WESTPHALEN EN INSULAS
EXTRAÑAS EN EL CENTENARIO
DE SU NACIMIENTO
Mario Pantoja Palomino
Emilio
Adolfo
Westphalen, uno
de los
grandes
poetas del surrealismo peruano y latinoamericano
(junto a César Moro, el de La
tortuga ecuestre),
de
quien elo 2011 se cumplió el centenario de su
nacimiento, publicó dos libros fundamentales en
la década del treinta: Las
ínsulas extrañas
(1933) y
Abolición
de la
muerte
(1935); para luego reunir en
un solo volumen toda su producción poética, bajo
el título de Belleza de una espada clavada en la lengua
(1986). Westphalen a partir de su acercamiento a
César Moro (que formó parte del grupo de artistas
liderado por André Bretón), se convirtió en uno de
los principales difusores de la propuesta surrealista
en América Latina. En su gran mayoría, en Las
ínsulas extrañas
las composiciones son poemas de
amor, pero se trata de un amor que ha terminado y
ya pertenece al pasado y los poemas van dirigidos
a una amada ausente. "El gran tema, la gran
pasión de la poesía de Westphalen -como dice
Javier Sologuren- es el amor". Al mismo tiempo
afirma el autor de Las uvas del
racimo
"que los
poemas westphalianos son en definitiva un haz
de vislumbres. Un haz, nada menos. Pero dotado
de una viva unidad y crecido conforme a un
ponderado diseño estructural. Llevan razón por
consiguiente quienes destacan el control de una
inteligencia configuradora en la escritura de sus
poemas". Los textos, tanto del primer libro como
del segundo, han de verse como una lucha contra
el tiempo y la muerte, como una búsqueda del
tiempo perdido, en la cual el poeta se esfuerza por
recuperar la felicidad del amor perdido mediante
la memoria y la imaginación poética. Y como
señala Ricardo González Vigil, "Westphalen
asimiló mucho del Surrealismo (la triada poesía-
revolución-amor, el culto a las asociaciones libres y
soterradas), llegando a componer textos calificables
de surrealistas (...), pero en los dos poemarios
citados arriba somete la lección surrealista a un
registro distinto,s arquitectónico, producto
de una escritura vigilante y escrupulosa, diversa
del mero 'automatismo psíquico'. En el plano
vital, de otro lado, optar por una insularidad y
una discreción poco compaginables con la 'vida
escandalosa' de los surrealistas cabales".
En sus dos libros, Westphalen "ha hablado
con esa voz, que es la suya y es la de todos y es
la de nadie: la voz del otro que es cada uno de
nosotros. Al mismo tiempo, ha oído el silencio
que precede, acompaña y sigue a esa voz. Ese
silencio alternativamente nos atrae y nos aterra;
por eso, muchos poetas, sin excluir a loss
grandes, sienten la tentación de cubrirlo con las
palabras de la elocuencia o de la retórica (...). El
silencio de Westphalen es el complemento de su
voz. Cada uno de sus poemas es como una torre
rodeada de noche: su chorro pétreo, obscuro y
luminoso, se levanta sobre una masa de silencio
completo" (Paz 1979: 165). En
Abolición
de la
muerte
—que es el libros difícil para descubrir
la intencionalidad del autor la memoria suele
salir triunfante, aboliendo el tiempo y la muerte
al rescatar de la niebla del pasado la figura de la
amada y la felicidad asociada con ella.
En toda la obra poética de Westphalen —por
cierto- el gran tema es el amor del pasado. Es
probable que la intensidad visionaria de su erotismo
no tenga parangón en toda nuestra poesía del siglo
XX. Si en Las
ínsulas extrañas
prevalece la zozobra
que tiñe su expresión con las lívidas tintas de la
pesadilla y en todo momento nos permite asistir
a sus oscuros combates; en
Abolición
de la
muerte
se
manifiesta, así desde su título mismo, una voluntad