— REVISTA UNIVERSITARIA 141 —
las que de pronto se permite alardes de ilusionista,
hacen de los Comentarios Reales una de esas
obras maestras literarias contra las que en vano
se estrellan las rectificaciones de los historiadores,
porque su verdad, antes que histórica, es estética
y verbal.
El Inca está muy orgulloso de ser indio, y se
jacta a menudo de hablar la lengua de su madre, lo
que, subraya muchas veces, le da una superioridad
-una autoridad- para hablar de los incas sobre los
historiadores y cronistas españoles que ignoran, o
hablan apenas, la lengua de los nativos. Y dedica
muchas páginas a corregir los errores de traducción
del quechua que advierte en otros cronistas a
quienes su escaso o nulo conocimiento del runa-
simi conduce a error. Es posible, sin embargo,
que este quechua del que se siente tan orgulloso y
que se jacta de dominar, en verdad se le estuviese
empobreciendo en la memoria por las escasas o
nulas ocasiones que tenía de hablarlo. Hay, a ese
respecto, en La Florida del Inca, una dramática
confesión, comparando su caso con el del soldado
español Juan Ortiz, cautivo por más de diez años
de los indios de los cacicazgos de Hirrihigua y
de Mucozo y que, cuando van a rescatarlo unos
españoles dirigidos por Baltasar de Gallegos,
descubre que ha olvidado el español y apenas
puede balbucear "Xivilla, Xivilla" para que lo
reconozcan. Dice el Inca que, al igual que Juan
Ortiz entre los indios, por no tener él en España
"con quien hablar mi lengua general y materna,
que es la general que se habla en todo el Perú
[...] se me ha olvidado de tal manera [...] que no
acierto ahora a concertar seis o siete palabras en
oración para dar a entender lo que quiero decir".
{La Florida del Inca, II, I, VI). El idioma en el que
dice todo esto no es el quechua sino el español,
una lengua que este mestizo cusqueño domina a
la perfección y maneja con la seguridad y la magia
de un artista, una lengua a la que, por sus ancestros
maternos, por su infancia y juventud pasadas en
el Cusco, por su cultura inca y española, por
su doble vertiente cultural, él colorea con un
matiz muy personal, ligeramente exótico en el
contexto literario de su tiempo, aunque de estirpe
bien castiza. Hablar de un estilo mestizo sería
redundante, pues todos lo son; no existe un estilo
puro, porque no existen lenguas puras. Pero la de
Garcilaso es una lengua que tiene una música,
una cadencia, unas maneras impregnadas de
reminiscencias de su origen y condición de indiano,
que le confieren una personalidad singular. Y, por
supuesto, pionera en nuestra literatura.
El logro extraordinario del Inca Garcilaso
de la Vega -dicho esto sin desmerecer sus méritos
sociológicos e historiográficos-, antes que en el
dominio de la Historia, ocurr^ en el lenguaje:
es literario. De él se ha dicho que fue el primer
mestizo, el primero en reivindicar, con orgullo, su
condición de indio y de español, y, de este modo,
también, el primer peruano o hispanoamericano
de conciencia y corazón, como dejó predicho en la
hermosa dedicatoria de su Historia
General
del Perú:
"A los Indios, Mestizos y Criollos de los Reynos
y Provincias del grande y riquísimo Imperio del
Perú, el Ynca Garcilaso de la Vega, su hermano,
compatriota y paisano, salud y felicidad". Sin
embargo, curiosamente, este primer 'patriota'
del que nos reclamamos los peruanos, al afirmar
antes que ningún otro su idea de Patria encontró
y asumió bajo este vocablo una fraternidad
mucho más amplia que la de una circunscrita
nacionalidad, la de un vasto conglomerado,
que, poco más o poco menos, se confunde con
la colectividad humana en general. No fue ésta
una operación consciente, desde luego; es algo
que resultó de sus intuiciones, de sus lecturas
universales y de su sensibilidad generosa, y,
por cierto, de ese humanismo sin fronteras que
bebió de la literatura renacentista, un espíritu
ecuménico muy semejante, por lo demás, a la idea
de ese Imperio de los Incas que él popularizó:
una patria de todas las naciones, una sociedad
abierta a la diversidad humana. Llamándose
"indio" a veces, y a veces "mestizo", como si
fueran términos intercambiables y no hubiera
en ellos una incompatibilidad manifiesta, el Inca
Garcilaso reivindica una Patria, precisando "yo
llamo así todo el Imperio que fue de los Incas" (IX,
XXIV). Por lo demás, este hombre tan orgulloso
de su sangre india, que lo entroncaba con una
civilización de historia pujante y altamente
refinada, no se sentía menos gratificado de su
sangre española, y de la cultura que heredó gracias
a ella: la lengua y la religión de su padre, y la
tradición que lo enraizaba en una de las más ricas
vertientes de la cultura occidental. El inventario
que se hizo de su biblioteca, a su muerte, es
instructiva; su curiosidad intelectual no conocía
fronteras. En ella figuran, además de autores
castellanos, muchos clásicos helenos, latinos e
italianos, Aristóteles, Tucídides, Polibio, Plutarco,
Flavio Josefo, Julio César, Suetonio, Virgilio,
Lucano, Dante, Petrarca, Boccaccio, Ariosto,
Tasso, Castiglione, Aretino y Guicciardini, entre
muchos otros.