Millitza Franciskovic Ingunza / Jorge Luis Godenzi Alegre
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Revista
YACHAQ
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N
.º
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error de confundir Derecho y Ley. El Derecho,
como acto puro de conocimiento, está siem-
pre sujeto a determinadas reglas (directrices,
los calica Dworkin), principios, conceptos y
categorías que a lo largo del tiempo perma-
necen inalteradas. En este sentido, disciplinas
como la antropología y el derecho dieren en
su esencia no solo en especie, sino en grado
con la naturaleza. Por esa razón, el derecho se
ha visto inducido a crear un concepto antropo-
mórco y ecaz que son los sujetos de dere-
cho, entendiéndolo como un haz de obligacio-
nes, de responsabilidades y del despliegue de
una variedad de derechos subjetivos.
Es cierto que por más que nos empeñe-
mos en destacar el mérito e importancia que
tienen los conceptos, principios y reglas del
derecho, como actos de conocimientos, no
podemos, sin embargo, dejar de lado el pre-
dominio que ejerce el poder, cuya expresión se
encuentra perfectamente instrumentalizada en
la Ley, que como resultado de la acción política
no oculta su contenido ideológico que se ad-
vierte en cualquier ordenamiento jurídico.
La ley como norma superior del ordena-
miento jurídico, que todo lo puede —de ahí su
supremacía e imperio de carácter abstracto,
impersonal y general— ha posibilitado que en
algunos países a la naturaleza se le haya con-
cedido el derecho que por supuesto no tiene
la capacidad de poderlo ejercer, en el absurdo
de que por mandato imperativo de la ley pueda
tener ese derecho y hasta de poder ejercerlo.
Es el caso citar, como en el país del Ecua-
dor a través de su ordenamiento jurídico, a la na-
turaleza se le ha reconocido constitucionalmente
la categoría de sujetos de derecho, y en algunas
leyes bolivianas también. Es por ello, que nos
sobrecoge e inquieta entender su fundamenta-
ción, así como la defensa acérrima del que ale-
gan y protagonizan un sector de colectivos.
La Asamblea Constituyente en Montecristi
fue la tribuna en que se discutió dos posturas
respecto a normar a la naturaleza como suje-
tos de derechos. Varios asambleístas, incluso
los representantes del ocialismo se opusie-
ron a aceptar los derechos de la naturaleza,
tildándola incluso como una estupidez a dicho
reconocimiento. La postura de Alberto Acosta
(2017) uno de los promotores de esta alambi-
cada propuesta, que —dicho sea de paso, no
es jurista, ni antropólogo, es economista— fue
vista como una ingeniosa innovación del de-
recho. Los otros, a quienes catalogaron de
conservadores del derecho, en cambio, no
dudaron en calicarla como galimatías con-
ceptuales. Esta corriente neo marxista en sus
discursos enló sus baterías contra quienes se
oponían a estos vertiginosos cambios que se
habían puesto en marcha, manifestando que
dotarle de derechos a la naturaleza signicaba
alentar políticamente la conversión de objeto a
sujeto de derecho como parte de un reclamo
centenario de ampliación de los sujetos de de-
rechos, como recordaba ya en 1988 el suizo
Jörg Leimbacher, citado por Acosta.
Sostiene que el derecho a la existencia de
los propios seres humanos es lo central para
reconocer los derechos de la naturaleza, sien-
do este el punto medular estableciendo que
el ser humano no puede vivir al margen de la
naturaleza, y que por ello su sustentabilidad es
imprescindible para asegurar la vida del ser hu-
mano en el planeta. Maniesta, que esta lucha
de liberación en tanto esfuerzo político, empieza
por identicar que el sistema capitalista destruye
sus propias condiciones biofísicas de existencia.
«¿Deberían los árboles tener derechos
en juicio?» Es un clásico ensayo de Stone,
quien planteó la tesis del reconocimiento de
derechos a los árboles, generando diversas
reexiones sobre su signicación y relieve vital
para los seres humanos. Stone dice que cada
vez que ha habido un movimiento que pos-
tula el reconocimiento de derechos a nuevas
entidades, la propuesta es trabada por sonar
extraña, espantosa e inclusive cómica, esto,
porque hasta que el ente, es decir el árbol, sin
derechos no los recibe, nosotros solo lo po-
demos ver como algo más que una cosa para
nuestro uso. Propone seriamente que se debe