El
Antoniano 132
/
Diciembre
2017
Cince Martín, con su inevitable capa negra y
su tarro de unto medio ladeado, su
esquelético conjunto y los indios de Anta
con
sus monteras, sus varas, sus quesos y los
carneros al hombro, sus canastas con fruta y
tantas otras vituallas que deberían ofrecerse
en las graderías de los nacimientos
hogareños, que contaban con porcelanas
de
Seyres de magnífica factura,
con
demostraciones en la escala zoológica
de
vidrio soplado que representaban desde el
fierro de león
de
l
Atlas, hasta el
inocente
tejido conejo de indias, los
florer os
con dalias,
rosas y violetas de papel y alguna que otra
vez, algún artefacto inventario por uno
de
tanto curiosos artesanos, que vendían
en
apreciable duros de nueve decimos fino.
Cada indiecito o indiecita costaba un real
de
plata, y calculaban en que corrían
algunos
cientos de soles en la improvisada feria,
que
ha quedado establecido como de
costumbre,
y que ahora, por efecto de la llegada de las
paralelas de
hace
r
,
se ha convertido en día
venta de juguetería extranjera, de munición,
pues si bien son baratísimos, en cambio
no
alcanzan a satisfacer a los nenes del día
que
desean algo que resista a la nerviosidad
del
ambiente. Y como el mercado de abastos
se
hallaban en la Plaza
Mayo
r
,
las fruteras
hacían su agosto, en pleno diciembre…”
(El
Comercio
24-12-1936,
citado en
Calvo
1996)
En el año de 1946 se describe la feria,
“
desde
tiempo inmemorial se practica
esta
costumbre en el Cuzco, de color y sabor
locales….hay que comprar santos y pastores
de
yeso, comprar ramas de arbustos
de
romero, romillo, arrayán e hinojo, para
levantar la armazón el nacimiento que el
25
de
diciembre debe permanecer iluminado y
oliendo a incienso y a mirra, hasta el 6
de
enero, día de los Reyes. Santificando la casa y
alegrando a los niños y las almas
piadosas.
Hay que irse a los
Portales
de Carrizos,
repletos de mesas cargadas de santos
de
yeso, de pastores de arcilla y de mil
chucherías que hay que compra
r
,
entre el
rebullirse inquieto y bullanguero de los
chiquillos, la seria adultez de los adultos, la
faz alegre de las medres.
E l
Santuranticuy
es
fiesta clásica del Cuzco. Desde las cinco de la
mañana, los
Portales
de Carrizos, de Belén y
la calzada de la Plaza Mayor próxima a la
catedral, se llenan de vendedores de
esos
artículos de navidad, con que ha
de
prepararse los nacimientos. Mal que bien el
Santuranticuy supervive, como un recuerdo y
una evocación de mejores y más castizos
tiempos, matizando nuestra monótona vida y
congregando en plazas y calles caravanas
de
gentes de todas clases que luciendo sus
mejores galas, van repartiendo saludos y
sonrisas ” (El
Sol
2-12-1946,
citado en
Calvo
2002).
Es
importante también el comentario
que
realizó el recordado religioso
cusqueño
Jorge A. Lira,
“la
feria del 24 de diciembre
en l a pl aza mayo r de C usco , el
Santurantikuy (comercio o compra
de
santos, de imágenes), hasta ahora es el
exponente de otros habidos en la ciudad
imperial desde sus albores.
Esta
cita de arte
popular saca a exhibir y exponer allí sus
producciones en miniatura.
L
a
feria
ofrece
solo aquello que es aparente para armar un
Nacimiento o pesebre. Acude a esta feria
gente de todas las esferas.
L
as
familias, los
papás y mamás con sus niños, recorren los
puestos en demanda de pastorcitos,
de
objetos pequeñitos, a escoger lo más lindo
para el Niño. Todo es posible
hallar
en
este
mercado singula
r
.
Allí
está la carpintería, la
herrería, hojalatería,…en fin todo lo
imaginable en miniatura.
Pero
la imaginería
popular resalta
estupendamente.
L
o que
puede modelarse y esculpirse en pasta y
yeso, todo en miniatura, llevan a
esta
feria…”
(Lira,
1950).
Descripciones más recientes
siguen
mostrando la tradición que le
corresponde.
L
a
Dra. María
L
uisa
Núñez del
P
rado,
historiadora
y
ex
decana
en la Facultad
de
Ciencias Sociales de la Universidad
Nacional de San Antonio Abad del
Cusco,
presentó su estudio bajo el título
L
a
Navidad cusqueña que incluimos en el libro
F
olkl o
re Urbano del Qosqo
(1992),
indicando la realización de la feria de
art
e
popular navideña que atestiguó en su
propia vivencia, “en la ciudad de Cusco, el