quedó en esa alcantarilla de la avenida Castilla un cuerpo desnudo, sangre y muchas dudas.
Era un caso difícil, Fernández lo sabía, pero asumió el reto. Sin embargo, tuvo toda la
habilidad –o suerte diría yo– para lograr imputar al enamorado de Susana Gonzáles. Al inicio,
no hubo avances durante semanas, lo cual desesperaba más a la prensa, a la familia Gonzáles
Ayala, así como a los amigos y amigas de Susana.
Hasta que un día, el caso dio un giro de ciento ochenta grados cuando se utilizaron
conversaciones de redes sociales
filtradas por los amigos de Susana, las cuales constaban en
el expediente. Se copiaron conversaciones enteras en las actas de las audiencias, lo cual
facilitó la labor a Fernández y dejó sin piso a Pedro quien lloraba a gritos su inocencia. En
estas conversaciones, se leían discusiones de pareja que –de mi corta experiencia en aquel
entonces– se encontraban en cualquier red social de chicos de esa edad, pero era la opinión
de un practicante más.
La situación del imputado Saldarriaga se empeoró con los testimonios de compañeros
de universidad que consiguió este hábil Fiscal. “
Es un pésimo alumno, de los que jamás saca
más de diez o doce en los exámenes
”, “
Pedro es un borracho, en las fiestas siempre
amenazaba a mucha gente, sus propios amigos, su borrachera es de las que dan miedo
”, “
Una
vez vimos como discutía con la que era su enamorada en ese tiempo y le agarraba fuerte los
brazos dejándole marcas que nos mostraba Úrsula al día siguiente
” – era lo que se leía en las
fojas judiciales.
Lo que comenzó como un mar de preguntas, queridos colegas, se convirtió en un show
de telenovela entre el Fiscal y los llantos de Saldarriaga. Debo admitir que toda la evidencia
apuntaba a este sujeto, a quien –debo confesar– llegué a odiar en ese momento pues al fin y
al cabo conocía a Susana, quien llegó a ser amiga mía en cierta época de mis estudios en los
últimos años de colegio. Cada Audiencia lo odiaba más y me convencí de que era culpable.
Sinceramente, en las aulas de la Facultad de Derecho, Fernández se estaba convirtiendo
en una leyenda. Aparte de la implacable labor que se encontraba realizando, se veía el
compromiso –algo raro debo admitir– con el caso. Recuerdo que asistí tanto al velorio y al
entierro de Susana, y se me partió el corazón. Entre llantos, lamentos, pésames y arengas de
“queremos justicia” por parte de su familia y amigos, pude observar que Fernández estaba
atrás de toda la multitud fumando un cigarro en plena lluvia.
Las redes sociales que dejó la joven fallecida se llenaron de saludos y canciones de
recuerdo, no faltaban por ahí un par de amenazas a Pedro, así como uno que otro insulto.
Todo un drama con víctima cantada. El día de la lectura de la sentencia estuve en la segunda
fila. Veinte años de prisión efectiva, sin posibilidad de reducción por ser violación. No se apeló.
La familia Saldarriaga no tenía para pagar más abogados ni la fuerza para superar más tiempo
El Día del Juez
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Revista YACHAQ Nº 17
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