GARCILASO, EL CUZQUEÑO
i
Julio G. Gutiérrez L.
En el mes de abril último pasó casi inadvertido
el 427 aniversario del nacimiento y el 350 de la
muerte del Inca Garcilaso de la Vega, el hombre
representativo y epónimo del Perú, mestizo y
cuzqueño por antonomasia. A propósito de estas
deshilvanadas glosas lo he llamado El cuzqueño,
para diferenciarlo de sus ilustres homónimos, el
poeta toledano cantor de las
Eglogas,
y de su padre
el Capitán. Así cuzqueño por excelencia, indio,
mestizo y cholo superlativo, sentimos,s que
conocemos, al Inca Garcilaso.
El Instituto Americano de Arte que en 1939
tomó bajo su patrocinio y responsabilidad las fiestas
celebratorias del cuatricentenario de la muerte
de nuestro ínclito paisano, no le ha olvidado ni
mucho menos. Aquí lo tenemos presente en efigie,
en el original del bronce que nuestro consocio
el escultor Antonio Sánchez Delgado modeló
para una avenida central de Montevideo, y ,s
que en bronce y en figura, lo tenemos tatuado y
consubstanciado en el corazón y en el espíritu.
Seguimos en esto, como en todo, el ejemplo y la
huella de los fundadores de nuestro Instituto, entre
los cuales, cuentan ilustres garcilasistas cuzqueños:
José Uriel García que lo colocó entre los señores
optimates del neo-indianismo, junto con Lunarejo
y Túpac Amaru; José Gabriel Cosio, sin lugar
a duda, els fervoroso de los garcilasistas,
comentarista, glosador y exégeta acucioso del
autor de los Comentarios Reales, Rafael Aguilar,
Alfredo Yépez Miranda y otros. Al rendirle este
homenaje familiar y casi doméstico, recordemos
los años de infancia, los veinte primeros de los 77
que vivió el Inca mestizo, aquí en su tierra natal,
al amparo y el calor del hogar materno, en la casa
de su madre, la Princesa Chimpu-Oqllo, rodeado
del cariño nostálgico y triste de sus inmediatos
parientes los señores del imperios poderoso,
rico y extenso del Continente. Esos veinte años,
años de formación vividos amamantado con la
leche materna —leche india- la sangre y el espíritu
de la cultura autóctona, fueron decisivos en la vida
y la obra del inmortal Inca historiador. Esos cuatro
lustros hicieron de él el último khipukamayoq Inca
y el primer historiador peruano, pero también
el primero de los harawiqus indios en lengua
castellana; fueron años de estructuración no sólo
de su ser físico, sino, sobre todo, de su espíritu.
La vida de nuestro máximo escritor y
cronista puede dividirse en dos ciclos claramente
delimitados: el período cuzqueño, sus veinte
primeros años y el período español, los restantes
57. Estos últimos, por agitados, amargos y llenos
de decepciones que hayan sido, por mucho que al
final de su vida, ya en sus rincones de soledad y
pobreza
haya creado su obra inmortal en el castellanos
castizo y elegante del Siglo de Oro, pese a todo ello,
el período hispánico es una evocación orgullosa,
apasionada y nostálgica de sus años cuzqueños, la
parte india de su ser.
Emigrado de por vida a España, la patria
de su padre el Capitán y de sus antepasados
peninsulares, aquellos linajudos duques de
Feria y del Infantado, los Hinostroza de Vargas,
descendientes de Garcilasso el vencedor de moros
en la vega de Granada y de Garci Pérez de Vargas,
cuya genealogía trazará con pluma orgullosa el
mestizo cuzqueño, jamás olvidará hasta sus días
* En: "Revista", n° 12 del Instituto Americano de Arte del Cusco,o 1966. Págs 79-90.
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postreros la maravillosa ciudad de piedra y de oro,
la sagrada Ciudad del Sol que una -12 de abril
de 1539- lo acogiera en k'irawinca entre pañales de
fino qonpi.
Aquellos sus años de infancia y adolescencia
pasados entre armas y caballos entre espadas y
arcabuces, recogiendo con el oído atento esas
remembranzas de los pasados días de gloria y
» esplendor que hacían verter llanto inconsolable
en las veladas de la casa materna al recordar que
el
reinar trocóseles
en
vasallaje,
serían inolvidables. Lo
mismo que los días y años transcurridos bajo la
férula severa pero cariñosa del Canónigo Cuéllar,
ese buen cura que habría deseado llevar a los
mesticillos, hijos de los conquistadores a las aulas de
la famosa Universidad de Salamanca; las correrías
y excursiones al Pukara de Saqsaywaman, a los
campos aledaños y, luego, la adolescencia pasada
bajo el fragor de las guerras, los levantamientos y
los motines; las largas y angustiosas jornadas en la
casa paterna puesta bajo asedio y bombardeada
por los cañones de Hernando Bachicao, las largas
ausencias y la vida azarosa de su padre el Capitán.
Su resentimiento de hijo ilegítimo, cuando su
padre es obligado por pragmática real a contraer
matrimonio con la española doña Luisa Martel
de los Ríos, su madrastra que no lo vería, después
de todo, con ojeriza y, por último, el alejamiento
definitivo de su tierra y de su madre.
Recordemos algunos pasajes de su infancia y
su primera juventud, porque "la infancia de
Garcilaso
es
—como
dice Uriel
García—
nuestra infancia histórica,
la niñez secular del
Continente, cuyo
pasado hasta hoy no
termina de liquidarse y
cuyo porvenir,
hasta hoy también se
mantiene en ese instante de alborada,
en
estado
de la promesa
o de la esperanza..." su vida de cuzqueño nacido en
el Cozco, según escribe invariablemente.
Seguramente a poco de venir al mundo, en
abril de 1539, el niño mestizo recibió el bautismo
cristiano y quien lo apadrinó fue Francisco de
Almendras, amigo de confianza de su padre
el Capitán y conquistador de los primeros.
Posteriormente habría recibido el sacramento de
la confirmación, siendo su padrino uno de loss
ricos "vecinos" feudatarios de Cuzco, Don Diego
de Silva, dueño de las casas en que se asentó años
después el Monasterio de las Teresas Carmelitas.
n hoy conserva el nombre del conquistador,
la Plazoleta de Sílvac, en vocablo quechuizado.
Este caballero español era hermano del famoso
Feliciano de Silva, autor de novelas de caballerías
y citado nada menos que por Don Miguel de
Cervantes en els célebre de los libros españoles
El
Ingenioso
Hidalgo Don
Quijote
de la Mancha.
El Capitán Garcilaso de la Vega, crecido ya
su hijo, pensó enisu educación y le encomendó en
calidad de ayo o tutor ajuan de Alcobaza, su amigo
y hombre de confianza de su casa. Fue Alcobaza
quien le enseñó las primeras letras. Luego, pasó a
la escuela que dirigía el Canónigo Juan de Cuéllar
que enseñaba cursos elementales de Latinidad.
Allí, en esa primera escuela la única por la que
pasó, porque el resto de su formación literaria
fue autodidáctica, conoció y trató a los otros
mestizos cuzqueños hijos de los conquistadores
y a los hijos de los nobles incas. Al escribir sus
Comentarios, Garcilaso los recordará 60 añoss
tarde. Ellos son, entre otros: Francisco Pizarra, hijo
de Marqués Gobernador y de doña Angelina hija
de Atawuallpa, Juan Serra, hijo de Mancio Serra
de Leguízamo, el que jugó el Sol del Qorikancha
antes que amaneciera y de Beatriz Qoya, hija de
Wayna Qhapaq; Pedro y Francisco Altamirano,
hijos de Antonio Altamirano, vecino notable del
Cuzco y conquistador de los primeros; además los
hijos de Pedro del Barco y de Juan Balsa; Gaspar
Centeno, hijo del Capitán Diego Centeno; Juan
Arias Maldonado, igualmente mestizo y los hijos
indios del inca Paullu, ese fiel aliado de los blancos,
-
Felipe y Carlos Inca y algunos otros más.
Los discípulos del Canónigo Cuéllar se
divertían los días de guardar y de descanso
excursionando por los alrededores de la ciudad
que iba transformándose lentamente de inca en
española. Subían a la fortaleza y entraban a los
subterráneos o chinkanas.
El cronista narró amenamente los sucesos
cotidianos ques impacto hicieron en su espíritu,
tales como los hallazgos de tesoros que los españoles
hacían en las antiguas canchas o palacios de los
incas. De la casa de Alonso de Meza, frontera de
la de Garcilaso, extrajeron gran cantidad de plata
en barras, y de la parte de la antigua Akllawasi,
el boticario Hernán Segovia desenterró un gran
tesoro. La tradición de los tapados o tesoros del
Cuzco, es, por consiguiente, muy antigua. Después
de cuatro siglos todavía queda gente que los busca.
En estos años de infancia, en sus niñeces
como escribirá en sus
Comentarios,
el joven mestizo
va acumulando experiencias y conocimientos
preciosos. Vive los momentos iniciales de la
transculturación. Vio por sus propios ojos cómo
venían de España o se aclimataban, trasplantados,
animales y plantas desconocidos en América.
——— . 100 AÑOS
Recordará que el trigo venía de Castilla y que en
el Cuzco sólo se comía pan de maíz.
Con gran lujo de detalles, como podría
hacerlo un gacetillero o periodista de nuestros días,
cuenta que llegaron de la región de Cuntisuyo,
es decir, de los valles de Arequipa, las primeras
uvas que se vieron en el Cuzco y que su padre
el Capitán le mandó repartir en bandejas a sus
amigos, los
vétinos
españoles de la Ciudad Imperial,
como un presente digno de los dioses. El mestizo
junto con el paje indio tomaba no pocos granos
de los destinados a los amigos de su padre y así los
regusto por vez primera. Las uvas las había enviado
de su repartimiento de Achanquillo, el Capitán
Don Bartolomé de Terrazas elo de 1555. Años
después, en 1560, el joven Garcilaso de paso a
Lima, tocó en el repartimiento de Markawasi sobre
el Apurímac; allí el hortelano portugués Alfonso
Báez, le hará recorrer los parrales cuajados de
gordos racimos y no le invitará ni un grano, por
guardar el encargo del dueño de la heredad Don
Pedro López de Cazalla.
Con admirable precisión guardó el
recuerdo de esos años felices y así contará que
las primeras vacas que se vieron en el Cuzco
fueron las del extremeño Antonio Altamirano que
debe considerarse, con derecho, el padre de los
ganaderos cuzqueños, del mismo modo que Pedro
López de Cazalla el Noé cuzqueño, porque fue el
primero en fabricar vino en la tierra de los incas.
Algo que deben recordar los ciencianos y
tenerlo como timbre de su blasón heráldico es que
el primer burro que rebuznó en tierra cuzqueña
fue uno que mandó traer de Huamanga el Capitán
Garcilaso, padre de nuestro cronista y lo compró
por 480 ducados, una verdadera fortuna. La venida
del primer conquistador asnal, se debió a que el
capitán quería sacar crías mulares en sus yeguas.
El Inca conservaba vivo el recuerdo del pollino al
que describe como
pequeño
y
ruinejo.
Encontramos
así al padre de la estirpe, als remoto ancestro
de los borricos cuzqueños.
En el mismo andén del Colegio de Ciencias
que da sobre Santa Clara, conservando en gran
parte su recio aparejo celular y que se prolongaba
hasta el riachuelo de Chunchulmayo a lo largo
de la calle del Hospital de Naturales, vio el Inca
Garcilaso, hacia 1550 (entonces debía tener de
diez a once años) arar a la primera yunta de bueyes
ante el asombro de los indios, quienes comentaban
que los chapetes, por flojos y holgazanes, hacían
trabajar a los animales. El andén que se llamaba
Chaqmana o chaqmana-pata, pertenecía al
cacereño Juan Rodríguez de Villalobos, antes
de que los padres franciscanos lo adquirieran
para edificar su convento. Los bueyes fueron
tres y Garcilaso consigna sus nombres. lyflos se
llamaban Castillo, Naranjo y Chaparro. El episodio
debió grabársele en la memoria para siempre,
porque siguiendo a la multitud de indios y de otras
gentes que acudieron a las chacras de Rodríguez
de Villalobos, nuestro cronista hizo -hablando en
cuzqueño su primera "chi'itada"o se dio la vaca
que es lo mismo, por cuya falta recibió dos docenas
de azotes. Con cierta picardía recordará aquellas
dos docenas de ramalazos:"...los unos
—dice—
me los
dió mi
padre,
porque
no
jui a la
escuela,
los otros me dió
el
maestro porque
falté a ella", eran aquellos buenos
tiempos de austera severidad y de la pedagogía
inquisitorial que tenía por máxima "la letra con
sangre entra" que sobrevivió, dicho sea de paso,
hasta los comienzos del presente siglo, porque yo y
mis condiscípulos de primeras letras alcanzamos aun la
palmeta, el
varapalo
y el
tirón
de
orejas.
A Dios
gracias.
El jovenzuelo Garcilaso o Gómez Suárez,
que tal era el nombre que recibió en el bautizo
por voluntad de su padre que, en esta forma, quiso
honrar en el hijo mestizo a sus ilustres parientes los
Suárez de Figueroa e Hinostroza de Vargas, hizo
largos viajes a las heredades y repartimientos del
Capitán. Él los narrará en su reposada ancianidad
allá en su silencioso retiro de Montilla. La primera
vez que salió del Cuzco —recuerda fue cuando su
padre regresaba de Los Reyes o sea Lima, como
prisionero y rehén de Gonzalo Pizarra después
de la derrota y muerte del Virrey Blasco Núñez
de Vela en Añaquito y del desastre de Centeno en
Huarina. Escribe en la Historia
General
del Peni,
"Yo entré
en la
ciudad con ellos,
que el día
antes había
salido
a
recibir a mi padre hasta Qespieancha, tres leguas
del
Cuzco. Parte del
camino fui
a pie,
y
parte me llevaron
dos indios
a
cuestas, remudándose
a
veces. Para
la
vuelta
me dieron
un caballo y
quien lo llevase de diestro,
etc."
Y aquí una muestra de la magnífica memoria
del historiador cuzqueño. Prosiguiendo su relato
escribe:
".. y vi
todo
lo
que
he
dicho,
y
pudiera asimismo decir
en
cuáles casas
se
aposentaron
los
capitanes cada uno
de
por sí, que los conocí
todos, y
me acuerdo de las casas, con
haber casi sesenta años
que pasó
lo que vamos escribiendo,
porque la memoria guarda mejor lo que vió en
su
niñez que
lo
que pasa
en
su
edad mayor" (H.G.P.)
De entonces no perderás su afición
por los caballos y registrará en sus memorias los
1
'
REVISTA UNIVERSITARIA 141
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nombres y los hechos de loss afamados caballos
de los
conquistadores.
Llegó a ser diestro jinete de
ambassillas como su padre, el Capitán, y en años
posteriores lo veremos alternando con los vecinos
españoles del Cuzco en los torneos y juegos de
cañas en ocasiones solemnes tales como la jura
de ¥e\ipe U como Rey de España en diciembre
de 1557. Hará un largo viaje por el Altiplano
hastas allá de Potosí para visitar el primer
repartimiento de su padre en Tapaqri, en los
Charcas. Visitará también la chacra de coca de
Havisca en las selvas de Qosñipata (Paucartambo),
el repartimiento de indios de Huamanpallpa en
Cotabambas, el de Chinchaypujyu en Anta y el
deleitoso valle de Yucay, donde su padre tuvo un
solar con frente a la plaza, lugar cuya naturaleza
paradisíaca encarece el Inca cronista a lo largo de
toda su obra.
Trató Garcilaso, de niño, a Gonzalo Pizarro
y a otros altos personajes de la época. Dice del
gallardo caudillo de los encomenderos que
estuvo a punto de coronarse Rey del Perú por
consejo de su Maestre de Campo Don Francisco
de Carbajal, el Demonio de los Andes, lo siguiente
(H.G.P.Cap.XLII):
"Yo
conocí
a
Gonzalo
Pizarro de visita en la ciudad
del
Cozco, luego
que fue a
ella después
de la
batalla
de
Huarina...". Más
adelante relata: "Comí dos veces
a su
mesa porque
me
lo mandó,
y
uno
de las dos jue el
día
de
la
fiesta
de la Purificación deMiestra Señora;
su
hijo Don
Fernando y
Don Francisco
su
sobrino, hijo del
Marqués y
yo
con ellos, comimos en pie todos tres en aquel espacio que
quedaba de la mesa sin
asientos, y
él nos daba de su plato
lo que habíamos de comer.. .etc."
Y
añade:
".. y
andaba
yo
en edad de nueve años, que por el mes de abril siguiente
los cumplí,
a
doce del".
Hablando del Maese de Campo de Gonzalo,
el celebérrimo Francisco de Carbajal, el personaje
s apasionante del período de las Guerras Civiles
y encareciendo su genio y sus virtudes guerreras,
no obstante haber sido encarnizado enemigo de
su padre el Capitán, escribe el cronista: "Andaba
siempre en
una muía
crecida,
de
color
entre pardo y
bermejo;
yo no
le
vi en
otra cabalgadura..
.etc."
Conoció igualmente al Presidente Don
Pedro de la Gasea, ese clérigo cazurro, zorro con
piel de cordero, que venció al orgulloso y arrogante
caudillo, con apenas un largo tiro de arcabuz en
Xaxihuana o Saqsawana, la actual pampa de
Anta. Recuerda al respecto Garcilaso:
"Yo
le
conocí,
y
particularmente le
vi teda una
tarde que
estuvo en el corredorcilb de la casa de
mi
padre que sale
a
la plaza
de las
fiestas,
donde le hicieron unas muy solemnes
de toros y
juego
de
cañas,
y el
Presidente
los
miró desde
allí, y
posaba en
las
casas
que fueron de
Tomás
Vázquez
y
ahora son de su hijo Pedro Vázquez donde también posó
Gonzalo Pizarro".. .etc.
Con cierto gracejo irónico pinta nuestro
cronista lo contrahecho y feo ele cuerpo que era
e\ Presidente.
"Es
así —dice- que era muy pequeño de cuerpo, con extraña
hechura que
de la
cintura abajo tenía tanto cuerpo como
cualquier hombre alto,
y de la
cintura
al
hombro no tenía
una
tercia. Andando
a
caballo, parecía más pequeño
de
le que era, porque todo era piernas; de rostro
muy feo..."
Conoció también el Inca Garcilaso a
Diego Centeno, capitán fidelista famoso por sus
correrías y sus encuentros con el Demonio de
los Andes, poco después que aquel entró en el
Cuzco levantando bandera por el Rey, mientras
Gonzalo Pizarro el caudillo rebelde se encontraba
en Lima, por junio de 1547. Al entrar de noche
para sorprender a los gonzalistas, Centeno fue
herido por Pedro Maldonado "...el hombre más
alto
y
corpulento
que yo he visto ni allá ni acá" dice, y
cuenta que fue a besarle las manos de parte de su
madre que había vuelto al Cuzco junto con sus
hijos y otros españoles que estuvieron fugitivos de
la persecución de los pizarristas.
En 1558, el Inca Sauri Túpac, sucesor
de Manco Inca en el Señorío de Vilcabamba,
regresaba de Lima tras haber pactado un convenio
amistoso con el Virrey Marqués de Cañete; el
futuro cronista fue a saludarle y rendirle homenaje
a la manera incaica, hablándole en el idioma de
los incas. Con emoción realmente india y evidente
orgullo, narrará en la Segunda Parte de los
Comentarios
Reales, o sea la Historia General del Perú,
su entrevista con Sauri Túpac. Después de brindar
con chicha en dos pequeños vasos o aquillas de
plata dorada, cuenta, "...a la despedida le hice mi
adoración
a la manera de los
indios, sus parientes,
de lo que
él gustó
muy
mucho,
y me dio un abrazo con mucho
regocijo
que
mostró
en su rostro".
Esta entrevista con un príncipe de la
sangre, descendiente de la realeza incaica, dejaría
profunda y perdurable impresión en el espíritu
del joven mestizo y futuro historiador. El contacto
directo con gentes de su estirpe materna, el
ambiente propicio de la antigua capital imperial,
el dulce idioma quechua, la evocación nostálgica
de la grandeza pasada, formaron en definitiva y
por siempre la personalidad profunda del escritor
mestizo. Por eso, Garcilaso pese a sus cincuenta y
siete años de vida española, permaneció peruano,
indio y cuzqueño. Ni las gestas gloriosas, los
. 100 AÑOS
blasones heráldicos y las genealogías linajudas de
sus parientes por línea paterna pudieron hacerle
ohidar su condición de "indio
nacido entre
indios", de
cuzqueño antonomástico y paradigmático.
En enero de 1560, Garcilaso Inca, mozo
de veinte años se dispone a partir por mandato
paterno a España. Elo anterior había muerto
el Capitán y por disposición testamentaria mandó
que los albateas y ejecutores entregaran a su hijo
natural Gómez Suárez la cantidad de cuatro mil
pesos de oro y plata ensayada para que vaya a
España a educarse. El viajero va a despedirse del
Corregidor del Cuzco, Juan Polo de Ondegardo
y este le muestra en un aposento contiguo cinco
momias reales que, como buscador de tesoros
y destructor de idolatrías, había encontrado en
una cueva de Titi-Qaqa. Pertenecían según dirá
Garcilaso a tres emperadores: Wiraqocha, Túpac
Inca Yupanqui y Wayna Qhapaq y a dos Qoyas o
emperatrices que eran: Mama Runtu, esposa de
Wiraqocha y Mama Oqllo, esposa de Túpac Inca
y madre de Wayna Qhapaq. El joven Garcilaso
sentiría ante aquellas reliquias de sus antepasados
emoción profunda y perdurable. La cabeza de
Wiraqocha era toda blanca como la nieve y cuando
tocó un dedo de la mano de Wayna Qhapaq, lo
sintió tan duro como si fuese estatua de palo.
Y así partió el Inca Garcilaso de su ciudad
natal el 20 de enero de 1560. Su madrastra doña
Luisa Martel de los Ríos, viuda de su padre
el Capitán, le regaló la cabalgadura en que
haría el viaje hasta Ciudad de Los Reyes (Lima)
para después embarcarse rumbo a España. Lo
acompañaba un español que viajaba a Lima y
llevaba -dato curioso- con sumo cuidado en el
arzón de la silla, un cachorro de mastín.
Desde la altura de Karmenqa y en el
adoratorio o Wak'a incaica de Urcoskallan, donde
hoy mismo los peregrinos indios, saludan a la
sagrada ciudad de sus mayores al entrar o al salir
de ella, el doncel Garcilaso, jinete en su caballo,
habría contemplado por última vez la ciudad de
la áurea leyenda que iba enrojeciendo de tejados
moriscos y en el confín del anchuroso valle, la
pirámide de nieve impoluta del Apu Ausanqati
"...aquella ni por hombres ni por
animales
jamás pisada
cordillera
de nieve".
Qué pensamientos acudirían a la cabeza
del viajero, qué emociones asaltarían en tropel su
corazón en ese momento supremo de la separación
definitiva. Quizá si, como dicen muchos, aunque
sin fundamento, lanzó aquella imprecación dolida
que encontramos ya sesenta años después en el
capítulo XXXVIII, Libro I de la Historia General
del Perú, al referirse a las ingentes cantidades de
oro que el Perú enviaba a España "...lase
cuales
envía aquella mi tierra a toda España y a todo él mundo
viejo mostrándose cruel madrastra de sus propios
hijos
y
apasionada
madre
de los ajenos..."
Ya en España, los desengaños recibidos en la
Corte, la pobreza modesta a la que se redujo tras
haber batallado contra los moriscos en la Guerra
de las Alpujarras hasta alcanzar cuatro conductas,
hoy se diría despachos, Capitán de que le hicieron
merced el Rey Don Felipe II y el serenísimo Príncipe
Don Juan de Austria, su hermano, acendraron en
el cuzqueño su indianidad esencial, el substrátum
y la esencia de su espíritu y de su obra.
Defendiendo la memoria de su padre el
Capitán, escribirá Garcilaso (Capítulo XIII Libro
V, de la H.G.P) con amargura y desengaño:
"Y
con todo esto, pudieron los
disfavores
pasados tanto, que
no
osé resucitar las
pretensiones y
esperanzas antiguas
ni
las
modernas. También los causó
escapar yo de
la guerra
tan desvalijado y
adeudado, que
no me fue
posible volver
a la
Corte,
sino
acogerme
a los
rincones
de la
soledad
y la
pobreza donde (como dije
en
el proemio
de
nuestra
historia
de La
Florida) paso
una vida quieta y
pacífica,
como hombre
desengañado y
despedido deste mundo
y de
sus
mudanzas,
sin
pretender cosa dél,
porque ya no hay
para
qué, que lo
más de la
vida es
pasado y
para
lo que
queda proveerá
el
Señor
del
Universo, como
lo ha
hecho
hasta
aquí".
Termina esta amarga confesión con esta
disculpa: "Perdóneseme estas impertinencias que las
he
dicho
por
queja
y agravio que mi mala fortuna en este
particular me ha hecho, y quien ha
escrito
vidas de tantos no
es mucho que diga
algo
de la suya".
Amargura de desterrado, de mitmaq o
mitimae que añora la lejana tierra, su patria física
y espiritual, a la que no pudo volver nunca y al
saber que el inexorable destino lo condenaba a
morir en extranjero suelo, se resigna a comprarse
una sepultura en una capilla olvidada de la vieja
mezquita musulmana de Córdoba.
Allí yacen sus huesos
—huesos
fidedignos,
como
diría el cholo Vallejo convertidos en polvo o
ceniza calcárea que vio el ilustre garcilasista
don Raúl Porras Barrenechea, al descubrirse el
sarcófago del cuzqueño insigne, en enero de 1939.
Y sobre la losa sepulcral el epitafio heráldico:
"Ilustre en sangre, valiente en armas, perito
en letras".