ANTECEDENTES DEL INDIGENISMO,
REFORMA UNIVERSITARIA Y
'ESCUELA CUSQUEÑA' *
Luis E. Valcárcel
En 1908 ingresé a la Universidad de San
Antonio Abad, como alumno de la Facultad de
Letras. En el Cusco ese era el único camino para
quien, como yo, tenía inquietudes intelectuales.
Comencé clases en el mes de abril, en marzo se
acostumbraba tomar los exámenes de ingreso.
Entre quienes en aquelo iniciamos estudios de
Letras, recuerdo a Octavio Usandivaras, Rómulo
Acurio, Francisco González, Rafael Guevara, Abel
Gutiérrez, José Manuel Carrillo, Juan José Loayza,
Manuel Gil, Julio A. Dávila, Timoteo Flores,
Luciano Dueñas yo Benjamín Díaz. Nuestros
profesores eran Alejandro Pacheco de Filosofía
e Historia de la Civilización, Cosme Pacheco de
Filosofía e Historia del Arte, Julián Zaldívar de
Literatura y Wenceslao Cano de Historia del Perú.
En años superiores estudiaban, entre otros: Uriel
García, Benjamín Velasco, Gabino Ugarte, Miguel
Corazao, Luis Rafael Casanova y los hermanos
Félix y José Gabriel Cosío. Alo siguiente
ingresarían César Antonio Ugarte, Francisco
Tamayo, Rafael Aguilar, Luis Felipe Aguilar,
Federico Ponce de León, José Mendizábal y Juan
Bautista Velasco.
Quienes entonces iniciamos estudios
universitarios recibimos las afluencias de algunas
personalidades excepcionales de las generaciones
anteriores, que habían comenzado a abrir una
brecha en el cerrado ambiente cusqueño, en
el que las ideas de la inferioridad del indígena
eran expresadas con toda naturalidad. Narciso
Aréstegui, autor de El Padre Horán, era estimado
por los jóvenes como un predecesor de la
preocupación por el indígena. En su famosa
novela hizo público cómo el indio conservaba
sus antiguas virtudes y que los resonsables de su
postración eran las autoridades, los clérigos y los
hacendados. Como un antecedentes inmediato
a nosotros teníamos a Corinda Matto de Turner,
también novelista, que en Aves sin nido destacó
las virtudes de la raza indígena y denunció los
abusos de que era objeto. La prédica de ambos,
de evidente espíritu provinciano, había recibido
el apoyo de Manuel González Prada desde Lima,
quien consideró a la población indígena como el
centro mismo de la nacionalidad.
Luego de esos precursores aparecieron en
el Cusco algunas figuras intelectuales que, por su
interés en conocer los diversos aspectos de la vida
indígena y regional, merecen ser considerados
como fuentes del indigenismo. Uno de ellos fue
Antonio Lorena, médico, maestro universitario y
profesor del Colegio Nacional de Ciencias, quien
a través de los artículos que publicó especialmente
en el Boletín del Centro Científico introdujo en el
Cusco ideas y puntos de vista producto de su
contacto con Europa. Respondiendo a las ideas
de la época, el profesor Lorena era positivista,
aunque con muchas influencias materialistas. Sus
clases eran muy amenas por lo que asistían a ellas
no solamente quienes estaban matriculados en su
curso, recuerdo haber escuchado sus exposiciones
en la Universidad cuando yo todavía era estudiante
de media.
Lorena era médico de profesión, cuando
visitaba a un paciente muchas veces lo olvidaba
* Luis E. Valcárcel,
Memorias,
Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 1981. pp. 130-149.
. REVISTA UNIVERSITARIA 141 -
por conversar con los miembros de la familia,
a quienes interrogaba sobre sus costumbres y
prácticas. A ese punto llegaba su curiosidad y
espíritu de investigador. Era en realidad lo que
hoy llamaríamos un antropólogo social, profundo
conocedor de la vida cusqueña a través de la
investigación directa. Como maestro fue tal su
influencia y el respeto que ganó entre sus alumnos
que se le otorgó el título de "Maestro de lajuventud",
manteniéndose durante treinta años como las
importante figura docente de la Universidad del
Cusco. Lamentablemente todos los conocimientos
que Lorena logró acumular nunca fueron volcados
en un libro, su obra impresa es exclusivamente
de artículos publicados en revistas y periódicos
cusqueños. A los 80 años, viejo y enfermo, quiso
recuperar el tiempo perdido, pero ya era tarde.
Sin embargo, en quienes le escuchamos queda el
recuerdo de sus clases, así como su gran cariño
por los indígenas no sólo en un sentido lírico pues
cuando se desataban epidemias solía trasladarse a
las comunidades para atender a la población. De
esas circunstancias aprovechaba para acrecentar
sus conocimientos de la vida indígena. A él se debe,
en gran parte, el interés que por las condiciones
biológicas y antropológicas del indio mostraron
algunos integrantes del Centro Científico.
Junto a Lorena, otro de los verdaderos
hombres sabios del Cusco de principios de siglo
fue Fortunato Herrera, quien a pesar de haberse
graduado en Ciencias Naturales, desde muy joven
se dedicó a los estudios de carácter social, habiendo
realizado investigaciones de interés etnológico
en una época en que se desconocían los métodos
adecuados para realizar ese tipo de estudios. Sus
primeros artículos fueron publicados en el Boletín
del Centro Científico del Cusco; destaca entre ellos
el trabajo sobre los indígenas de Chincheros,
que debe considerarse como uno de los primeros
trabajos etnológicos hechos en el Perú, donde
describe detalladamente la vida y costumbres de la
comunidad. Por sus estudios de botánica, Herrera
debe ser considerado como el primer botánico
peruano. Como estudioso de la flora peruana es,
junto con Weberbauer, una de las personalidades
científicass notables en este campo. Ha escrito
mucho sobre el tema, sin circunscribirse a la
descripción de la flora de nuestra serranía, sino
que señala las propiedades de las respectivas
plantas e indica sus posibles usos. De ese cercano
conocimiento de la flora andina, así como de la
manera en que los indígenas lograron dominarla
nació su admiración por el indio.
Herrera pertenecía a una antigua familia
cusqueña, era sobrino nieto de Ramón Herrera,
Presidente del Estado Sudperuano en la época la
Confederación Peruano-BoliVÍána. Era un hombre
simpático, suave de carácter y poco hablador.
Usaba unos anteojos característicos pues era
miope, cuando estaba con sus amigos se expandía
alegremente, pero en general andaba callado,
era modesto y bastante tímido. Cuando pasó de
los cincuenta años caminaba un poco inclinado,
aparentandos edad de la que tenía, era bajo y
su andar así le produjo una relativa joroba.
Con los cambios que ocurrirían en la
Universidad, a raíz de la huelga de 1909, logramos
que Fortunato Herrera fuese incorporado como
catedrático. Con él la juventud universitaria pudo
beneficiarse con los amplios conocimientos de ese
verdadero sabio cusqueño; años después llegó a ser
rector de la Universidad del Cusco y, a su retiro,
tuve la suerte de tenerlo como colaborador en el
Museo Nacional, donde se encargó de la sección
histórica, ya que también había realizado labor en
ese campo. Entre otras cosas escribió una serie de
biografías de los botánicos peruanos y extranjeros
que habían investigado sobre la flora peruana.
Hasta su muerte, Fortunato Herrera se mantuvo en
su puesto en el Museo. Era pariente del Mariscal
Benavides, quien concurrió a visitarlo en su lecho
de muerte en el Hospital Dos de Mayo de Lima,
s o menos a mediados de la década de 1940.
Ciertas inquietudes de reivindicación del
incario mostró otra figura destacada del "Centro
Científico", Luis María Robledo, promotor de
expediciones de exploración a la selva y hombre
de convicciones políticas firmes, que murió en
1910 participando en una rebelión pierolista
contra Leguía. Como periodista de "El Sol" y a
través de la "Sociedad Sihuaniro", que fundó
con la colaboración del "Centro Científico",
estuvo entre quienes pensaron que el futuro del
Cusco descansaba en la apertura de caminos a
las provincias selváticas del Urubamba, donde
los bienes producidos en los valles cusqueños
encontrarían buenos mercados.
Quechuistas destacados como el médico
Leonardo Villar, amigo de Clorinda Matto, o
el abogado José Lucas Caparó Muñiz, quien
llegó a ser juez en Paruro, fueron promoviendo
el interés por el indígena y sus manifestaciones
culturales. Este último formó una colección de
antigüedades incaicas. Dedicó buena parte de su
vida, unos 15 años, a la recolección paciente de
. 100 AÑOS
piezas prehispánieas en una época en que dicha
afición era vista como excéntrica y no había
el menor apoyo para proteger el patrimonio
arqueológico. Guardaba objetos de piedra, armas
de guerra, hihuayas, maccanas, huarakas, vasos
y bebederas, huincos, ccochas, ídolos, morteros,
silbadores, objetos de oro y plata, orejeras, objetos
de champi, de arcilla, herramientas, cántaros,
tejidos, objetos de hueso, etc., habiendo obtenido
algunas piezas en excavaciones personales. El
valor de su colección contrastaba con las versiones
que Caparó había inventado sobre cada una de las
piezas, algunas de ellas ridiculas. A fines del siglo
XIX esa colección era las importante en el
país, pues reunía un nutrido y calificado material
inca. Tanto Tello como Larco Herrera quisieron
comprársela pero Caparó, con un notable sentido
regionalista, prefirió venderla a la Universidad
del Cusco, a un precio inferior al que le ofrecían.
Lamentablemente hubo muy pocos gestos como
ése en el Cusco de aquellos años. Las piezas que
debían haber existido en el llamado Museo Erudito
y en la Biblioteca-Museo habían desaparecido o se
habían deteriorado mucho desde cuando las vi por
primera vez. Entre 1840 y 1842 la Universidad
había formado un museo, pero solamente llegó
a tener una cantidad limitada de piezas, que
se unieron a las de Caparó cuando su colección
fue adquirida por la Universidad. Hoy pueden
admirarse en el Museo Arqueológico del Cusco.
Tuve directa relación con Caparó con motivo
del Instituto Histórico del Cusco que fundamos en
1913 y del cual fui presidente. Para entonces él
era ya un hombre muy anciano y fue incorporado
como una especie de miembro emérito por sus
innegables aportes a la conservación de la tradición
inca. A través de mis conversaciones con Caparó
pude comprobar que no obstante no tener una
perspectiva clara sobre los problemas del indígena,
su profundo amor por la cultura, vale decir su
incaísmo y su cariño por el Cusco hacían de él un
personaje muy valioso.
Lorena, Herrera, Robledo y Caparó
formaron parte del "Centro Científico" del
Cusco, grupo que realizó destacada labor en el
conocimiento de los diversos aspectos de la vida
regional. Como entidad no alcancé a conocerla
sino en sus años finales, ya que sus actividades se
desarrollaron entre 1897 y 1907. Sin embargo,
pude conocer a algunos de sus miembros cuando
eran ya personas maduras. Elíseo Araujo fue uno
de ellos, era fiscal, representante parlamentario
y rector de la Universidad, un gran personaje
local al que mi generación desprestigió en la
huelga universitaria de 1909, pues pedíamos su
destitución. Otro miembro del Centro al que
conocí fue Eusebio Corazao, notahíe matemático
que alcanzó renombre inclusive fuera del Cusco,
llegando a ser citado en repetidas oportunidades
por el insigne hombre de ciencias Federico
Villarreal; sus artículos fueron publicados
en revistas extranjeras. Recuerdo también al
canónigo Fernando Pacheco, permanentemente
empeñado en escribir la historia del Cusco.
Cuando fui director de "El Comercio" me entregó
algunos manuscritos que fueron publicados
en varias entregas. Era conocido como "el
historiador del Cusco".
Otro personaje de esa generación fue el
destacado músico José Castro, pianista y escritor,
uno de los primeros en estudiar la música incaica
y, en buena cuenta, el descubridor de que se
basaba en la escala pentafónica. Su labor es, en
muchos años, anterior a la de Raoul D'Harcourt.
Con Ramón Herrera, pianista, Leandro Alviña,
violinista, y con Carlos Japp, cellista, Castro formó
una célebre orquesta de cámara. Dominaba la
música europea pero fue también compositor de
piezas de inspiración indígena. Además de sus
actividades propiamente musicales, era un crítico
literario temible por su acritud y su sobresaliente
cultura, se estimaba enemigo de Palma en
Lima. Quienes en el Cusco querían iniciarse
en la literatura temían sus ironías y quienes
discrepaban con él corrían el riesgo de caer bajo
su crítica demoledora. Recuerdo por ejemplo que
al doctor Agustín Whilar, profesor de gramática
castellana, Castro lo dejó muy mal parado con sus
acostumbrados comentarios.
Francisco Sivirichi destacó como pedagogo.
Fundó el Colegio Americano hacia 1910, que
se convirtió en competidor del de Ciencias. La
juventud cusqueña solía dividirse entre los que iban
a este Colegio y los que acudían al de Ciencias.
En este último estudiaban los hijos de familias no
muy religiosas pues ahí enseñaban los profesores
llamados "ateos".
Podría mencionar también a algunos otros
que no tuvieron mayor trascendencia intelectual
pero que estuvieron ligados al "Centro Científico";
Manuel Arróspide por ejemplo, inteligente pero
chiflado, famoso por su dedicación a decir discursos
en los entierros. En el Cusco solía llevarse a los
muertos a pie hasta el cementerio con paradas cada
cierto trecho, de ellas aprovechaba Arróspide para
largarse con su discurso en homenaje al difunto, a
cambio de una propina. Contaban que en cierta
ocasión le ocurrió un chasco, pues mientras él
hablaba de una mujer, el muerto era un varón.
Contemporáneos fueron también Gabino Ugarte,
quien llegó a ser presidente de la Corte Superior
del Cusco, Mariano Medina, vocal de la misma
Corte, y el abogado Manuel Montesinos.
Entre ellos estuvo también Benjamín La
Torre, médico que nunca ejerció su profesión,
perteneciente a una de lass adineradas familias
del Cusco, propietaria del Palacio del Almirante.
La Torre fue varias veces parlamentario por el
departamento y apoyó al gobierno del "oncenio".
Murió asesinado por Maximiliano Recharte,
administrador de Huiro, quien había hecho malos
manejos con los fondos de la hacienda.
Resulta interesante el hecho de que muchos
miembros de esa generación participaran del lado
pierolista en la revolución de 1895. El canónigo
Alejandro Ibérico fue un activo pierolista que en
1908 participó en la captura de Calca. Otros como
Emilio Luna, Lucio Cabrera, Eliseo Araujo yjuan
Julio Castillo, relacionados todos con el "Centro
Científico", también tuvieron participación en la
revolución pierolista.
Personalidades tan descollantes como el
abogado puneño José Frisancho, contemporáneo
de José Lucas Caparó, también tuvieron gran
influencia entre los jóvenes de mi generación.
s que por sus escritos por el hecho de tratarse
de un sujeto ejemplar. Abogado distinguido yjuez
excepcional, defensor intransigente de los indios
en una época en que el poder de los gamonales
era casi absoluto. Luego de seguir sus estudios
de Derecho en Arequipa, regresó a su tierra y
fue nombrado, sucesivamente, Juez de Azángaro
y Chucuito, lugares en los que comenzó su
cruzada en defensa del indígena. Destacó como
hombre recto que sancionó inclusive a gente
influyente, cuando así lo consideró necesario. Su
fama de juez imparcial le valió el reconocimiento
de todos, a tal punto que fue designado como
miembro de la Corte Superior del Cusco. Fue en
esos años que su nombre y sus hazañas jurídicas
se hicieron conocidos.
Como vocal de dicha Corte atendía todos
los juicios que se hacían contra los indios; cuando
querían llevarlos presos los ponía en libertad
hasta que no se acreditara su culpabilidad,
comprobándose en muchos casos que el acusado
en realidad había sido víctima de las artimañas
de algún gamonal. Escuchaba los reclamos de
los indígenas con interés y k>s sopesaba al mismo
nivel que el de un personaje poderoso, aplicando
al pie de la letra aquel principio que reza "todos los
hombres son iguales ante la ley". Fue, en síntesis,
un juez ejemplar.
Frisancho era de origen puneño y tenía rasgos
indígenas, hablaba aymara y quechua y era un
tipo estricto pero de carácter sociable. Cercano a
los cuarenta años se casó con una de lass bellas
mujeres cusqueñas, Juanita Pineda, que vivía en la
calle Malambo, con la que tuvo cuatro hijos. Con
el tiempo llegamos a ser amigos, en 1925 viajamos
a una de sus haciendas en Puno, donde hice
excavaciones arqueológicas ubicando restos de la
cultura Pukara. En el Cusco escribió varios folletos
sobre la cuestión indígena desde el punto de vista
jurídico, que era su especialidad, uno de ellos fue
editado por Rafael Larco Herrera y circuló por todo
el Perú. Publicó también algunos poemas. Puede
decirse que durante su permanencia en la Corte
Superior cusqueña la administración de justicia
en la región pasó por un período intachable. En
virtud de sus méritos fue traído a Lima como vocal
de la Corte Suprema, donde también destacó por
su rectitud. Recuerdo que cuando Odría llegó al
poder en 1948 quiso recibir el reconocimiento de
lass altas autoridades judiciales del país, a lo
que Frisancho se negó terminantemente, pues ese
gobierno había resultado de un golpe de Estado y
no de la voluntad popular.
En este recuento también debe incluirse
a Enrique Rossell, ya que escribió y publicó
artículos sobre cuestiones indígenas en el Boletín
del Centro Científico. Así como a Emilio Max
Montes, que consiguió formar una colección de
objetos arqueológicos, aunque de menor volumen
que la de Caparó. La llevó a exhibir a Chicago
de donde no regresó porque allí la vendió al
Field Museum. Entre los objetos que dicha
colección incluía había un asiento de madera
sin respaldar, decorado con diseños semejantes a
los de los keros. Por último hay que mencionar
a Roberto Goehring, geógrafo de primer orden,
descendiente de alemanes, que estuvo siempre
presente en nuestras campañas indigenistas.
Mi generación estaba formada por una
juventud entusiasta y con elementos intelectuales
valiosos que se dio con una realidad universitaria
francamente decepcionante. La Universidad
cusqueña eran una institución colonial, con
un cuerpo docente incompetente y rutinario, y
gobernada por un grupo reducido de personajes
que se repartían los cargos impidiendo el acceso
de elementos jóvenes y renovadores. Imperaba el
s descarado nepotismo, con un rector como el
Dr. Eliseo Araujo, personaje político que había
sido diputado y ejercía altas funciones como la
fiscalía de la Corte Superior, quien había hecho
de la Universidad su propio feudo, nombrando
catedrático a su hijo, a sus sobrinos de apellido
Zaldívar y a su capellán, el agustino Alvarez, sin
tener éstos la menor capacidad para los cargos.
Además los catedráticos tenían con él vínculos muy
estrechos, habiéndose formado una camarilla que
impedía el acceso a las cátedras a nuevos valores
intelectuales cusqueños. Todas esas circunstancias
llevaron a que hubiese un descontento cada
vez mayor entre los alumnos. Pronto fue
constituyéndose un grupo radical que en marzo
de 1909 fundó la Asociación Universitaria, cuya
presidencia ejerció uno de los alumnos de mayor
edad, Demetrio Corazao. A partir de entonces fue
haciéndose cada vezs claro nuestro propósito
de provocar un movimiento estudiantil que, por
medio de la huelga, obtuviera la renuncia del
cuerpo de autoridades y profesores anticuados.
Deseábamos una vida nueva para la Universidad
porque no soportábamos el régimen imperante.
Después de muchas reuniones se acordó
proclamar la huelga el 7 de mayo de 1909.
Sería la primera huelga universitaria en
Sudamérica. El complot se consumó en ocasión
de encontrarse reunidos los miembros del
Consejo Universitario en el estrado del salón de
sesiones. Los alumnos nunca habían concurrido
a escuchar una sesión de las autoridades y aquel
a lo hicieron pacíficamente, posesionándose
del resto del salón. Después de las palabras del
rector inaugurando el acto, Demetrio Corazao
subió intempestivamente al estrado pidiéndole al
rector el uso de la palabra. Araujo negó de hecho
tan extraña petición, porque para él los alumnos
no tenían ni voz ni voto. Insistió Corazao y
comenzaron entonces los murmullos, tanto del
lado de los profesores como entre los estudiantes.
De pronto sonó un disparo al aire hecho por
el antiguo alumno Manuel Jesús Urbina, años
después diputado por Ayacucho y comprometido
en una revolución contra Leguía. Se produjo una
conmoción general, se levantaron los catedráticos
con el rector a la cabeza
y,
en forma relativamente
tranquila porque no se escuchó ninguna voz de
protesta, abandonaron la Universidad pasando
entre una doble fila de alumnos que a una sola
voz gritaban "¡Viva la huelga!"
Cuando salimos del local las "kateras"
de la Plaza de Armas creían que el tumulto y
los disparos se habían producid) porque los
universitarios nos peleábamos a las tres primeras
mujeres que por entonces habían ingresado a la
Universidad (a excepción de Trinidad Enríquez
que ingresó en 1870 y que fundó la Asociación
de Artesanos del Cusco). Aquellas compañeras
de estudios fueron Leonor Guevara, que luego se
casó con Félix COSÍO; Angélica Minauro, dueña
de haciendas, que fues tarde esposa de Fidel
Santos; y Luisa Garmendia, que casó con mi
profesor Cosme Pacheco.
Los acontecimientos del 7 de mayo y la
huelga universitaria tuvieron una tremenda
trascendencia porque se generalizó la protesta
contra ciertos grupos que hoy llamaríamos
oligárquicos y se inició en el Cusco una nueva
etapa. Al conocer los sucesos, el gobierno ordenó
la clausura de nuestro centro de estudios, por lo
que quedamos recesados durante elo 1909.
Los alumnos juramentados permanecimos
fieles a la consigna de no dejar ni el Cusco ni la
Universidad, en cambio, hubo otros que por no
perder elo se trasladaron a Arequipa y Lima.
Cerca de 40 universitarios permanecimos en el
Cusco, haciendo durante el tiempo del receso una
serie de manifestaciones nocturnas de protesta.
Para organizar la huelga nos reuníamos
generalmente en la Universidad a horas en las que
no había clases, así como también en un café del
centro, donde jugábamos dados y conversábamos
desde las cinco de la tarde hasta pasadas las diez
de la noche. Ahí gestamos la huelga universitaria
y orgullosamente nos autodenominamos
revolucionarios. Luego, cuando vino el receso,
nuestra actividad aumentó. Llegué a ser designado
Secretario de la Asociación Universitaria que
se fundó con motivo de la huelga, ademas me
constituí en miembro del Comité de Huelga.
Editamos una revista, cuyo origen se remontaba
a cuando empezamos a planear la huelga, de
la que fui uno de sus redactores. Se llamó La
Sierra y estuvo dirigida por José Angel Escalante
y editada en la imprenta de El Sol, diario que
nos dio relativo apoyo. Era una hoja de lucha y
propaganda en favor de nuestra causa, aunque
sin perder su carácter intelectual, manteniéndose
cierto criterio científico en la selección de los
artículos. Continuamente salíamos a las calles
. REVISTA UNIVERSITARIA 141 -
para solicitar a la población apoyo para nuestra
causa y reclamando el levantamiento de la
clausura. Desacostumbrada a sucesos de ese tipo,
la ciudad resultó realmente conmocionada. De
otro lado nuestras actividades no se limitaron
al Cusco, llegamos a enviar emisarios a Lima y
obtuvimos el apoyo de estudiantes amigos y de
otras universidades del país.
Entre los principales activistas de la huelga
recuerdo a Demetrio Corazao, a quien llamábamos
"El Viejo" por ser mayor que nosotros. Era un
hombre independiente, resuelto, decidido, muy
valiente, que llegó a participar con Samanez
Ocampo en revueltas armadas, era un furibundo
antileguiísta. Tenía una hacienda cerca al Cusco,
estaba casado y en esos años estudiaba Derecho.
Manuel Jesús Gamarra ya se había graduado por
lo que, propiamente, pertenecía a la generación
anterior a la nuestra. Al igual que Corazao
participó por simpatía. Decían que había nacido
en la selva, por lo que lo llamaban el "chuncho
Gamarra". Siendo un fervoroso federalista,
había escrito un libro, decomisado por la policía
cusqueña, en el que exponía sus ideas. También se
reconocía como un antileguiísta. Manuel Antonio
Astete, otro viejo alumno, antiguo participante
en pronunciamientos pierolistas, con Chaparro y
Víctor Guevara formaban el grupo de estudiantes
mayores. En cambio, Miguel del Castillo, un
joven muy tranquilo que no sobresalió como
universitario, entusiasmado por nosotros participó
en la huelga. Otros fuerono Benjamín Díaz,
estudiante de Derecho y Francisco Tamayo, uno
de los mozoss valientes que ha tenido el Cusco,
quien años después sería Ministro de Gobierno en
la Junta de Samanez Ocampo. También participó
Miguel Corazao, uno de nuestross inteligentes
compañeros, que murió loco. Nuestras asambleas
populares y desfiles pidiendo la reapertura del
claustro tuvieron éxito, pues a fines deo se
resolvió reabrir la Universidad. La Asociación
Universitaria sugirió a Mariano Jacinto Medina
para ocupar el Rectorado, sin embargo no se tomó
en cuenta la sugerencia del alumnado. Cuando
se nos comunicó que llegaría al Cusco el nuevo
rector, no teníamos la menor idea de quien sería.
La Universidad se reabrió en marzo de
1910. Provisionalmente estaba de rector Juan
Antonio Escobar a quien el prefecto, presionado
por nuestras demandas, le había entregado las
llaves del local, José Gabriel COSÍO se desempeñaba
como secretario. A fines de marzo, las autoridades
de la ciudad y una comisión de la Asociación
Universitaria integrada por J. Cáceres, Manuel
Casafranca, Félix COSÍO y Alberto Pacheco
Concha se hicieron presentes en la estación del
ferrocarril para recibir al nuevo rector. Era un
joven norteamericano, miembro de la Misión
Bard, que el gobierno peruano había solicitado a
los Estados Unidos para efectuar reformas en el
sistema educativo. Su nombre era Albert Giesecke
y no llegaba a los treinta años.
Con Albert Giesecke como rector se produjo
la verdadera reforma universitaria en San Antonio
Abad. Renunciaron Aurelio F. Baca, Angel
Ugarte, Felipe Umeres y M. E. Montesinos, entre
otros, mientras se nombraba a profesores jóvenes
y de ideas positivistas o pragmáticas como Víctor
González Rivero, Miguel Corazao y José Angel
Caparó Pérez, aparte de Fortunato Herrera, a
quien me referí anteriormente.
Giesecke había nacido en Filadelfia, hijo
de un inmigrante alemán. Luego de estudiar en
la Escuela Municipal de su ciudad natal y en la
Universidad de Pennsylvania viajó a Europa,
donde permaneció como estudiante en las
prestigiosas universidades de Berlín y La Sorbona
de París. En Lausanne, Suiza, Giesecke fue
alumno de Pareto, por lo que contaba con una
apreciable formación en ciencias sociales. A su
retorno a los Estados Unidos estudió en Cornell
University y en el Carnegie Institute, donde se
especializó en asuntos comerciales. Posteriormente
retornó a Europa para dedicarse a la investigación
en el Museo Británico y en la Oficina de Asuntos
Extranjeros. En marzo de 1910, Alberto Giesecke
juramentaba ante Eusebio Corazao como Rector
de la Universidad del Cusco. Al inaugurar el
o académico la nueva autoridad universitaria
leyó un hermoso discurso, en el que se refirió a
la importancia de las vías férreas como medio
de comunicación, y al progreso y modernización
del Cusco, ideales por los que desde entonces
trabajaría como si fuera un verdadero cusqueño.
Fue indudablemente un rector notable,
transformó nuestra Universidad en una institución
democrática y moderna y en muy poco tiempo,
gracias a su buen carácter, estableció con los
alumnos una cordial relación. Aparte del excelente
nivel de los cursos que dictó, introdujo hábitos de
disciplina, interés por el estudio y conocimiento
de nuestra realidad regional y nacional. A los 8 o
10 meses de haber asumido el cargo pidió nuestro
concurso para fundar la Revista Universitaria.
Hubo una completa coincidencia entre los ideales
propugnados por Giesecke como educador y
los defendidos por nuestro grupo. estudiantil;
es más, sus enseñanzas nos dotaron de los
medios necesarios para hacer efectivas nuestras
intenciones. Se interesó mucho por los indios y fue
el primero de nuestros maestros en llevarnos a las
comunidades indígenas, en el campo nos educó
en la observación de aspectos particulares que
registrábamos en unas libretas de apuntes. Nos
enseñó métodos estadísticos, a realizar encuestas
y preparar cuestionarios, introdujo el método de
lecturas dirigidas que permitían a los alumnos
hacer adecuados resúmenes y cuadros sinópticos y,
sobre todo, nos ayudó a conocer el Cusco, pues nos
hizo voltear los ojos hacia nuestra realidad y nos
enseñó a observarla con actitud crítica. Durante
los 14 años que duró su rectorado fueron grandes
los progresos que propició, tanto en la Universidad
como en la vida de la ciudad.
No sólo en el terreno educativo e intelectual
la labor de Alberto Giesecke fue de enorme
importancia; en 1912 organizó un censo de la
provincia del Cusco, el que proporcionó valiosa
información socioeconómica. Sus alumnos de
Estadística fuimos sus principales colaboradores.
El último censo cusqueño se había efectuado en
1876, era incompleto y su información no era
confiable. Cuando Giesecke fue elegido presidente
del Centro Geográfico del Cusco se abocó a la
organización de un nuevo empadronamiento,
hecho esta vez de la maneras seria y científica
posible. Se imprimieron cédulas personales y
familiares, se impartieron detalladas instrucciones
a los empadronadores y luego los datos obtenidos
se procesaron con mucho cuidado. El censo arrojó,
como cifra total de habitantes de la provincia, la
cantidad de 26,939, y en el informe elaborado por
Giesecke figuran cuadros por razas, enfermedades,
profesiones, religión, etc, que proporcionan
una imagen demográfica detallada del Cusco
de principios del siglo. Los cusqueños tienen
mucho que agradecer a quien introdujo prácticas
y enseñanzas que complementaron el avance
cultural de la ciudad, por eso se le correspondió
eligiéndolo alcalde años después.
En lo personal, los sucesos de la huelga
me afectaron profundamente, podría decir
que a partir de entonces cambió mi manera de
ser pues dejé de frecuentar a los potentados del
Cusco con la asiduidad de antaño y me distancié
de los antiguos catedráticos que, en su mayoría,
eran hacendados. Por eso la huelga no sólo fue
contra el "feudo universitario" sino contra la
aristocracia cusqueña, ya que apuntó contra los
"gamonales-catedráticos". Me convertí desde
entonces en antigamonalista, aunque nunca
me echaron en cara que fuera centra ellos, pues
mantuve una actitud diplomática y gentil. En mi
casa la reacción fue tremenda, aparentemente
fue mi madre las afectada al verme implicado
en la protesta contra la gentes tradicional y
linajuda del Cusco. Pero mi padre, que siempre
estaba muy atento a todo lo que ocurría
conmigo, sufrió también una grave impresión,
lo que resultó especialmente delicado porque se
encontraba convalesciente de un leve ataque al
cerebro. Desgraciadamente, pocos días después
de los sucesos del 7 de mayo en que se inició la
huelga, sufrió un segundo ataque que empeoró
su situación. Si bien sobrevivió algunos años
más, quedó en una situación bastante limitada,
con medio cuerpo paralizado, no hablaba y
permanecía inmóvil. Pasé muchas horas a su lado,
ayudándolo a levantarse, colocándolo en la silla
de ruedas y auxiliándolo en otras cosas esenciales.
Desde esa época, a mis actividades periodísticas
y universitarias tuve que añadir la de atender el
negocio de mi padre, que en 1915,o en que
murió, quedó completamente en mis manos.
En las páginas de La Sierra, órgano de
nuestra Asociación Universitaria, ha quedado
registrada toda la intención renovadora de mi
generación. Luego de una etapa eminentemente
combativa, La Sierra reapareció como revista en
enero de 1910, bajo la dirección de José Gabriel
COSÍO. Tal como entonces lo manifestamos, nos
considerábamos la "potencialidad intelectual del
departamento". Queríamos romper el aislamiento
y atraso de la vida intelectual cusqueña y difundir
los conocimientos tradicionalmente reservados a
los altos círculos, extendiendo a todos los medios
sociales la discusión de nuestros problemas
regionales. El enfrentamiento con las autoridades
nos había hecho fuertes y entonces nos sentimos
con mayor libertad de pensamiento. En ese
momento fue afortunado contar con la presencia
orientadora de Alberto Giesecke, quien supo darle
curso y sentido a nuestra actitud de rebeldía. Tuvo
así la "escuela cusqueña" un origen netamente
universitario y se mantuvo en el ambiente de los
claustros mientras sus integrantes conservaron su
condición de estudiantes.
Desde 1911 la Revista Universitaria fue el
canal a través del que se difundieron las ideas y
. REVISTA UNIVERSITARIA 141 -
preocupaciones de laj uventud cusqueña de la época,
así como los resultados de nuestras investigaciones.
Esas inquietudes eran completamente nuevas en
un ambiente aletargado, en el cual solamente
el Centro Científico había sido la excepción,
aunque con limitado interés por los indígenas y
s pronunciado por los estudios geográficos.
Después de esa primera etapa, todavía incipiente
y muy ligada al medio universitario, la 'escuela
cusqueña' se convirtió en un grupos amplio, al
que se agregaron elementos extrauniversitarios y
pertenecientes a la generación anterior, pero que
estaban imbuidos de los mismos ideales, que de
manera sintética eran los siguientes: defensa del
indígena contra la opresión del gamonal; campaña
anticentralista y reconquista de la posición
orientadora del Cusco en el panorama nacional;
regionalismo político, económico y cultural;
exaltación del pasado prehispánico, en especial del
Imperio Incaico; y estudios del medio regional y
de las comunidades indígenas.
Todos esos puntos vinieron a constituir un
programa de acción que fue desarrollándose a lo
largo de 20 años. A partir de
192 7
sus componentes
comenzaron a disgregarse, muchos de ellos se
marcharon de la ciudad, pero también surgieron
diferencias ideológicas entre los miembros, y antes
de 1930 la 'escuela' se disolvió.
Reunido en torno a los principios
mencionados, el grupo gestor de la huelga
universitaria se convirtió en un importante núcleo
bautizado por Francisco García Calderón como
la 'escuela cusqueña'. Con respecto al Cusco
éramos la avanzada intelectual e ideológica, y en
la Universidad provocamos un enorme impacto,
sobre todo en facultades como Derecho, donde
seguían utilizándose textos realmente arcaicos.
Tómese como referencia que entre los profesores
expulsados de Derecho, a raíz de la huelga,
había algunos "krausistas". Las tesis de Krause
habían tenido auge en España a mediados del
siglo XIX.
Los antecedentes de nuestra generación
se remontaban a esa juventud anticlerical y
librepensadora de fines del XIX, que en 1895
participó activamente en el derrocamiento
del tristemente célebre prefecto Pedro Más.
Sin embargo, ese sacudimiento de la sociedad
tradicional cusqueña no comprometió su esencia
feudal, la suerte del indio siguió siendo la misma
y el ordenamiento social no sufrió mayores
alteraciones. Fue por eso que la 'escuela cusqueña'
heredó las tareas pendientes. La huelga estudiantil
fue su punto de partida, no solamente porque
hizo posible la transformación de la Universidad,
permitiendo la incorporación de catedráticos
con una nueva mentalidad, ííno porque fue un
verdadero choque con el espíritu conservador.
Debe quedar claro que nuestra huelga y nuestra
inclinación decidida por la causa de los indígenas
causó una verdadera conmoción. Imagínese el
escándalo que en una sociedad como la cusqueña
de hace setenta años pudo provocar semejante
desconocimiento de la autoridad, y que un puñado
de jóvenes criticara públicamente a personalidades
como Eliseo Araujo, el rector, figura reconocida
no solamente como autoridad universitaria, sino
como abogado y magistrado.
En los comienzos de la "escuela cusqueña"
el llamado problema indígena se reducía a la
defensa del indio. Esa actitud tiene, como se sabe,
antecedentes lejanos en nuestra historia, pero
que en esa época nos eran casi desconocidos. Es
curioso comprobar que por entonces no existía
la menor preocupación por figuras históricas
de tanta relevancia como el padre Las Casas y
Túpac Amaru y no se había valorado el aspecto
indigenista de la obra de Garcilaso. A la labor de
defensa del indígena que ellos y otros personajes
realizaron no se le concedía el mínimo valor. A
nosotros, catedráticos y alumnos indigenistas, nos
tocó rescatar esas figuras y darles el reconocimiento
que merecían. Así, por ejemplo, en 1914 hicimos
un homenaje a Pumacahua, en ocasión del primer
centenario de su alzamiento, y en 1916 el Instituto
Histórico del Cusco, compuesto por intelectuales
y profesores universitarios, celebró el tricentenario
de la muerte del Inca Garcilaso de la Vega. En
los años posteriores se han dado significativas
muestras de gratitud a estos personajes tanto
tiempo olvidados. Así, en 1939 se festejó el cuarto
centenario del nacimiento de Garcilaso y en
1942 el segundo centenario del nacimiento del
Inca procer Túpac Amaru. De igual manera se
descubrió la casa de Garcilaso en el Cusco, la que
quedaba en la Plaza del Regocijo y estaba cubierta
por una falsa pared de adobe. Hoy funciona ahí el
Archivo Departamental.
Sin lugar a dudas, aparte de Garcilaso de
la Vega, el padre Bartolomé de las Casas fue un
genuino representante del indigenismo temprano.
Fue el primero en proponer una política de defensa
de los indios americanos. Luego, a lo largo del
virreinato, serían los religiosos los seguidores de Las
Casas. Ese insigne sacerdote llegó a América en el
siglo XVI, antes de la conquista del Perú. En el
Caribe desplegó su tarea evangelizadora. A medida
que realizaba su labor fue dándose cuenta de la
opresión indígena impuesta por sus compatriotas.
Las Casas no necesitó de explicaciones muy
elaboradas, fue testigo directo de cómo la
población centroamericana iba reduciéndose, lo
que ocasionó su reacción y denuncia, en brillantes
escritos, de las irregularidades que se producían en
las colonias. Por estas acciones lo considerábamos
el primer hombre moderno de las Indias.
A lo largo de los siglos la tradición indigenista
de hombres ilustres, como Las Casas, Domingo de
Santo Tomás y Buenaventura Salinas que habían
escrito y luchado en defensa del indio, había
pasado al olvido. A principios de siglo no había
corriente alguna del pensamiento que rescatase
sus valores espirituales, nadie se preocupaba de
la defensa del indio y se hacía caso omiso de la
historia. Garcilaso, por ejemplo, era un cronista
mestizo importante por sus relatos del Imperio
Incaico, pero totalmente despreocupado de la
cuestión indígena; el padre Bartolomé de las Casas
resultaba un personaje olvidado, y qué decir de
Túpac Amaru o Mateo Pumacahua. Por eso, la
'escuela cusqueña' se encuentra con un ambiente
desfavorable. Tuvimos que luchar contra un
prejuicio generalizado sobre la inferioridad del
indio y la fatalidad de su condición que lo reducía
a simple siervo. Hubo que batallar firmemente
para abrirse paso en ambiente tan adverso.
Entre quienes dieron el primer impulso
a la revaloración y defensa del indígena quiero
recordar a mi compañero Luis Felipe Aguilar, que
no obstante pertenecer a una generación anterior
adoptó nuestras ideas y se convirtió en uno de los
s fervorosos y ardientes indigenistas, librando
batallas muy señaladas por la opinión pública,
como realmente representativas del movimiento
que integrábamos. Aguilar fue abogado, llegó a
graduarse a instancias de sus amigos, pues cuando
lo conocimos había perdido todo interés en la
jurisprudencia y en los estudios universitarios.
Siendo un hombre adulto volvió a matricularse
en la Universidad. Cuando terminó sus estudios
abrió su bufete en la calle San Bernardo, en el que
sus mejores consejos los prestó a indígenas que
habían sido víctimas del abuso de los gamonales.
Poco a poco Luis Felipe Aguilar fue haciéndose
un gran conocedor de las comunidades, porque
iba a constatar in situ los pleitos por tierras que
se suscitaban entre comunidades y haciendas.
Como la mayor parte de los juicios que enfrentó
le resultaron favorables, los gamonales le temían;
además era un escritor de pluma punzante que
publicaba efectivos artículos de denuncia en los
periódicos de la ciudad, sobre tod^. en El
Comercio.
Fue mi secretario cuando fui elegido Inspector
Departamental de Instrucción durante los años
1912 y 1914. Con él recorrimos las provincias
cusqueñas comprobando la mala situación en que
se encontraban las escuelas. Todo su conocimiento
de los problemas que agobiaban a los indios lo volcó
en su libro
Cuestiones
Indígenas. Resulta paradójico
que, siendo Aguilar un hombre profundamente
antilimeño, tuviese que viajar a Lima contra su
voluntad y que aquí le sorprendiese la muerte.
Físicamente era feo, agestado siempre, como si
estuviera de mal humor. Se casó con una cusqueña
con la que tuvo seis hijos. Fue un hombre de pocas
palabras que sólo se exaltaba cuando hablaba de
los indios.
Romualdo y Mariano Aguilar, hermanos
de Luis Felipe, eran un tanto distintos, en ellos
no podía notarse una actitud tan definidamente
indigenista. Romualdo tuvo una gestión intachable
como alcalde de la ciudad, mientras que Mariano
no tuvo mayor renombre. Otro de los hermanos
Aguilar, Rafael, fue catedrático de la Universidad,
miembro de la 'escuela cusqueña' y destacado
intelectual muy entregado al indio. Era poeta,
periodista, quechuista y notable orador. Fue
abogado como Luis Felipe, llegando a ser fiscal
de la Corte del Cusco, así como profesor de la
Universidad. Como indigenista fue muy activo
y como conocedor del quechua fue destacado,
tradujo a Garcilaso.
Angel Vega Enríquez fue otro indigenista que,
desde comienzos de siglo, al aparecer los diarios en
el Cusco, hizo campaña contra el gamonalismo y
en favor del indígena. Lo considero el indigenista
s calificado del Cusco en su época. Aparte de
sus sentimientos en favor del indio, era notable
su gran preparación cultural y su orgullo étnico,
pues descendía de la nobleza imperial incaica.
Entre 1903 y 1904 dirigió el recién fundado
diario El Sol, en el que realizó la campaña de la
"lancha asesina", escribiendo varios editoriales de
denuncia de ese caso de abuso contra un grupo
de indígenas. Unos franceses, animados por el
auge del caucho, planearon llevar una lancha a la
selva de Madre de Dios, para lo cual necesitaban
el personal que la trasladase cargándola en
peso. Con ese fin firmaron un contrato con un
abogado del Cusco y la comunidad de Katka, lo
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que determinó la salida de los mejores hombres
del pueblo a realizar la proeza. Los indios fueron
muriendo en el camino pues el calor, los malos
tratos y la pesada tarea mermaron su salud. Por si
fuera poco, dicho abogado hizo aparecer que los
indios le habían delegado todos sus poderes a un
sujeto apellidado Calderón, quien había procedido
a vender las tierras de la comunidad. Katka perdió
sus mejores hombres, entre ellos los k'oilanas de
la comunidad y, además, sus tierras. El hecho,
de por sí escandaloso, fue tenazmente difundido
por Vega Enríquez, desarrollando lo que fue la
primera campaña indigenista en el Cusco. Eso le
valió que fuese apaleado por gente contratada por
el abogado en cuestión.
Vega Enríquez reunió a varios jóvenes muy
valiosos en la redacción de El
Sol,
que participaban
de sus ideas; ahí estuvieron, entre otros, Benjamín
Mendizábal Vizcarra, José Castro, Mariano y
Luis Felipe Aguilar. Todos fueron asimilando el
indigenismo de Vega Enríquez, por lo que puede
decirse que, bajo su influencia, fue formándose el
núcleo de la huelga de 1909 que luego integraría
la 'escuela cusqueña'. Su indigenismo se manifestó
en esa prédica a los jóvenes y en sus campañas
periodísticas, en cambio Luis Felipe Aguilar fue el
hombre de acción. Solamente con sus amigos se
explayaba, no era un orador destacado ni afecto
a la excesiva familiaridad con la gente, por lo que
el número de sus amistades era reducido. Era hijo
único de una señora que murió de mucha edad, a
la que estuvo muy unido, por lo que nunca se casó.
Después de ser director de El Sol, Vega
Enríquez ejerció su profesión de abogado, siendo
nombrado juez de la provincia de Acomayo.
Ciertoa su paciencia se agotó y como era un
hombre extraño, cerró la puerta del juzgado y se
marchó del Cusco para no regresar jamás. Como
puede suponerse, lo separaron del cargo. Por un
tiempo había vivido de la prensa, como director
y propietario de El Sol, pero luego que dejó su
puesto de juez atravesó por una precaria situación
económica. Murió en Lima muy pobre, en una de
esas salas generales de un modesto hospital. Tuvo
un final inmerecido.
Bajo el influjo y ejemplo de personajes como
José Castro, Luis Felipe Aguilar y Vega Enríquez
se desarrolló la nueva generación indigenista.
Entre sus miembros estuvieron José Gabriel y Félix
COSÍO. El primero gran conocedor del quechua y
distinguido profesor de castellano, del que era un
verdadero cultor. Dedicó su vichi a la docencia en
la Universidad y en el Colegio de Ciencias, del
que llegó a ser director. Cuando dejó el Cusco fue
nombrado director de otros colegios de la República,
hasta su muerte que, como ha sucedido con muchos
cusqueños de mi época, ocurrió en Lima.
Los COSÍO eran miembros de una antigua
familia cusqueña procedente de Paruro, con
tradición en el manejo del quechua. Como
muchas familias de ese tipo, lo hablaban en la vida
cotidiana. Félix, al igual que su hermano, también
conocía muy bien el quechua, pero dirigió su
actividad hacia los estudios históricos. Publicó
varios artículos interesantes sobre la prehistoria
peruana y también sobre la propiedad comunal.
Félix y Gabriel COSÍO fueron miembros de la
'escuela cusqueña' y de loss inteligentes. Félix
sobrevivió a su hermano, residiendo por varios
años en Huancayo, donde fue nombrado vocal de
la Corte Superior de Junín. Ahí vivió hasta poco
antes de su muerte, acompañado por su esposa
Leonor Guevara, una de las primeras alumnas que
tuvo la Universidad del Cusco. Murió en Lima.
Los COSÍO fueron los animadores de las
reuniones que celebrábamos en el Cusco para tratar
de unificar criterios sobre las reglas gramaticales
que debía tener el uso del quechua. Eran largas
polémicas en las que se discutía si tal vocablo se
debía pronunciar de ésta u otra manera. Participé
en algunas de esas reuniones, aunque nunca
llegué a dominar el quechua como para hablarlo
a la perfección. Podía sostener conversaciones
ordinarias, pero carecía de la pulcritud con que
lo hablaban otros, así como del conocimiento
necesario como para participar en las discusiones
que se entablaban. Conforme pasaron los años fui
perdiendo mi habilidad con el quechua, todavía lo
entiendo pero casi me resulta imposible hablarlo.
A partir de mi traslado a Lima me dediqué a la
tarea de elaborar un vocabulario quechua,s
tarde conseguí que se incorporaran al Museo
dos notables especialistas que continuaron dicho
trabajo: el padre Lira y J. M. B. Farfán. Ambos
se dedicaron a dempo completo, el primero
confeccionando el vocabulario y el otro recogiendo
una serie de textos quechuas.
Uriel García fue otro gran indigenista de
mi generación, batallador incansable, luchó y
escribió mucho en defensa del indígena peruano.
Compartimos una misma preocupación por la
arqueología y la historia, no solamente como
estudio erudito sino de profunda raigambre
indigenista y parte de la revaloración del indio.
. 100 AÑOS
Otro indigenista cusqueño fue José Angel
Escalante, quien comenzó en Arequipa —otra de
las barricadas ideológicas que, como el Cusco,
quería remecer al Perú al lado de esos tres
bravos combatientes que fueron Mariano Lino
Urquieta, Francisco Mostajo y Modesto Málaga.
Con ellos participó en una campaña anticlerical
intensa, causando conmoción en una ciudad tan
religiosa como la mistiana. Después de la huelga
de 1909, Escalante se volcó al indigenismo, fue
el fundador de La Sierra, el primer órgano de la
reforma universitaria. Años después, en 1914,
publicó el diario El Ferrocarril, tomando como
nombre el clamor del pueblo cusqueño que
quería la extensión de laa férrea que en 1908
había llegado al Cusco. En esa ocasión hubo una
tremenda polémica entre el grupo de Telémaco
Orihuela y Teófilo Luna y el de Benjamín La
Torre. Fue este último quien financió el periódico
dirigido por Escalante. Posteriormente adquirió el
diario El
Comercio,
decano de la prensa cusqueña,
allí trabajamos juntos y en varias ocasiones lo
reemplacé en la dirección, ya que en su calidad
de representante parlamentario sólo estaba
esporádicamente en el Cusco. Desde ahí luchamos
por nuestros ideales indigenistas, tanto en sus
editoriales, como en sus artículos firmados con el
seudónimo Juan Situcha. Escalante realizó una
enérgica defensa del indio.
En Lima ejerció un liderazgo indigenista
importante, tanto en las Cámaras como fuera de
ellas. Recuerdo que por elo 1927 publicó su
famoso artículo "Nosotros los indios", que fue
como un desafío a los limeños. Escalante no tenía
en absoluto rasgos indios, pero sí raíces indias por
laa materna. Se enorgullecía de descender de
Tomasa Contimayta, cacica de Acos que figuró en
la revolución de Túpac Amaru, por eso también
usó Condemayta como seudónimo. Había
nacido en la capital, de madre limeña y padre
cusqueño, luego viajó a Arequipa para realizar sus
estudios. Cuando supo que descendía de la cacica
Contimayta su indigenismo se acentuó.
Escalante no solamente sobresalió por
sus campañas indigenistas sino porque fue un
notable representante de su literatura. Escribió
hermosos cuentos sobre la vida indígena, que
desgraciadamente no han sido recogidos y
permanecen olvidados. En Lima lo absorbió la
política y, de antileguiísta pasó en 1923 a ser firme
partidario de Leguía. Tenía todas las condiciones
para ser literato, pero sus ocupaciones como
parlamentario y también como Ministro de
Instrucción, Justicia y Culto durante el "oncenio"
hicieron que fuera despreocupándose de esta
actividad.
Habría que mencionar tafnbién a Sixto
Coello entre los indigenistas de mi generación.
Publicó artículos en la Revista Universitaria y
algunos folletos. Ejerció su profesión de abogado
en el Cusco y durante el gobierno de Samanez
Ocampo llegó a ser parlamentario. Como abogado
y escritor desarrolló su prédica indigenista.
Quedaría incompleto nuestro recuento si no
mencionamos a los hermanos Ponce de León,
Francisco y Federico, hijos de un señor aficionado
a la música y la poesía, quien trabajó mucho en
enriquecer el famoso drama Ollantay, obra para
la cual creó ciertos arreglos musicales y escénicos.
Ambos hermanos eran jóvenes muy inteligentes.
Federico aprendió solo el inglés e inclusive tradujo
algunos capítulos de la obra de Squier sobre
el Cusco. Luego se dedicó a realizar estudios
científicos. Pese a no tener una definida actitud
indigenista, siempre contamos con su apoyo en
nuestras campañas. Francisco fue en este terreno
muchos dedicado. Publicó varios estudios sobre
la vida actual de los indígenas, sobre todo desde
el punto de vista económico. También escribió
artículos sobre la situación de las comunidades,
las relaciones entre ellas, los cambios que las
afectaban y sus aspectos jurídicos. Sus trabajos se
caracterizaron por su minuciosidad y rigurosidad,
verdadero ejemplo para sus compañeros.
Así el indigenismo fue extendiéndose y
su prédica haciéndose pública, llegando as
sectores y dejando de ser cuestión de algunas
pocas personas. De ser un aspecto del juvenil
programa de la Reforma Universitaria de 1909, el
indigenismo se desarrolló como la reivindicación
de miles de hombres oprimidos, aunque expresado
por un grupo de intelectuales.
Al reabrirse la Universidad, la propaganda
indigenista se hizos extensa, primero
abarcando a toda la población universitaria y
luego fuera de los claustros. Paulatinamente dejó
de ser simplemente la defensa de las comunidades
y la denuncia de los ataques que sufrían por
parte de los gamonales o de las autoridades. Sin
descuidar ese aspecto práctico, asumió la forma de
una doctrina nueva, de una visión del mundo que
partía de la valorización de la población indígena,
vista como representativa de la cultura peruana en
su condición de heredera de la antigua civilización
REVISTA UNIVERSITARIA 141
incaica. Así, el indigenismo fue convirtiéndose en
una filosofía que buscaba revalorar los aportes
indígenas a la cultura universal en todos los campos:
científico, artístico, literario, socioeconómico.
Dentro de esa nueva fase jugaron un papel
muy importante nuestros propios alumnos. Uno
de ellos fue Luis Yábar Palacios, muchacho muy
inteligente cuya bisabuela fue la fundadora del
periódico Museo Erudito del Cusco. Fue uno
de loss distinguidos alumnos que tuve en la
Universidad, sumamente interesado en la vida
indígena. A propuestaa hizo un estudio sobre
las comunidades de Paucartambo, su provincia de
origen. En la Revista
Universitaria
publicó un artículo
sobre el ayllu de Queros, como resultado de sus
observaciones. Posteriormente pasó a ser activo
indigenista y uno de loss entusiastas miembros
del grupo descentralista en el Cusco. Ese joven,
que prometía convertirse en una figura del primer
orden, murió prematuramente, atropellado por un
automóvil en una calle de Lima.
A Luis Yábar, como a Francisco Tamayo
y Emilio Romero, provincianos regionalistas e
indigenistas, se les presentó la oportunidad de
actuar en la política nacional a raíz de la llegada
de Samanez Ocampo al poder. Durante esos meses
muchos sureños fueron llamados a colaborar con
el gobierno.
Gerardo Roca fue otro de miss
distinguidos alumnos, proveniente de las provincias
altas del Cusco. Propagó las ideas indigenistas
por las zonas sureñas del departamento, vecinas
al altiplano. Otro de ellos fue César A. Muñiz,
también joven alumno universitario que suscribió
nuestros planteamientos y llegó a ser miembro
del Grupo Resurgimiento. Como abogado actuó
en defensa de los indígenas y escribió algunos
artículos sobre temas judiciales.
Mientras realizábamos esa labor de difusión
indigenista, en Lima se fundó la Asociación Pro-
Indígena, el mismoo en que los estudiantes
de la Universidad del Cusco nos declaramos
en huelga, 1909. Sus dirigentes fueron Joaquín
Capelo, Dora Mayer y Pedro Zulen a quienes,
después de González Prada, considero sinceros
indigenistas. La Asociación Pro-Indígena estaba
abierta a todas las denuncias que pudieran hacerse
sobre los abusos cometidos por los gamonales
contra los indígenas. Contra con representantes
en provincias -como Mostajo en Arequipa y yo en
el Cusco- que les hacían llegar informes detallados
de los atropellos cometidos. Todas esas denuncias,
así como artículos de crítica de la situación
existente, se publicaban en un boletín. Sin
embargo, no podía exigírseles más. Sus dirigentes
eran personas honestas y muy humanitarias, pero
que no conocían la sierra pues no salían de Lima,
por lo que no tenían contacto con el problema
indígena de manera directa. La muerte prematura
de Zulen determinó su decaimiento. Años después
murió Capelo. Dora Mayer los sobrevivió y llegó
a colaborar con José Carlos Mariátegui y el grupo
Amauta. Tanto Capelo como Zulen hicieron
estudios sociales de mucho interés, especialmente
el primero, cuya Sociología de Lima es els
importante trabajo sobre la capital a principios de
siglo. Dora Mayer era una entusiasta investigadora
autodidacta, cuyo empeño no disminuía pese a nó
contar con la ayuda adecuada. Dora Mayer ejercía
sus labores indigenistas y asistenciales sin recibir
el menor apoyo. Se hacía llamar Dora Mayer de
Zulen pese a que nunca estuvo casada con Zulen.
Ocurría que estaba muy enamorada de él y adoptó
su apellido cuando murió. Su caso fue singular
en una época en que a la mujer no se le daba la
menor oportunidad. Logró sobresalir porque era
muy combativa, no sólo tuvo que luchar contra
la incomprensión sino contra la soledad, pues era
hija de alemanes y no tenía familia en el Perú. No
obstante su procedencia tuvo un gran apego a esta
tierra y mucho amor por los indios.
Vinculado a la Asociación Pro-Indígena
estuvo Abelardo Gamarra "El Tunante", quien
a través de su periódico La Integridad daba a
conocer los abusos y exacciones cometidos por
los gamonales. Publicaba denuncias sobre casos
en toda la República, inclusive de comarcas
recónditas, fui su corresponsal en el Cusco.