acerqué a la escena del crimen
para reflexionar nuevamente sobre lo que había ocurrido. Al fin y al cabo, tenía la tesis sobre
homicidios a cuestas y era fácil recrear en la mente la escena del crimen más sonado de la
ciudad después de escuchar todo el juicio y haber leído al detalle el expediente. El pueblo ya
había olvidado el caso, no se hablaba más del tema, Fernández aprovechando su fama se
convirtió –como era de esperarseen un funcionario potentado del Ministerio Público en Lima.
Ustedes se preguntarán queridos colegaspor qué diablos cuento esto hoy en el día
del Juez. Yo que cumplo hoy más de veinte años en esto y vengo a aburrirlos con una historia
muy particular. La razón es muy sencilla. Los abogados nos engañamos todos los días. El Juez
se engaña al resolver sin estar seguro en muchos casos. El litigante se engaña al defender
muchas veces a los clientes sin saber si son inocentes o no. Muchas veces criminales triunfan
en el estrado por falta de pruebas, en otras ocasiones inocentes pierden sus casas o su
libertad, en ciertos casos nosotros avalamos despidos sin causa, entre otros pecados.
Lamentablemente, todos merecen una defensa, lo que incluye terroristas y violadores de
menores cosas de la Constitución que jamás entenderé como peruano y como padre.
También, la ciudadanía merece una verdad, merece una Sentencia. No la verdad, pero si una
verdad. Si hay alguna persona que siempre será odiada pues siempre habrá un perdedor en
cada caso es el Juez. Esas son cosas que no se pueden cambiar. Lo imperdonable de
nuestras vidas, colegas, es tener que avalar la injusticia y no alcanzar la verdad.
Recuerdo que aquella noche de enero en el momento en que reflexionaba en la
avenida Castillapude ver bajo la intensa lluvia –como el día del entierro de Susanaa quien
era el verdadero asesino. Sí, pese a toda la evidencia, Saldarriaga era inocente. Cuando lo veía
llegar, logré introducirme a espaldas de un callejón muy cercano a la alcantarilla donde
encontraron el cuerpo. Pude ver claramente cómo Fernández quien se suponía estaba en
Lima– sacaba del barro de una fosa cercana el arma homicida y la ropa interior sucia de
colores vivos, propios de una joven. Se persignó y balbuceaba bajo la lluvia. Decían que el
criminal siempre volvía a la escena del crimen, pero eso me parecía ridículo. Salí corriendo con
el temor propio de la situación, asumiendo que no pudo escucharme.
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A la mañana siguiente, acudí donde el Doctor Prado mi jefe directo y el Juez que
sentenció el caso para comentarle lo que había visto. En su despacho me respondió
criollamente con la incredulidad frente a las palabras de un estudiante o eso era lo que yo
creía: “No me jodas, cachorro. Esto ya se acabó, fue el chibolo y punto, déjalo ahí. Y ya sal de
mi oficina y ponte a trabajar. Al cruzar esa puerta, saliendo muy decepcionado de nuestra
carrera, impotente y con rabia, me di de cara con la injusticia en carne propia al ver –con
repugnancia– como Fernández era invitado a pasar a tomarse una taza de café con el Juez.
El
inkari
era un maldito asesino, la leyenda no era más que una estafa. Y yo no pude
hacer nada.
Solo quiero que sepan que cada vez que cosas como estás suceden, el Perú se jode un
poco más. Después de esta pequeña historia –en un país donde debe haber muchísimas más
dudo mucho, queridos colegas, que haya algo por celebrar.
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